"LO QUE QUISIMOS SER" DE ALEJANDRO AGRESTI: MENTIR SIN ENGAÑARSE

En los dibujos superiores, recreaciones del cartel y de una de las escenas iniciales de Lo que quisimos ser de Alejandro Agresti


Este viernes 20 de junio se estrena en los cines españoles la película argentina Lo que quisimos ser (2024), la cual ya tuvimos la oportunidad de ver en el último Festival de Málaga. Se trata de un film dirigido por Alejandro Agresti –El viento se llevó lo que (1998), Una noche con Sabrina Love (2000), El sueño de Valentín (2002), Todo el bien del mundo (2004), La casa del lago (2006)– y protagonizado por Eleonara Wexler –El dedo en la llaga (1996) de Alberto Lecchi, Amateur (2016) de Sebastián Perillo, Thinking of Him (2018) de Pablo César, Algo incorrecto (2022) de Susana Nieri, Historias invisibles (2024) de Guillermo F. Navarro y la serie española de Antena 3 La valla – y Luis Rubio –El amor menos pensado (2018) de Juan Vera, Un crimen argentino (2022) de Lucas Combina, El asistente (2023) de Augusto Tejada–, en el que ambos intérpretes dan vida a dos personajes maduros, baqueteados por razones diferentes por la vida, que se encuentran por casualidad en un cine de Buenos Aires que proyecta Luna nueva (1940) de Howard Hawks –proyección de la que ellos son los únicos dos espectadores–. Terminada la proyección, se dirigen a un elegante bar cercano y, una vez allí, acaban entrando en un juego en el que ambos parecen sentirse cómodos: no van a revelar nada de sus vidas reales y van a interactuar entre ellos como si fueran las personas que les hubiera gustado ser.



Los personajes interpretados por Eleonora Wexler y Luis Rubio se conocen en un cine de Buenos Aires que proyecta Luna nueva de Howard Hawks


De factura absolutamente clásica y hasta académica, Lo que quisimos ser, sin embargo, es una película que conecta a la perfección con el estado de ánimo que embarga actualmente a muchas personas que se ven sacudidas, abrumadas y sobrepasadas por los hechos y noticias que la realidad les ofrece. Ahora, que he tenido la oportunidad de revisarla, incluso me ha parecido más actual que cuando hace algo más de dos meses la vi en el Festival de Málaga porque la situación que vemos cada día va degradándose y degenerando a pasos tan forzados que cada vez es más verosímil y comprensible que haya quien tenga que refugiarse en una realidad paralela para escapar, aunque solo sea por unos instantes, de los zarpazos de la vida auténticamente real. Y, en el caso de Lo que quisimos ser, esa realidad paralela no es verdaderamente falsa ya que, en última instancia, está construida a partir de aquello que los dos personajes les hubiera gustado hacer y que, finalmente, no hicieron. Si, como se dice al principio del film, todos interpretamos un papel destinado a no molestar a aquellos que nos rodean con el fin de no estar solos, ¿por qué no interpretar un papel junto a alguien que muestre nuestro auténtico yo?¿No sería algo más verdadero y sincero que lo que hacemos a lo largo de nuestra vida diaria? Toda la película está atravesado por esa dualidad entre lo que "somos" o, mejor dicho, lo que nos mantiene clavados y atrapados en circunstancias ajenas a nosotros mismos, y aquello que es lo que quisimos ser pero no pudimos serlo, no nos atrevimos a serlo, no nos dejaron serlo o no logramos serlo, de forma que el argumento viene a ser la historia de dos personajes escindidos que quieren encontrar alivio para esa escisión que les hiere y les provoca dolor. Si mencionamos que el desarrollo argumental de la película alcanza la grave crisis económica que afectó a Argentina a finales de 2001 y principios de 2002, es fácil percatarse de que el guion sabe trazar un arco narrativo perfecto que abarca tanto lo personal como lo social, lo individual como lo colectivo, lo que afecta a la más estricta intimidad del ser humano y lo que se refiere a la interacción de este con sus semejantes. Es decir, el film se acaba convirtiendo en un pequeño y completo tratado sobre la frustración, la decepción y la quiebra de las expectativas.


En Lo que quisimos ser, sus dos protagonistas quieren encontrar el modo de refugiarse de una realidad adversa


La última película de Alejandro Agresti tiene otros matices que no conviene dejar pasar de largo. El primero, se refiere a las actuaciones de la pareja protagonista, que casi se mueven en registros diferentes en consonancia con el carácter diferente de cada uno de ellos: más serio, severo e introvertido el de él, más chispeante, irónico y expresivo el de ella. Podemos llegar a pensar que, en el contexto de sus vidas corrientes y de sus rutinas cotidianas, ambos no podrían llegar a ser efectivamente una pareja o que, incluso, la mera amistad sería complicada, son dos personas que solo pueden llegar a conectar a través del juego de máscaras (o, mejor, de desenmascaramientos) que los dos han convenido poner en marcha. En este sentido, hay que recordar que la palabra "persona" proviene, etimológicamente, del vocablo griego prosopon ("máscara"), el cual derivó en el sustantivo latino persona, que se refería a la máscara que cubría el rostro de un actor teatral. Es decir, el término "persona", si atendemos al origen último de la palabra en sí, vendría a expresar que todos interpretamos un papel en la obra de la vida. Es más, seríamos (o podríamos ser) única y exclusivamente ese papel y, una vez en él, no podríamos salirnos del mismo. Salirnos de él es imposible, desenmascararse solo es factible, paradójicamente, recurriendo a un mecanismo ficticio alejado de lo que consideramos la estricta realidad, que es al que los dos protagonistas de la película recurren para remediar sus respectivos problemas (de hecho, hay en la trama una conversación sobre los actores, sus papeles y su personalidad que adquiere mayor trascendencia si aceptamos la idea de que, a fin de cuentas, todos somos en cierto modo actores de nuestras propias vidas). Por otro lado, que la relación entre ambos personajes nazca en un cine solitario que proyecta películas clásicas –aparte de Luna nueva, los dos conversan sobre Testigo de cargo (1957) de un modo que revela  bien a las claras que ambos conocen perfectamente la película y que han tenido que verla varias veces– hace inevitable pensar que, sin llegar a hablar de arrebatos impulsivo de nostalgia o melancolía, sí que una moraleja implícita de la historia es que la marcha de los tiempos nos van haciendo cada vez más insinceros y que la impostura (y la imposibilidad de aspirar a ser lo que verdaderamente queremos ser) no hace sino ganar terreno y preponderancia.


Luis Rubio y Eleonora Wexler protagonizan Lo que quisimos ser de Alejandro Agresti

 

Por todo lo dicho, no me parece casualidad que, en estos días en que Lo que quisimos ser se estrena en España, se anuncie que vuelvan a los cines de nuestro país Léolo (1992) de Jean-Claude Lauzon, la historia de un niño que escapa de su dura realidad refugiándose en un mundo de fantasía e imaginación, y La quimera del oro (1925) de Charles Chaplin, representativa de una mentalidad humanista cada vez más ausente en el mundo actual. Ambos vectores vendrían a converger en Lo que quisimos ser, que es, a la vez, exploración intimista del alma humana, con todas las contradicciones y evasiones que nos explican y dan razón de nuestras actitudes y comportamientos, y apelación humanista a un mundo que pudiera estar construido a la medida real de las personas, de sus modestos sueños y también de sus inevitables limitaciones. Cuando la vida de don Quijote de la Mancha, otro personaje que también decidió refugiarse en un universo fantástico para huir de la gris realidad que le rodeaba, está llegando a su fin, el personaje dice: "Yo fui loco, y ya soy cuerdo: fui don Quijote de la Mancha y, soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuesas mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía". Es decir, para recuperar, en el momento final, el aprecio y reconocimiento de los demás, don Quijote tiene que ocultar la que, posiblemente, era su más genuina personalidad, y volverse a colocar la máscara por la que todos le conocían. Pero no lo hace hasta el instante en que sabe que va a morir. Porque, en el transcurso de muchas biografías, es inevitable que haya un momento en que se decida arrojar al fuego todas las convenciones socialmente aceptadas y una persona decide mostrarse y revelarse tal cual es. Sobre todo cuando te invade la sensación de que la vida te ha traicionado o, todavía más, cuando llegas a la intuición de que no va a dejar de traicionarte jamás. Creo que ahí reside uno de los sentidos últimos de Lo que quisimos ser de Alejandro Agresti, una película que, no me cabe la menor duda, sera diversa y diferente según el espectador que se enfrente a ella. Y, claro está, esa es otra de las virtudes de la película que mañana viernes se estrena en nuestro país. Si deciden ir a verla, podrán desconectar durante ochenta y cuatro minutos, tal como les ocurre a sus protagonistas, de unas circunstancias grises, ásperas y profundamente desilusionantes. Porque, contra las mismas, siempre tendremos las fábulas, siempre tendremos el cine y siempre tendremos la imaginación.


Arriba, dibujo que recrea un momento altamente simbólico de Lo que quisimos ser. Todos somos una dualidad: por un lado, lo que aparentamos y, por otro, lo que quisimos ser pero no pudimos o no nos atrevimos a serlo



TRÁILER DE LO QUE QUISIMOS SER DE ALEJANDRO AGRESTI

 

 

 

 



Comentarios

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    1. No ha habido una eliminación consciente, solo una corrección. En esencia, el comentario recogía lo mismo que el puesto a continuación.

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  2. Dios bendito, qué maravilla de reseña, todo un pequeño ensayo que va más allá de la película pero que, sin duda, el trabajo de Agresti lleva a él. Como siempre, Jose Manuel Cruz no se queda en lo explícito sino que descubre lo ímplicito en toda obra cinematográfica, artística y literaria. "La situación que vemos cada día va degradándose y degenerando a pasos tan forzados que cada vez es más verosímil y comprensible que haya quien tenga que refugiarse en una realidad paralela para escapar". A mí, que me cuesta reconocer a veces, cuando sueño, si lo soñado es verdad, me alegra profundamente que esa realidad paralela no sea solo un refugio, sino un camino de afirmación del individuo ante la mediocridad fake del sistema y sus derivaciones cotidianas.

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