"LAS PALABRAS DEL DESCONOCIDO", NUEVA NOVELA DE JOSÉ MANUEL CRUZ

"EL DESCONOCIDO" DE CARMEN KURTZ : TRAUMA Y TEMOR

 



Entre el 14 de noviembre y el 23 de diciembre de 2025, se ha representado en la Sala Margarita Xirgu del Teatro Español de Madrid la obra teatral El desconocido, basada en la novela homónima de Carmen Kurtz, publicada en 1956, que ha sido adaptada para la escena por Yolanda Pallín. El argumento de la obra parte de un hecho real: la repatriación de los soldados de la División Azul que cayeron presos en la Unión Soviética tras la retirada alemana en la II Guerra Mundial y permanecieron cautivos en campos de concentración hasta 1954. Uno de estos soldados, tras su regreso, contempla cómo no logra encajar en su vida anterior ni consigue retomar con normalidad las relaciones ni con su familia ni con su esposa. El montaje de la representación, bajo la dirección de Laura Garmo se sirvió de un intenso mimimalismo escénico, con el manejo a lo largo de la función de unos pocos elementos de decorado, pero que lograban trasladarnos con absoluta eficacia al ambiente y atmósfera de los años 50 gracias, sobre todo, al magnífico trabajo de todo el elenco, formado por Ángela Boix, Toni Agustí, Elena González, Mariano Llorente, Victor Antona y Paco Flores, quienes, además de encarnar más que convincentemente a los personajes, consiguieron controlar magistralmente el ritmo narrativo conformado por continuos saltos temporales. Acostumbrados a cierta tendencia del presente (sobre todo en determinadas series de televisión) de tratar determinados momentos del pasado desde una perspectiva absoluta y exclusivamentemente actual, creando relatos involuntariamente anacrónicos (en el sentido de que no corresponden a tiempo real alguno sino a un tiempo en última instancia imaginario que nunca ha tenido lugar), se agradece profundamente que asistamos a una representación que refleja una época con fidelidad y ajustada a los exactos parámetros en los que la misma se desenvolvió. Aquí no ha habido ni trama ni cartón recurriendo a un medio facilón de hacer la obra más (falsamente) digerible para el espectador sino que se ha respetado lo que una etapa de la Historia fue, significó y cómo fue vivida y percibida por sus testigos directos.


Toni Agustí y Ángela Boix, protagonistas de El desconocido


Tal como vemos El desconocido, nos recuerda, por su argumento y al modo de desarrollarlo, a muchas otras obras de la segunda mitad de la década de los 40 y de la década de los 50 y a lo que, en las mismas, se consideraban parámetros de calidad y relevancia temática (que siempre estaba impregnada de un voluntario o inconsciente existencialismo que era la inequívoca marca de identidad del momento). Podemos traer a colación novelas como Nada (1945) de Carmen Laforet, La sombra del ciprés es alargada (1948) de Miguel Delibes, Pequeño teatro (1954) de Ana María Matute o Duelo en El Paraíso (1955) de Juan Goytisolo, obras de teatro como En la ardiente oscuridad (1951) de Antonio Buero Vallejo, Condenados (1951) de José Suárez Carreño, Escuadra hacia la muerte (1954) de Alfonso Sastre o Murió hace quince años (1954) de José Antonio Giménez-Arnau o películas como Los ojos dejan huellas (1952) de José Luis Sáenz de Heredia, Muerte de un ciclista (1955) y Calle Mayor (1956) de Juan Antonio Bardem, Balarrasa (1951) y Todos somos necesarios (1956) de José Antonio Nieves Conde, La patrulla (1954) de Pedro Lazaga o Embajadores en el infierno (1956) de José María Forqué. En todas ellas laten en diferente grado cuestiones como los traumas provocados por dolorosas experiencias del pasado, la angustia por un futuro que se presenta siempre amenazante (aunque, paradójicamente, pudiera ser esperanzador) o el dominio de una sensación de inautenticidad que impide al ser humano cumplir con las vocaciones de orden superior para las que parecía estar destinado. Toda esta atmósfera moral está presente en El descoocido, generando un asfixiante sentimiento de claustrofobia pero latiendo sutilmente el presentimiento de que la vía de salida pudiera hallarse a la misma vuelta de la esquina. Los dos protagonistas, el solado que regresa de su cautiverio y la esposa que lo esperó durante años (un Ulises y una Penélope trasladados a la mitad del siglo XX, como los pasajes de la Odisea que se fueron proyectando a lo largo de la función nos sugerían directamente) no son felices porque, precisamente, saben que podrían serlo, porque saben que debe de haber otra vida diferente más allá de la vida plana y gris a la que parecen estar condenados. Y ese es el conflicto que angustiosamente sufren.


Otro momento de El desconocido con Toni Agustí y Ángela Boix

 

Mi interés por El condenado no provenía únicamente de la obra en sí sino de una cuestión adicional que no dejaba de darme vueltas en la cabeza: ¿qué nos puede decir una obra de los años 50 a los espectadores de 2025 para que se haga el esfuerzo de adaptarla, recrearla y llevarla a las tablas?¿En qué medida podemos sentirnos conectados con ella?¿Tiene un mero interés histórico o hay algo más en ello? Hay muchas obras del pasado que, siendo reconocido su valor por críticos y especialistas, no son representadas en el día de hoy porque, probablemente, se duda (con razón o sin ella) de que la sensibilidad y gustos del público actual pudieran sentirse identificadas con las mismas. Tampoco podemos recurrir al argumento simple de que se trata de reivindicar a una mujer escritora que había caído en un relativo olvido porque hay otras que también han pasado a estar injustamente en un plano muy secundario y sigue sin hablarse para nada de ellas (pienso, por poner solo algunos ejemplos, en María de Zayas, Fernán Caballero, Concha Espina, Mercedes Formica, Carmen Conde, Mercedes Salisachs o Montserrat Roig). La recuperación de El desconcocido debe responder a motivos profundos que nos pueden mostrar aspectos relevantes de nuestra época de modo indirecto e insinuante, a pesar de que las respectivas situaciones sociales, culturales, políticas y económicas entre los años 50 y el día de hoy sean muy diferentes. Y, posiblemente, esos motivos radiquen en los elementos comunes que se hallan presentes en ambas épocas y que, si reparamos en ellos, no terminan de ser reconocidos o discutidos de manera abierta en los medios de comunicación y en las expresiones culturales dominantes. La representación de El desconocido vendría a ser el síntoma de algo que no se deja que sea explícito porque, de serlo, obligaría forzosamente a replanteamientos nuevos y tajantes.


Un momento de El desconocido con todo el elenco sobre el escenario


¿A qué me refiero con lo que he dicho al final del párrafo anterior? Aunque creamos que vivimos en un conjunto de circunstancias muy diferentes a las de los años 50, hay al menos tres factores que compartimos con quienes vivieron a lo largo de esos años y dieron testimonio de ello. El primero, la presencia de traumas del pasado debido a cataclismos de gran envergadura. Si, en el pasado, fue la II Guerra Mundial y, en el caso español, la Guerra Civil con todas sus consecuencias posteriores de represión y exilio, en nuestro caso tenemos, por un lado, la grave crisis económica que estalló en 2007 y sus devastadoras secuelas (que aún hoy padecemos aunque y que llevan desde entonces siendo ignoradas y silenciadas por la clase política dirigente y los medios de comunicación) y la pandemia de COVID que nos afectó a nivel mundial entre los años 2020 y 2022 que, en mayor o menor medida, instaló una atmósfera de temor latente de la que aún hoy no nos hemos librado del todo. El segundo factor a considerar es la inquietud sobre el futuro. En los años 50, la Guerra Fría y el temor a un conflicto nuclear ocupaban todo el protagonismo. Hoy, la intensa polarización política que se vive en las democracias occidentales (nunca conocida antes por las generaciones actuales), el clima casi prebélico que se respira en el panorama internacional y la preocupación por los avances descontrolados que pudiera haber en el campo de la Inteligencia Artificial (IA) han tomado con creces el relevo de inquietudes de otros tiempos. Finalmente, debemos mencionar que existe una sensación de frustración o, como mínimo, desencanto crecientes a nivel individual de la que determinados comportamientos en redes sociales tienden a traslucir y que son paralelas al papel que la angustia de corte existencialista jugaba tras el fin de la II Guerra Mundial. Nuestra época actual se parece a la década de los 50 más de lo que estamos dispuestos a admitir. Pero, ¿no podríamos pensar que el correlato habría que hacerlo con la década de los 30, como en un artículo anterior también comenté? Ambas hipótesis de equivalencia o similitud son viables pero hay un factor relevante que podría desequilibrar la balanza. En los años 30, no había temor a ningún cataclismo que pusiera en peligro la existencia humana (de hecho, esa ausencia de temor explica la ausencia de frenos y filtros para todo lo que ocurrió). Hoy, como en los años, 50, ese temor sí está presente, sea por una guerra nuclear, un virus, una catástrofe climática o la acción de la IA. Y ese temor nos lleva a un estado de ánimo cercano, muy cercano, al existencialismo posterior a la II Guerra Mundial.


Otro momento de El desconocido, obra basada en la novela homónima de Carmen Kurtz


Releyendo la biografía de Carmen Kurtz, descubrimos que lo que narró en su novela estaba relacionada con un hecho muy importante de su biografía: nacida en Barcelona en 1911 siendo nieta y bisnieta de emigrantes españoles que habían vivido en Estados Unidos, México y Cuba, se casó con un francés, Pedro Kurtz, de quien tomó su apellido para crear su nombre literario, y su marido llegó a estar en un campo de concentración entre 1941 y 1943, trasladándose el matrimonio a España en dicha fecha al quedar él libre. La novelista no hablaba de una experiencia que le resultara ajena sino que utilizó la oportunidad que le ofrecía el retorno de los soldados de la División Azul para hablar de su propia vivencia, de cuando ella fue Penélope y su marido, el Ulises que retornaba al hogar. Por ello, hay en el relato un sentimiento de verdad que nos llega incólume e intacto hasta nuestros días. Más allá de esta circunstancia, el espíritu de la época que le tocó vivir conecta con nosotros a través de intrincados recovecos históricos y temporales. No solo conecta, podríamos decir que regresa, como si la teoría del Eterno Retorno de Nietzsche tuviera un fundamento real. O, tal vez, es que nunca abandonamos ese tiempo y desde entonces estamos instalados en el. Sea como sea, de modo sorprendente El desconocido no nos resulta ajena sino que la llegamos a considerar próxima a nosotros mismos por motivos que se nos pueden escapar pero que son mucho más poderosos de lo que las apariencias nos invitan a pensar. El ser humano contemporáneo surge tras los campos de concentración nazis, tras Hiroshima y Nagasaki, tras los gulags soviéticos, y todavía no ha llegado a discernir cómo es posible controlar la tecnología sin provocar la devastación de vidas y conciencias. Esa era la coyuntura de los años 50 y, en mayor o menor medida, aunque no queramos reconocerlo, sigue siendo la nuestra.


 
Ángela Boix y Toni Agustí, protagonistas de El desconocido



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