EL VIAJE COMO METAMORFOSIS

En el dibujo superior, recreación de uno de los momentos iniciales de El cielo protector de Bernardo Bertolucci


Al principio de El cielo protector (1990) de Bernardo Bertolucci, Debra Winger decía a sus dos acompañantes, John Malkovich y Campbell Scott: "Nosotros no somos turistas. Nosotros somos viajeros". "¿Cuál es la diferencia?", pregunta Campbell Scott. Es John Malkovich quien lo aclara: "Un turista solo piensa en regresar a casa nada más llegar". Debra Winger remacha la explicación: "Un viajero puede no regresar nunca". En este sucinto diálogo, se condensa todo un imaginario que está presente en la historia de la literatura casi desde sus mismos inicios (y que de ahí pasó al cine) y que llega hasta el día de hoy, desde la Odisea de Homero, pasando por la Eneida de Virgilio, Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, Mody Dick de Herman Melville, El cielo protector de Paul Bowles, En la carretera de Jack Kerouac, Los pasos perdidos y El siglo de las luces de Alejo Carpentier o La aventura equinoccial de Lope de Aguirre de Ramón J, Sender, el relato sobre el viaje transformador, el viaje que no es solo un hecho físico sino, sobre todo, un hecho espiritual, un acontecimiento que cambia decisivamente el alma de las personas que han emprendido un trayecto trascendental para sus vidas: la idea del "viaje iniciático", el viaje que marca un hito que será un dramático punto de giro en la biografía del personaje protagonista, un viaje que cambiará para siempre el curso del tiempo.


En el dibujo superior, otro momento de la primera secuencia de El cielo protector de Bernardo Bertolucci


El cielo protector (1949) de Paul Bowles, del mismo modo que hace la adaptación para el cine que Bernardo Bertolucci dirigió en 1990 y que antes hemos comentado, añade una dimensión generada por los cambios sociales, económicos y culturales provocados por la Revolución Industrial: el "viaje iniciático" como huida del mundo frío, previsible y mecanizado en el que las sociedades occidentales se han convertido y la búsqueda de un lugar puro no contaminado por los males de la modernidad. En cierto modo, ello acaba siendo un intento de poner a prueba el "mito del buen salvaje" de Jean-Jacques Rousseau: si el progreso deforma la naturaleza benéfica innata del ser humano, ¿el dirigirse a lugares en que ese progreso aún no ha hecho mella nos permitirá encontrarnos con sociedades felices y bondadosas? La respuesta nunca es afirmativa porque el avance de la civilización tiene tanto su lado oscuro como su lado luminoso y nunca podemos reducir la realidad a axiomas simples y elementales. Por tanto, acabe bien o acabe mal, el viaje siempre acaba revelando verdades que desmienten nuestras teorías iniciales y nos muestra que los paraísos no existen, que solo son un producto de nuestra mente para hacernos soñar con entornos idealizados que permitan evadirnos de la gris realidad.

En el siguiente vídeo, titulado Ítaca somnolienta, he sintetizado todas estas ideas de impulso de huida, de encuentro con realidades diferentes a las habituales, de temor al encuentro con lo ajeno y desconocido y el regreso a un mundo determinado por la estandarización, la informatización y la robotización. Sus protagonistas, ¿son turistas o son viajeros? Quizás, son personas que pensaron que eran viajeros pero que descubrieron que tan solo eran turistas... Esa es la triste conclusión con la que muchos viajes finalizan. A continuación del vídeo, he enlazado (en versión original) la película británica Scott en la Antártida (1948) de Charles Frend, la cual está en dominio libre, que narra la expedición de Robert Scott al Polo Sur.

 

VÍDEO: IDA Y VUELTA: ÍTACA SOMNOLIENTA

 

 

PELÍCULA SCOTT EN LA ANTÁRTIDA (1948) DE CHARLES FREND

 

 

 

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