- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
"AMERICAN PEOPLE. FOTOGRAFÍA DOCUMENTAL AMERICANA (1930-1980)". EXPOSICIÓN EN EL MUSEO CARMEN THYSSEN DE MÁLAGA
Publicado por
José Manuel Cruz Barragán
el
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Desde el pasado 16 de julio y hasta el próximo 13 de octubre, se está celebrando en el Museo Carmen Thyssen de Málaga la exposición American People. Fotografía documental americana (1930-1980), la cual recoge instantáneas realistas de fotógrafos estadounidenses tomadas durante cinco décadas del siglo XX que forman parte de la colección de José Luis Soler Vila. Dentro de las 73 imágenes que componen la muestra, hay un espacio específico para 23 realizadas por Ted Papageorge en la discoteca Studio 54 de Nueva York en 1978. He realizado una selección de catorce de dichas obras para comentarlas como mera aproximación a la capacidad que una foto posee para expresar en un simple golpe de vista ideas y sentimientos que requerirían muchos más recursos en cualquier otra disciplina artística.
#1 Nueva York de Helen Levitt. Alrededor de 1940. Fotografía a las sales de plata.
"La fugacidad dentro de una instantaneidad irrepetible y casi sagrada". Así se podría definir esta fotografía: un grupo de niñas, que pronto dejarán de ser niñas, observan unas pompas de jabón, que pronto dejarán de existir, en una calle en donde solo están ellas y que, por tanto, las convierte en las únicas testigos (junto a la invisible fotógrafa) de un hecho que no dejará huella en la Historia sino solo en esta foto y, tal vez, en la memoria de esas niñas (o, quizás, no, ¿quién puede saberlo?). Las pompas de jabón están en el lado superior izquierdo de la imagen y, si esta la observamos de manera descuidada, hasta pueden pasar desapercibidas. Son el centro de gravedad de la composición aunque, no estén, precisamente en el centro de la misma. Toda la imagen viene a ser, en consecuencia, una oda a la perifericidad: todos los elementos están en las afueras de cualquier relevancia, trascendencia o lugar de tránsito habitual. Un barrio escasamente conocido. Unas chicas anónimas. Y unas entidades etéreas cuyo único objeto es la brevedad del tiempo durante el que las mismas van a existir. En cierto sentido, es una foto posmoderna antes de que la posmodernidad fuera definida: es la prueba empírica de que la "otredad", lo alternativo, puede tener la oportunidad de protagonizar la Historia o, al menos, de ocupar su lugar en el núcleo protagonista. No sucede nada pero se abre la puerta a un posible milagro: este nos puede ser revelado si miramos con suficiente atención lo aparentemente insignificante y superfluo. En ello, están los resquicios a lo maravilloso e inefable: dediquémosle nuestro cariño y nuestro cuidado.
#2 Marilyn Monroe, en el set de "La tentación vive arriba" de Garry Winogrand (1953). Fotografía a las sales de plata.
Esta es una imagen icónica de uno de los grandes iconos del siglo XX. Es imposible no contemplarla sin tener en mente su triste final. Conectar esta fotografía con lo que sucedería nueve años después nos llevaría a contemplar a Marilyn con su famoso vestido blanco levantado al paso de los trenes del metro como un ejercicio demasiado sangrante de "ironía dramática". Pero, claro está, estaríamos haciendo trampa: en el momento de tomar la foto, nadie podría ni tan siquiera intuir el trágico desenlace de la actriz. No obstante, hay en ella algo que no sabríamos definir muy bien pero que es, en todo caso, artificial e impostado. Dentro del carácter documental de la exposición, esta fotografía es una disimulada excepción: no es una instantánea improvisada de Marilyn en medio de un rodaje, es una instantánea de Marilyn interpretando conscientemente a un personaje que no es, en realidad, ella. ¿Tuvo la actriz la oportunidad de ser en algún momento ella misma?¿Qué parte de su vida tuvo que permanecer oculta tras la máscara que otros habían creado para su auténtica personalidad? Desde esta punto de vista, no podemos estar convencidos del todo de esta explosión de jubilosa alegría que contemplamos: ¿qué grado de sinceridad puede haber en una imagen destinada a atraer público para la futura película de la estrella? Esta fotografía vendría a representar, así, la quintaesencia oscura de Hollywood: nada es lo que parece y hay que aparentar, ante todo, una realidad de cartón piedra y brillantina que va dejando en su implacabilidad un reguero de víctimas a su paso. El espectáculo debe continuar...
#3 John F. Kennedy, Convención Nacional Demócrata de Garry Winogrand (1960). Fotografía a las sales de plata.
En América, recopilación de artículos de Norman Mailer publicada en 2005 en España por la Editorial Anagrama , en la pieza correspondiente a la Convención del Partido Demócrata estadounidense de 1960 en Los Ángeles, el autor cuenta que la elección de John Fitzgerald Kennedy como candidato a la presidencia llegó a estar pendiente de un hilo y que hubo un momento en que los compromisarios estuvieron a punto de elegir a Adlai Stevenson para que se postulara por tercera vez consecutiva como máximo mandatario del país. Frente a lo que sucede en los últimos tiempos, en los que los compromisarios ya llegan a la convención como representantes estrictos de un candidato, en aquella época las convenciones estaban completamente abiertas y podían dar lugar a giros inesperados. Es decir, si ahora la nominación es, esencialmente, una carrera de fondo, entonces tenía mucha importancia el sprint final. Y, en ese sprint, era básico crear impresiones primarias y elementales positivas. El relato posterior de que existía una gran ansia de cambio en la sociedad estadounidense y de que la administración de JFK convirtió la Casa Blanca en una especie de nueva Camelot fueron los ejes argumentales necesarios para generar esas impresiones y mantenerlas en el tiempo. Su asesinato coronó involuntariamente esa narración. Pero la verdad presenta mucho más matices. Ya hemos dicho que la convención pudo da un vuelvo inesperado en el último momento y, además, después, en las elecciones presidenciales, Kennedy venció a Richard Nixon solo por un pequeño puñado de votos. La fotografía superior de Garry Winogrand capta en una sola imagen este mar de ambigüedades: no vemos directamente el rostro real del candidato sino que lo hacemos a través de una pantalla de televisión. Es como si hubiera una dicotomía entre la realidad y la imagen que busca expresarla (o no, que busca, a lo mejor, enmascararla). Casi parecería que estamos contemplando un personaje dividido en dos: por un lado, su cuerpo; por otro, la imagen pública que se desea dar del mismo. Es casi una imagen cubista, próxima a Las señoritas de Avignon: solo podemos reconstruir al personaje real montando las piezas que aparecen dispersas en la composición. En el montaje final, ¿nos falta algo que explicaría lo sucedido en Dallas el 22 de noviembre de 1963? Esa es la gran incógnita que, tal vez, nunca llegue a quedar resuelta.
#4 Travestis, estreno de "Cleopatra" de Louis Faurer (1963). Fotografía a las sales de plata.
En 1963, seguía vigente el Código Hays (de hecho, se aplicó entre 1934 y 1968) y, entre sus principios, figuraba que estaba prohibida toda alusión a las que se denominaban "perversiones sexuales" y, peor aún, si fuese de manera positiva. Ello significaba que determinadas realidades cotidianas quedaban vetadas de antemano e, incluso si se abordaban, debía ser desde un prisma negativo. Ello significaba que para determinadas personas les resultaba imposible llegar a verse reflejadas en la gran pantalla. Las historias que aparecían allí les iba a ser forzosamente ajenas. Ello no era más que una vía de extrañamiento adicional (otra vía de marginación más) a las que ya sufrían en su día a día. No resulta sorprendente, por tanto, que hubiera quien hallara significados ocultos (y probablemente inexistentes) en películas que nada tenían que ver con su realidad y su problemática. Los travestis que vemos en la foto han acudido al estreno de Cleopatra (1963) de Joseph L. Mankiewicz. Es la Nueva York de comienzos de los 60 y comienza a haber una cierta permisividad. Si hubieran podido, veinticuatro años antes hubieran ido al estreno de El mago de Oz (1939) de Victor Fleming (bueno, de Victor Fleming, George Cukor, Norman Taurog, Richard Thorpe y King Vidor y, en realidad, al final de Mervyn LeRoy) pero no les hubieran dejado acudir con esas vestimentas. Ahora, sí que podrían ir de forma entusiasta a una reposición de ese film (que, en clave moderna, ha sido reinterpretado como una oda a la capacidad de autodeterminación individual) o creen ver en el peplum protagonizado por Elizabeth Taylor, Richard Burton y Rex Harrison sibilinas y sutiles menciones a las posibilidades de transfiguración mediante lujos, joyas y oropeles (o, si no, sopesan las posibilidades que ofrece la representación que se hace en la película del aspecto físico de esa antigua reina egipcia). Años después, ya podrían ver películas como Las aventuras de Priscilla, reina del desierto (1994) de Stephan Elliot o series como Pose. En el tiempo en que viven, se tienen que conformar con encontrar refugios, coartadas o subterfugios. Pese a todo, sonríen. Refleja a la perfección ese dicho español de que "al mal tiempo, buena cara". Seguro que les gustó la película.
#5 Nueva York de Tod Papageorge (1966). Impresión Kodachrome.
El código Hays fue quebrando y rompiéndose poco a poco. En parte porque las producciones norteamericanas no podían competir con producciones europeas (como las de Bergman, Antonioni o Fellini) que no estaban obligadas a sujetarse a sus preceptos censores. Así que, poco a poco, Hollywood fue tanteando cómo escapar a sus garras. En la foto, vemos el cartel promocional en un cine de Nueva York de la película Chica sin barreras (1966), siendo The Swinger su título original en inglés. Fue dirigida por George Sidney –director, entre otras, de Escuela de sirenas (1944), Levando anclas (1945), Los tres mosqueteros (1948), Scaramouche (1952) o Pal Joey (1960)– y protagonizada, como se puede ver clara y ostensiblemente en el cartel por Ann Margret y Tony Franciosa. Su argumento hubiera sido impensable unos antes: una autora ha escrito una novela repleta de aventuras sexuales y que, tras publicarla, decide llevar a la práctica lo que en ella se narra. Hay un choque en la imagen entre la vistosidad del cartel y el carácter anodino de su centro (parece que una acomodadora y un espectador que no demuestran demasiado entusiasmo). No parecen saber que un profundo cambio está a punto de sacudir la moral y las costumbres de la sociedad occidental. Chica sin barreras es una película menor pero allanó el terreno, como lo hicieron Baby Doll (1956) de Elia Kazan, Shadows (1958) de John Cassavetes, La gata sobre el tejado de zinc (1958) de Richard Brooks, De repente, el último verano (1959) de Joseph L. Mankiewicz o Piel de serpiente (1960) de Sidney Lumet, para la renovación de las propuestas que se ofrecían al público y la desaparición de los códigos censores. Tras el estreno en 1967 de El graduado de Mike Nichols, ya nada podría ser igual. Casi nadie recuerda Chica sin barreras pero, su su realización, tal vez no se hubieran hecho películas que hoy no podemos olvidar.
#6 Nueva York de Tod Papageorge (1966). Impresión Kodachrome.
Julio Cortázar creía en que el azar, las coincidencias y las casualidades tenían un poder auténtico sobre la realidad dibujando formar y figuras que no discerníamos a comprender pero que eran plenamente efectivas. La manera en la que él pensaba que se podía hacer una revolución no era instaurando un nuevo orden sino desordenando el existente y dejando que el caos hiciera su trabajo y diera paso a configuraciones nuevas, impensadas e inesperadas. Literariamente, el pensamiento de Cortázar es muy atractivo y ha servido para crear muchas de las grandes narraciones en español del siglo XX. Otra cosa es que le hagamos caso a la hora de gestionar nuestra vida diaria y confiemos ciegamente en el azar. Sin embargo, en muchas ocasiones, terminan convergiendo elementos inconexos que coinciden para dibujar geometrías milagrosas (en las grandes ciudades, por el elevadísimo número de relaciones que se producen en cada instante, ello es mucho más probable). Eso es lo que vemos en la fotografía de Tod Papageorge: personas que se desconocen, anuncios con finalidades ajenas, alguien que pasa por casualidad por una calle y, de repente, nace una configuración que parece tener sentido. O que creemos que puede tener sentido. Técnicamente, el fenómeno recibe el nombre de pareidolia: "el ser humano tiende a reconocer formas reconocibles, especialmente rostros y figuras humanas, en estímulos vagos y aleatorios", según la define la IA de Google. Desde el punto de vista evolucionista, se considera una ventaja, ya que, en épocas primitivas, ayudó a percibir patrones de riesgo y amenaza y a huir de ellos (aunque los riesgos y amenazas fueran inexistentes). Hoy, perdida en parte su función originaria, ¿nos podría servir para identificar puertas a revelaciones insospechadas? Esta imagen nos invita a reflexionar sobre ello.
#7 Ferry de Staten Island de Garry Winogrand (1971). Fotografía a las sales de plata.
Lo verdaderamente interesante y sugestivo de una multitud no es la multitud en sí misma sino los espacios e islotes donde la multitud deja de existir. Es ahí, en esas brechas, donde se dilucidan cuestiones relevantes. La imagen recoge un trayecto del ferry de Staten Island (uno de los cinco boroughs o distritos de la ciudad de Nueva York) y casi todos los viajeros están apoyados en las barandillas de la nave para contemplar mejor las aguas y el paisaje que se vislumbra desde la embarcación. Pero lo que verdaderamente nos llama la atención es la pareja que permanece aislada del resto de pasajeros. Si fuera una persona sola, aislada del resto, la imagen nos produciría tristeza. Tratándose de una pareja, lo que nos despierta es nuestra curiosidad: ¿qué historia puede haber detrás de esa mujer y de ese hombre que están separados del resto de pasajeros?¿Será una historia normal y corriente, sin demasiada originalidad ni particularidades?¿Están apartados simplemente porque se habían quedado sin sitio en las barandillas o porque estaban tomando un café?¿Alguno de ellos padecería de vértigo y querría no estar asomado al mar?¿Se habrían peleado y estarían intentando reconciliarse?¿Serían unos amantes que tendrían que aprovechar cualquier circunstancia furtiva para poder disfrutar de su amor? Lo que sí es verdad es que, en un grupo de viajeros, no todos tienen la misma meta ni el mismo objetivo. Para algunos, se trata de una cuestión rutinaria. Para otros, en el viaje se dilucida algo particular y excepcional. Es la diferencia entre los "turistas" y los "viajeros" de la que ya se hablaba en El cielo protector, novela de Paul Bowles llevada al cine por Bernardo Bertolucci. A lo mejor, hasta en una pequeña ruta entre Manhattan y Staten Island, sucede algo parecido.
#8 Feria Mundial. Nueva York de Garry Winogrand (1974). Fotografía a las sales de plata.
Hay lugares y eventos que concentran a tantas personas que se convierten en una miniatura de toda una sociedad, un microcosmos que reproduce una globalidad superior. Pero, al mismo tiempo, esa situación sigue existiendo por sí misma, con sus características y condiciones. (En el recuadro que indicaba el autor y el título de la fotografía, indicaba como fecha 1974. Pero esa imagen no pudo ser tomada ese año porque la Feria Mundial de Nueva York se celebró en los años 1964-1965, por lo que, o es un error, o se trata de la fecha en que la foto fue expuesta por primera vez). La primera impresión que transmite la instantánea (la situación per se) es la del cansancio de quienes dedican un día para visitar exhaustivamente todos los rincones y pabellones del evento y terminan cansados y saturados. Es una muestra de esa actitud moderna para la que el ocio consiste en agotarse (irónicamente, podríamos afirmar que se deberían inventar las vacaciones para descansar de las vacaciones). También es señal de la dispersión de la época actual. Es una composición, digamos, con varios "puntos de fuga". Un señor lee un periódico, dos chicas observan algo que está fuera de cuadro, está el público transitando en el fondo, dos jóvenes conversan entre sí y tres chicas forman un grupo (descoordinado) en el centro de la imagen que concentra nuestro atención. Respecto a estas últimas, dos de ellas parecen escandalizarse por algo. Y ahí entra el nivel superior de la imagen (la que actúa como representación de una realidad superior): ¿se escandalizan por ver juntos a un chico negro y a una joven blanca en actitud amistosa? Hasta en la más banal de las situaciones, pueden aflorar las tensiones que aquejan a una sociedad.
#9.1. Warhol, fiesta del 50º cumpleaños de Norman Mailer de Garry Winogrand (1973). Fotografía a las sales de plata.
#9.2. Rueda de prensa del combate entre Ali y Bonavena de Garry Winogrand (1970). Fotografía a las sales de plata.
Las jerarquías y los estatus de una sociedad no son, muchas veces, claros ni evidentes. En la primera foto, vemos una instantánea con Andy Warhol en la fiesta de cumpleaños de Norman Mailer. En la segunda, es Muhammad Ali (Cassius Clay) quien habla a los periodistas en la rueda de prensa anterior a un combate. Hay algo curioso en las respectivas composiciones. Andy Warhol, el artista frívolo de tendencia pop, ocupa el centro de la imagen. Ali, el deportista comprometido y luchador, está a un lado, desplazado de la posición central. En segundo plano de "su" imagen, hay unos tipos que ríen y parecen estar al mando (¿su manager?¿su representante?¿su jefe de prensa?). ¿Quién tiene realmente el mando en cada una de las situaciones? Warhol, detrás de su aparente ligereza, capta toda la atención y parece manejar los hilos con algo así como un puño de seda. Ali quiere mandar pero no está claro si es el que manda o no, a pesar de que es el que recibe todos los golpes. Quizás, de ahí proviene la ira del boxeador.
#10 Nueva York (mujer y Joyce en el metro) de Louis Faurer (1973). Fotografía a las sales de plata.
Cuando James Joyce publicó su Ulises en 1922 en París, la novela todavía tuvo que pasar un calvario antes de poderse editar en los países de habla inglesa (hasta 1933 no se pudo hacer en Estados Unidos tras una decisión judicial y hasta 1936 no sería posible en Gran Bretaña). La chica lee a Joyce en el metro y, aunque no se trate del Ulises, sino del Retrato del artista adolescente, el hecho tiene un punto irrefutable de desafío, de actitud, de posicionamiento ante la vida. La joven no lee el último best-seller de moda sino todo un clásico de la literatura del siglo XX. Y la lectura absorbe completamente su atención. Un trayecto en el metro no tiene por qué ser un trámite vulgar regido por una simple condición de necesidad: puede ayudar a alimentar la mente y el espíritu. Esta foto, por tanto, es una lección y una invitación a saber aprovechar los momentos que son pura rutina para que lleguen a tener una utilidad inesperada. Es un paréntesis fructífero en medio del bullicio y trasiego cotidianos.
#11 Strippers de feria de Susan Meiselas (1974). Fotografía a las sales de plata.
En los años 70, en Estados Unidos, en una feria tal vez de pueblo, unas strippers realizan su actuación. Y un niño contempla su actuación. A día de hoy, resulta un hecho chocante pero la imagen superior parece dar a entender que ello resultaba normal para el público presente de ese lugar y de esa época. Los ojos del niño presente son los protagonistas de la instantánea. Denotan conmoción y sorpresa (la sonrisa forzada transmite esa misma sensación): ha descubierto un mundo que no conocía y que supone (supondrá, a la larga) el fin de la infancia. La inocencia ya no será posible a partir de ese momento. En realidad, nunca lo fue. Pero los años de la niñez son la ilusión de que, a lo mejor, puede ser factible. Por eso los añoramos tanto. La fotografía de Susan Meiselas viene a ser el acta notarial del momento justo de la transición entre esas dos etapas de la vida. De ahí, la sensación de indefinida incomodidad que nos crea cuando huimos de la primera impresión y nos quedamos observándola durante un largo intervalo de tiempo: nos recuerda cuando a cada uno de nosotros mismos nos sucedió el mismo hecho que ahí se retrata.
#12.1. Fotografía en el Studio 54 de Ted Papageorge (1978).
#12.2. Fotografía en el Studio 54 de Ted Papageorge (1978).
La noche es alegre pero también puede ser triste. Se puede conocer el éxtasis pero también la desolación. La noche tiene dos caras y, por ello, las dos instantáneas de Ted Papageorge tomadas en el Studio 54 son tan diferentes entre sí. En la primera, una mujer levanta los brazos en señal de entusiasmo máximo: sus expectativas para su visita a la discoteca parecen haberse cumplido. En la segunda, una chica sola reflexiona, da la impresión de que con aire triste. Para ella, la madrugada tiene pendiente el cumplir con sus promesas. Compañía y soledad, entusiasmo y melancolía, ganadores y perdedores, así es la noche y por eso, a pesar de lo que se puede llegar a creer, suele ser mucho más dura que el día y las vivencias que se experimentan a la luz del sol, la cual suele hacer más llevadera cualquier contratiempo. En la oscuridad, solo te puedes aferrar a tus propias fuerzas.
Comentarios
Toda fotografía habla. Pero estas hablan especialmente. Y la mirada y la calidad literaria de Jose Manuel Cruz nos traen su discurso oculto. Maravilla de fotos y maravilla de textos.
ResponderEliminar