(Esta entrevista fue publicada originalmente en la página web del autor, www.josemanuelcruz.es, el 8 de febrero de 2016)
Imágenes de Nueva York, París, Madrid y Milán recreadas por Midjourney
ENTREVISTA A LORENZO HERNANDEZ 2 EN PDF
R: Pues fue en torno al año 86. Aunque, al principio, me fui a vivir con Melanio, pronto me di cuenta que Nueva Jersey estaba demasiado lejos de Nueva York y del mundo que quería conocer. Melanio y su mujer, además, estaban siempre muy encima de mí, buscándome constantemente citas porque en Estados Unidos no se concibe que un hombre pueda estar viviendo solo.
Logré encontrar trabajo en la tienda de unos judíos que se llamaba The Gazebo porque pude convencer a los propietarios que era escaparatista. Este trabajo lo encontré gracias a una señora negra, muy gorda, que vivía rodeada de gatos. Ella me presentó a uno de sus amigos gays que fue el que me consiguió la entrevista con los de Gazebo.
Esta señora me dio un consejo muy curioso: “En Nueva York, rodéate de negros y gays: te abrirán todas las puertas”. Gracias a estar en The Gazebo, conocí a otra persona que también ha marcado mi vida: Miguel Cruz, un diseñador que había sido asistente del gran Charles James.
Miguel Cruz era gay pero, aunque quizás al principio pudo querer algo conmigo, al final fue como un padre para mí. Como te dije antes, he tenido la suerte de que la gente me ha ayudado siempre más de lo que cabía esperar. Creo que una de las cosas que ha hecho que ello sea posible es que me he movido en ambientes en los que se bebía alcohol y se consumían drogas pero yo nunca me he emborrachado ni me he metido nada.
Eso hacía que la gente acabara confiando en mí. Pues Miguel Cruz decidió convertirme en una especie de pupilo. Él necesitaba un compañero de piso y me ofreció compartir su apartamento en Harlem. El Harlem de esa época no era el de hoy. Era un lugar insegurísimo y violento.
Además, al contrario que ahora, era exclusivamente un barrio de población negra. Creo que los únicos blancos que habíamos eran Miguel y yo. Mi familia (incluyendo a Melanio y a su mujer) no sabían dónde vivía y si me lo preguntaban edulcoraba muchísimo lo que les contaba porque si les contara las cosas cómo eran se hubieran llevado las manos a la cabeza y no habrían parado hasta convencerme de que no siguiera viviendo allí.
Miguel me enseñó a moverme en el ambiente neoyorquino. Me decía: “Mira, hoy a las nueve, vamos a una cena que organiza tal o cual pintora australiana. Hasta las diez, no nos vamos a presentar allí…”. Yo protestaba y le decía que cómo íbamos a hacer eso. Y él respondía: “Mira, Lorenzo. Para que se fijen en nosotros tenemos que llegar los últimos.
Entonces, yo me pondré a hablar con el chico más guapo de la reunión y tú con la chica más guapa”. Después, elegía las ropas que nos teníamos que poner. “Lorenzo, ponte este traje blanco y estos guantes rojos”.
Gracias a Miguel, acabé conociendo a Andy Warhol. Podía haber en las discotecas una cola larguísima con decenas de personas esperando entrar pero si llegaba Warhol lo dejaban entrar sin problemas a él y a todos sus acompañantes.
Un día, me pasó algo divertido en una discoteca llamada Limelight, que era una antigua iglesia. Estaban poniendo Relax de Frankie Goes to Hollywood y Miguel me presentó a una chica. Empezamos a bailar juntos y me preguntó cómo me llamaba, se lo dije y le pregunto cómo se llamaba ella. Me dice: “Madonna”. Y yo le pregunto: “¿A qué te dedicas?”. Ella, muy enfadada, me dice: “¿Cómo que a qué me dedico? Soy Madonna”.
Efectivamente, era la cantante pero yo no la conocía. Pero, aparte, de estas anécdotas, creo que lo más importante es la gente increíble que conocí.
Una vez, en la cena de Navidad en la casa de Miguel, conocí a un enfermo de SIDA que estaba en fase prácticamente terminal. Podía quedarle poco más de un mes de vida. Le conté que era de las Canarias, que había vivido en Londres y en Barcelona y me dijo que él quería conocer todos esos lugares. Hacía planes como si tuviera toda la vida por delante. De esa experiencia, aprendí que hay que hacer planes y vivir la vida como si esta no fuera a acabar nunca.
Andy Warhol
P: ¿Por qué te fuiste de Nueva York?
R: Por un problema burocrático. Mi pasaporte estaba a punto de caducar y en el consulado me dijeron que allí no podían renovarlo. Si me hubiera quedado en Estados Unidos, hubiera tenido un problema serio para moverme o salir de allí en el futuro y decidí volver a Londres.
Como no tenía dinero, empecé a trabajar en un hotel. Era el encargado de reponer los minibares. Allí, me encontré una vez con los integrantes de Frankie Goes to Hollywood y les pude contar mi anécdota con Madonna y se hartaron de reír.
P: En tu vida, hay otras tres ciudades que han sido muy importantes: París, Madrid y Milán.
R: Sí. A París, fui porque me acordé de Elaine del Castillo y pensé que podía ser interesante volver a contactar con ella. Ella se acordaba también de mí y se convirtió en otra de esas personas que, como te he dicho, acaban protegiéndome de un modo especial.
Elaine organizaba fiestas en las que invitaba a la comunidad de exiliados cubanos en París y allí tuve la suerte de conocer a alguien que influyó muchísimo en mi trabajo. El director de fotografía Néstor Almendros. Antes de presentármelo, Elaine me advirtió que Néstor era una persona incapaz de disimular.
Es decir, si no le caías bien o no le gustaba tu trabajo, no volvía a verte. No iba a decirte que le parecía bien lo que hacías por puro compromiso. Por lo tanto, yo iba con cierto reparo. Si resulta que pasaba de mí, ello iba a suponer un golpe importante a mi moral. Pero fue todo lo contrario.
Néstor se interesó mucho por lo que hacía y siguió mi trabajo, lo cual supuso una inyección de ánimo muy importante. Néstor me enseñó una cosa importantísima. Él me decía que había que utilizar lo mínimo posible la luz artificial, que había que utilizar básicamente la luz natural.
La luz artificial sólo había que emplearla cuando no hubiera más remedio. Sus consejos los he seguido hasta hoy. Por ejemplo, hace años que yo no utilizo flash a la hora de tomar fotos, utilizo siempre la luz ambiental. Néstor se tuvo que ir de París porque iba a iniciar el rodaje de Un lugar del corazón.
Me invitó a ir a ese rodaje pero yo, por desgracia, no pude ir. A Madrid, acabé llegando por lo que me pasaba siempre. Me enamoré en Londres de una chica de Salamanca que se comportaba de modo sumamente liberal. Acostumbrando a los usos que había en España, ello fue una gran sorpresa para mí. Fui a Salamanca para volver a contactar con ella pero allí había dejado de ser todo lo liberal que había sido en Londres y se comportaba según los usos y costumbres de su ciudad…
Nestor Almendros
P: Es decir, en Salamanca se había mimetizado con su ambiente…
R: Sí, totalmente. Así que viendo cómo eran las cosas, me marché de Salamanca y fui a Madrid. Era en la segunda mitad de los años 80, ya al final de la movida.
A pesar de que ya eran los últimos coletazos, reinaba un ambiente de creatividad y de optimismo. Recuerdo un concierto de Tino Casal en que, a mi lado, había un espectador que no dejaba de gritar: “¡Más que Bowie!¡Más que Bowie!”. Me hizo mucha gracia. Después, medio en broma, yo siempre me refería a David Bowie como el Tino Casal británico…
Versión de Eloise de Tino Casal
Perlas ensangrentadas de Alaska y Dinarama, la elegía de “la Movida”
P: ¿Y qué me dices de Milán?
R: En Milán, empecé a trabajar para un estudio haciendo fotos de moda. Ellos no cubrían esa vertiente y mi experiencia complementaba lo que ellos hacían. Allí, me pasó una cosa curiosa. Yo me llevé de España dos tipos de película para mis cámaras Nikon: una que se llamaba Negra y otra que se llamaba Valca.
La realidad es que eran películas que daban mucho grano… Sin embargo, a la hora de hacer fotos de moda, les daba a las mismas unos tonos y una estética muy originales y que allí no conocían… En el estudio, no pararon de intentar dar con el truco para conseguir el mismo efecto… Intentaron de todo pero no pensaron que la clave estaba en las películas utilizadas.
P: Después, tuviste unos años bastante alicaídos…
R: Me volví a Madrid Me casé con una mujer que pienso que intentó modelarme a su modo cambiándome de como yo era en realidad. Empecé a trabajar como representante comercial. En esta época, eran fotos muy grises. Marta, mi actual mujer, me dice que, cuando ve las fotos de esos años, está claro que reflejaban mi decaído estado de ánimo.
Empecé a hacer lo que se llama naturalezas muertas, fotografié objetos y flores y experimentaba con los efectos de la luz sobre ellos. Al final, tuve que cortar con esa vida. Sabía que no podía seguir así y acabé divorciándome y retomando lo que verdaderamente me apasionaba.
Después, a pesar de que te he dicho que no me gusta acomodarme mucho tiempo en el mismo sitio, nació mi hija Carla y eso me hizo permanecer muchos años en Málaga. Pero un día, cuando Carla tenía ya 18 años decidí que había llegado el momento de regresar a Londres y allí nos fuimos Marta, Carla y yo en el coche, con media casa a cuestas, hasta el ferry de Santander un día de otoño de 2013.
Londres ha supuesto una revolución pues, entre otras cosas, mientras estaba allí, conocí a Guillermo Camacho, que dirige la editorial Aurora Boreal, en Copenhague, que ha sido el artífice de mis tres libros.
Aquí, podéis leer el resto de la entrevista:
Entrevista de José Manuel Cruz a Lorenzo Hernandez - I
Entrevista de José Manuel Cruz a Lorenzo Hernandez – III
Entrevista de José Manuel Cruz a Lorenzo Hernandez – IV
Entrevista de José Manuel Cruz a Lorenzo Hernandez - V
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