"LA ZAPATERA PRODIGIOSA" EN EL TEATRO PAVÓN DE MADRID: LORCA ETERNO

En el dibujo de la izqda., póster del montaje de La zapatera prodigiosa de Federico García Lorca en el Teatro Pavón; en el de la dcha., recreación de una de las escenas de la representación


TÍTULO DE LA OBRA: La zapatera prodigiosa. AUTOR: Federico García Lorca. DIRECCIÓN: José Maya. ELENCO: Lydia Aranda, Francesc Galcerán, Jacobo Dicenta, Belén Orihuela, José Maya, Sonia Blanco, Lilli Lekmouli, Jerónimo Maya, Abraham Arenas, Antonio Maya, José Maya Serrano, Alfonso Losa. ESCENOGRAFÍA, ATREZZO Y VESTUARIO: José Maya. COREOGRAFÍA: José Maya Serrano. MÚSICA Y AMBIENTES SONOROS: Juan Maya. DISEÑO DE ILUMINACIÓN: Miguel Agramonte.

Cuando, tras el estreno del nuevo montaje de La zapatera prodigiosa el pasado 14 de enero en el Teatro Pavón de Madrid, tuve la oportunidad de hablar con algunos de los intérpretes de la compañía y les pregunté cómo habían podido ejecutar con tanta precisión y brillantez el espíritu de Federico García Lorca sobre el escenario, me respondieron con inequívoca convicción que el director, José Maya, conoce perfectamente la obra del autor granadino y que, en el transcurso de los ensayos, supo trasmitir con absoluta claridad a todo el reparto las directrices que deseaba para la representación. Y, efectivamente, dichas palabras encajan como un guante a su puño en lo que los espectadores presentes tuvimos la oportunidad de contemplar solo unos minutos antes. El montaje de La zapatera prodigiosa en el Teatro Pavón sabe acoger de forma lúcida e inteligente el espíritu lorquiano con plenas autenticidad e integridad, sin caer en el error, más veces repetido que las que podríamos desear, en reducirlo a una única dimensión o vertiente. La riqueza de Federico en cualquiera de sus creaciones es tan abrumadora que es altamente tentador prescindir de las facetas más profundas y complejas y presentar únicamente una lectura que se acomode a los datos biográficos ampliamente conocidos sin reparar en todo el abigarrado trasfondo sobre el que se construye cualquiera de sus textos. Ello no es así en el montaje del Teatro Pavón, que logra que captemos toda esa deslumbrante exuberancia, dejando al espectador, al mismo tiempo, con plena libertad para que se sienta cómodo en cualquiera de las interpretaciones posibles. Puro teatro, puro arte, puro respeto a todo el potencial que es capaz de encerrar todo acto escénico. 


Arriba, dibujo que recrea una escena del montaje de La zapatera prodigiosa en el Teatro Pavón con Lydia Aranda y Francesc Galcerán


El argumento de La zapatera prodigiosa (1930) remite en primera instancia a otras obras lorquianas como Bodas de sangre (1933), Yerma (1934), Doña Rosita o el lenguaje de las flores (1935) o La casa de Bernarda Alba (1936), en las que las protagonistas femeninas se mueven en el opresivo ambiente de un pueblo pequeño en el que los prejuicios, las habladurías, las maledicencias y las actitudes autoritarias ahogan las ansias vitales y de liberación de los personajes. En este caso, es una mujer joven casada con un zapatero mayor que ella que se convierte en blanco de los rumores de (falsa) infidelidad que ella estaría cometiendo contra su marido, el cual, no pudiendo soportar más la situación, acaba abandonándola. En esta pieza teatral, como en otras de Lorca, existen, a la vez, abundantes elementos formales de carácter tradicional (rasgos de la cultura popular, sobre todo musicales y de baile, estructuras de la tragedia griega –los vecinos formando un "coro" frente a los "héroes" protagonistas–, el tema de la esposa fiel que aguarda el regreso de su marido, claramente emparentado con la Odisea de Homero y la espera de Penélope al regreso de Ulises...) con otros de condición claramente innovadora (la aparición del autor en la primera escena de la obra dirigiéndose directamente al público, los continuos cambios de atmósfera que dan lugar a una estructura de escenas semiautónomas unas de otras con continuos giros formales que proporcionan gran agilidad a la trama, combinación de drama, farsa, humor y crítica social...) que son el correlato perfecto a la condición existencial de los personajes: esa tensión entre elementos clásicos y experimentales va paralela al dilema de los protagonistas entre permanecer en el lugar y contexto donde viven (lugar y contexto que les asfixia en sus aspiraciones) o huir de ellos para iniciar una vida radicalmente nueva, dilema que, como es sabido, es la columna vertebral de toda la obra lorquiana, tanto teatral como poética. Con ello, estamos diciendo que el teatro de Federico conforma siempre un conjunto perfectamente cohesionado y, al mismo tiempo, es una honda indagación antropológica sobre la raíz y la fenomenología del deseo, el ansia y la frustración.


Arriba, dibujo que recrea otra escena de La zapatera prodigiosa de Federico García Lorca


Resulta sencillo apreciar que no es nada fácil mostrar en cualquier montaje de la obra de Lorca todos estos aspectos y ser fiel a los mismos y, como ya hemos dicho con anterioridad, el que tuvimos la oportunidad de contemplar en el Teatro Pavón lo hace plenamente. Atendiendo en todo momento al texto de la obra y eludiendo la imposición de un discurso preconfigurado y simplificador, la compañía sabe transmitir toda la complejidad de la pieza teatral y la presenta al espectador de manera que este tenga la capacidad de construir sus propias lecturas a partir de los choques e interacciones entre los diferentes personajes que se desenvuelven sobre el escenario. Todos los actores se acompasan limpia y prodigiosamente a la escurridiza gradación de intensidad dramática de la trama y todas sus actuaciones terminan conformando un conjunto compacto en el que nada desentona ni desafina. Es toda una delicia contemplar cómo todos sus movimientos en el escenario conforman prácticamente una coreografía sin música (aunque en varias ocasiones la música esté presente a través de las canciones que se incluyen a lo largo del argumento) que los intérpretes ejecutan sobre las tablas dibujando lo que podríamos definir como un ballet en prosa con ritmo de verso que se desarrolla de forma grácil y ligera ante nuestros ojos como si fuera espontáneo pero que, obviamente, no puede serlo sino que solo puede ser fruto de un duro proceso de trabajo. Este baile sin orquesta es, sin duda, la mejor solución escénica que se puede brindar al texto lorquiano y la compañía de José Maya nos lo presenta sin restar un ápice a la precisa labor de caracterización de los personajes, que son delineados con finas precisión y contundencia. Hay que destacar, por supuesto, a quienes encarnan los papeles protagonistas, Lydia Aranda, en el papel de La Zapatera, Francesc Galcerán, como El Zapatero, y Jacobo Dicenta, como El Alcalde, en quienes recaen el mayor peso de la obra, pero sería injusto no mencionar a Belén Orihuela, que encarna varios roles a lo largo de la pieza, a Jerónimo Maya, Sonia Blanco, Lilli Lekmouli, Abraham Arenas, Antonio Maya y el propio José Maya, que vienen a integrar, cada uno con su propia personalidad, el que podemos considerar "coro" de la obra, y a José Maya Serrano y Alfonso Losa, que se marcan un baile excepcional, con funciones narrativas, en la parte final de la trama.


Arriba, un dibujo que recrea otro de los momentos de La zapatera prodigiosa

 

Podemos interpretar La zapatera prodigiosa de diversos modos, algunos incluso más próximos a los tiempos actuales que al momento en que se compuso y se estrenó la obra (lo cual demuestra la modernidad de Lorca y su capacidad para alcanzar y mostrar las inquietudes más profundas y permanentes del ser humano y diseccionarlas hasta sus últimas consecuencias): como un ejercicio de crítica social contra los ambientes colectivos que condicionan negativamente la vida y libertad del individuo, como una reivindicación entusiasta y apasionada del goce de vivir y una exploración de los obstáculos que se oponen a ese afán, como una observación metafórica de la situación de opresión de la condición femenina, en un sentido más amplio como el poder creador (el poder de la fertilidad) que alberga el alma de toda mujer, como el análisis de lo que hoy denominaríamos una relación tóxica, como una revisión y actualización de los mitos clásicos para acreditar su actualidad y su universalidad, como la expresión alegórica de los dilemas en los que el propio autor estaba sumido... Todas estas lecturas valen y son legítimas y el montaje en el Teatro Pavón deja abierta la posibilidad de acogerse a cualquiera de ellas y disfrutarla en toda su amplitud. Si quieren comprobarlo por sí mismos, no tienen más que asistir a algunas de las próximas representaciones, las cuales tendrán lugar los próximos 9 de febrero y 2, 23 y 30 de marzo, y comprobarán que, efectivamente, cuando se llega a la más honda esencia del poeta y dramaturgo de Fuente Vaqueros, Lorca se nos aparece como un autor eterno que ha sido capaz de captar la naturaleza más oculta y recóndita del ser humano, identificarse con ella y hacer partícipe de la misma a todos sus lectores y espectadores. Por encima de cualquier simplificación, esto es lo que hay que poner en valor en relación a uno de los más importantes escritores de la historia de nuestra literatura. 



Arriba, dibujo que recrea un momento del montaje de La zapatera prodigiosa en el Teatro Pavón con Lydia Aranda y Francesc Galcerán


 



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