Sería fácil afirmar que, dentro del panorama cinematográfico español, Albert Serra siempre ha supuesto una excepción o anomalía por diferentes motivos. En realidad, como ya comentamos en uno de los primeros artículos de la revista, habría que precisar dicha afirmación diciendo que se trata de un realizador que forma parte de ese conjunto amplio de anomalías y excepciones formado por directores que, contra viento y marea, y pese a las grandes dificultades de producción, distribución y repercusión que les pueden afectar, saben sacar adelante sus proyectos con estilos personalísimos ajenos a toda moda y corriente dominante. Albert Serra es otro de esos directores inclasificables que no puede dejar indiferente a nadie con sus películas y que volvió a sorprender cuando anunció su documental sobre el mundo de la tauromaquia y sobre la figura del diestro Andrés Roca Rey. Hasta el momento, en sus películas de ficción, dentro de la complejidad de análisis en pocas líneas de sus films, parecía residir como una de sus claves permanentes el esfuerzo por extraer el aliento lírico y épico de determinadas realidades y circunstancias aun procediendo a la sistemática desmitificación de las mismas mediante un naturalismo crudo y directo. Desde un Don Quijote y un Sancho Panza despojados de la retórica y las formas y maneras cervantinas en Honor de cavalleria (2006), unos Reyes Magos que hablaban entre ellos con tono coloquial de payeses del Ampurdán en El cant dels ocells (2008), un Casanova más interesante como tipo socarrón y ocurrente que como irredimible seductor, que terminaba cayendo víctima del conde Drácula, en Història de la meva mort (2013), un Luis XIV en pleno declive físico, del que acabábamos viendo su autopsia (tal cual), en La mort de Louis XIV (2016) o una sesión de cruising a finales del siglo XVIII carente de cualquier rasgo de erotismo o sensualidad en Liberté (2019), sus películas suelen compartir ese rasgo común como seña clara de identidad autoral. Su concepción creativa, más cercana a los principios y postulados del arte contemporáneo que del estricto mundo fílmico –en este sentido, es interesante apreciar como sus dos anteriores documentales, Els noms de Crist (2010) y El Senyor ha fet en mi meravelles (2011) nacen de sendos proyectos expositivos–, permite siempre la generación de un discurso asociado a cada película –en el caso de Liberté, por ejemplo, girando en torno a la idea expresada por Pasolini de que "demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas"–, muchas veces más redondo y contundente que la ejecución de los propios films, que han solido pecar de ciertas torpezas y desequilibrios, de modo que en algunos momentos ha sido inevitable pensar que el resultado final de sus trabajos ha quedado por debajo del potencial que la idea inicial encerraba y que la intensidad alcanzada en los grandes instantes de epifanía que solía incluir en sus obras (absolutamente esencial, claro está, en El cant dels ocells) quedaban deslucidos por otros momentos no tan brillantes en cuanto a su plasmación en pantalla. En definitiva, que Serra podía alcanzar más de lo que había alcanzado en los films que habían ayudado a consolidar su prestigio, que el acabado final de sus títulos quedaba por debajo de los logros de los que el propio director presumía con ostentación.
Escena de Tardes de soledad de Albert Serra
Pacifiction (2022), en ese sentido, supuso un giro tan prometedor como frustrante, en la medida en que logrando indudablemente la perfección en la ejecución de la película y suministraba un mensaje tan potente como perturbador, al mismo tiempo el estilo de Serra desaparecía por completo en beneficio de un mimetismo de los modos y maneras de un Michelangelo Antonioni, mimetismo que se explicaba por la concomitancia de su temática con una película, por ejemplo, como El eclipse (1962), centradas ambas en la relación entre la amenaza atómica y la deshumanización. Por ello, a la hora de ver Tardes de soledad, cualquiera que conociera la obra previa del director debería, por fuerza, sentir curiosidad por qué apuesta formal iba a realizar, si iba a seguir siendo fiel a sus propias señas de identidad estilísticas, si iba a lograr el equilibrio entre discurso y ejecución y, por supuesto, cómo iba a abordar el tema de la tauromaquia y si la película iba a entrar en la polémica entre partidarios y detractores de la fiesta de los toros. Empezando por esto último, Tardes de soledad no entra en la cuestión y, de hecho, tras los títulos de crédito, aparece un rótulo que expresa de manera absolutamente aséptica que "la película se ha limitado a recoger la celebración pública de corridas de toros". Es decir, partidarios y detractores de la tauromaquia pueden encontrar motivos en el film para reforzar y consolidar sus propias posiciones. Por otra parte, muchas de las películas que se han acercado a este mundo en el pasado se han movido entre explorar el carácter y la esencia de la tauromaquia o, más frecuentemente, tratar sobre dimensiones colaterales de la misma (la pobreza que empuja a torear como única salida posible, el ciclo de auge-caída-recuperación de un torero, la idiosincrasia de las personas y ambientes que suelen rodear a las figuras del toreo, biografías de diestros interpretadas por ellos mismos...). Tardes de soledad, en consonancia con la personalidad de su director, se centra exclusivamente en el carácter de la tauromaquia, prescindiendo de cualquier otro aspecto. Vemos las faenas de Andrés Roca Rey, sus trayectos del hotel a la plaza y de la plaza al hotel y sus rituales antes de las corridas. Únicamente eso (llevado a cabo de forma exhaustiva, férrea y sistemática) y nada más. Pero, como es lógico imaginar, cuando se observa algo de manera fija y obsesiva, terminas descubriendo en ello algo que no habías sospechado al iniciar el proceso de observación. Y, en ultima instancia, ello es lo que sucede en Tardes de soledad.
En la parte superior, carteles de películas españolas dedicadas al mundo de la tauromaquia. De izqda. a dcha. y de arriba abajo: Currito de la Cruz (1936) de Fernando Delgado, Currito de la Cruz (1949) de Luis Lucia, Mi tío Jacinto (1956) de Ladislao Vajda, Tarde de toros (1956) de Ladislao Vajda, Los clarines del miedo (1958) de Antonio Román, A las cinco de la tarde (1960) de Juan Antonio Bardem, El Litri y su sombra (1960) de Rafael Gil, Aprendiendo a morir (1962) de Pedro Lazaga, Chantaje a un torero (1963) de Rafael Gil, La becerrada (1963) de José María Forqué, El espontáneo (1964) de Jorge Grau, Currito de la Cruz (1965) de Rafael Gil, El momento de la verdad (1965) de Francesco Rosi, Nuevo en esta plaza (1966) de Pedro Lazaga, Las cicatrices (1967) de Pedro Lazaga, Sangre en el ruedo (1969) de Rafael Gil, El monosabio (1978) de Ray Rivas, Tú solo (1984) de Teo Escamilla, Matador (1986) de Pedro Almodóvar, Belmonte (1995) de Juan Sebastián Bollaín y Hable con ella (2002) de Pedro Almodóvar
La cámara cinematográfica es un bisturí diseccionador implacable. Colocada ante una realidad el tiempo suficiente, acaba mostrando sorprendentemente los perfiles, aristas y facetas más recónditos que esa realidad esconde, llegando a mostrar lo que puede ser invisible hasta para sus propios protagonistas. En ocasiones, hasta lo que, en un primer momento, puede pasar inadvertido al mismo autor del film. La cámara de Tardes de soledad, observadora muchas veces fija, casi siempre realizando el menor número posible de movimientos, con ese naturalismo crudo y directo del que hemos hablado con anterioridad, parece querer penetrar en el alma de lo observado, saber qué hay más allá de la mera superficie. Y, en ese ejercicio realizado a destajo y concienzudamente casi como acto de penitencia, va construyendo una trama secreta de la película por debajo de su solo aparente ausencia de trama en su nivel más a flor de piel. En la primera escena del film, vemos de frente a un toro y, a continuación, a quien vemos de frente es a Andrés Roca Rey. Ambos serán los contendientes de la batalla que veremos a continuación pero, a partir de ese momento, esa cámara va convirtiendo al torero en un personaje separado del resto, en una especie de héroe trágico frente al coro que lo acompaña en su recorrido. Es decir, vamos asistiendo, poco a poco, al desarrollo de una tragedia griega en la que el protagonista se convierte en víctima de su propia condición. Porque lo que vemos en la sucesión de imágenes es un proceso en el que el cineasta representa cómo el torero, en sus sucesivas luchas con cada toro, alcanza un grado de conciencia superior en relación a todos quienes le rodean. Su cuadrilla habla, su apoderado habla, los aficionados le hablan expresándole su admiración pero él se va sumergiendo en un silencio creciente, como si se estuviera elevando en un proceso de conocimiento más intenso referido a todo aquello que está viviendo. Porque lo que él vive, los demás lo contemplan; lo que él hace, los demás lo observan. Si Martin Heidegger afirmó que el hombre es un-ser-para-la-muerte, Tardes de soledad vendría a decir que el hombre es un-ser-ANTE-la-muerte y, desde esa premisa, explora la actitud vital, intelectual y emocional que se puede adoptar frente a ello, no estando simplemente ahí sino tomando el control de las circunstancias. En cierto modo, de esta idea es de donde surge el título de Tardes de soledad: el documental retrata a alguien, Andrés Roca Rey, que está solo en su propia lucidez, en el dolor que dicha lucidez le provoca.
Escena de Tardes de soledad de Albert Serra
En virtud de lo expuesto, parece percibirse que el director se va dejando llevar, si no por un sentimiento de fascinación por la figura de Roca Rey, sí uno de atracción o identificación con cómo hace el torero lo que hace (hay un innegable paralelismo con otro documental emblemático del cine español como es Lejos de los árboles de Jacinto Esteva, con el cual haría una estupenda y coherente sesión doble). En el cine de Serra, es muy importante siempre la consideración de la distancia de la cámara frente a lo filmado (de hecho, ello es un rasgo común con la tauromaquia, donde la distancia entre toro y torero es un elemento fundamental) de manera que, a partir de sus películas, se podría construir toda una teoría general del plano. Ello fue crucial, por ejemplo, en Liberté, en la que hay un cuidado extremo para que cada escena, cada momento y cada situación se filmara a la distancia justa para que conviviera la claridad y precisión de lo mostrado con el desapego y objetividad máximos en relación al objeto de filmación. En Tardes de soledad, la distancia de la cámara da preferencia a que toro y torero nunca compartan plano (ello ocurre muy pocas veces en la película), con la idea de reforzar el concepto de "soledad" sobre el que el documental se asienta. Siendo al principio una distancia fría, a partir de un determinado instante (posiblemente, aquel en que un toro casi le da una cornada en el pecho al diestro al dejarlo atrapado contra una de las barreras de la plaza), el protagonista del film va convirtiéndose en algo así como el representante de una autoconciencia pronunciada que ha de cargar sobre sus espaldas con el peso de una revelación que no se puede compartir. ¿En qué medida Albert Serra piensa que Andrés Roca Rey y él están unidos en sus respectivos campos de actividad por llevarlos a cabo siempre al borde de sendos (y diferentes) abismos? En el plano final, íntrínsecamente contradictorio, con Roca Rey mostrado como triunfador y, paradójicamente, filmado en ángulo picado, ¿cabe pensar que Albert Serra se está retratando a sí mismo, jugándose la piel en cada una de sus películas y experimentando todas las dudas e incertidumbres una vez que han quedado concluidas?
Escena de Tardes de soledad de Albert Serra
Posiblemente, Tardes de soledad sea la película más compacta y equilibrada hasta la fecha de Albert Serra, lo cual no quiere decir automáticamente que sea la mejor porque hay quien pensará que el desequilibrio y la brillantez con irregularidades son preferibles en una obra creativa. Pero es indiscutible que en esta película se consigue la armonía entre discurso, estilo y rigor en la ejecución como en ninguno de sus anteriores títulos. Aunque la obra maestra que el cine de Albert Serra promete aún esté por llegar, este documental sobre Andrés Roca Rey es un importantísimo paso para irnos acercando a ella. Y, teniendo en cuenta el riesgo asumido por el realizador al elegir el tema tratado, estamos seguros de que ese film magno será de todo menos convencional y acomodaticio.
TRÁILER DE TARDES DE SOLEDAD
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