CRÓNICAS OLÍMPICAS PARÍS 2024. DÍA 15: EL CUADRILÁTERO MITOLÓGICO

En el dibujo superior, recreación del momento en el que el boxeador español Ayoub Ghadfa llega al recinto donde se celebra la final de la categoría de más de 92 kilos en París 2024

 

Hay varios deportes en los que el cine y la literatura han puesto su atención para convertirlos en objeto de materia narrativa: el atletismo, el fútbol, el béisbol, el baloncesto, el rugby, las carreras de caballos, el esquí, las artes marciales... Pero, probablemente, ninguno ha generado tanta mitología como el boxeo, tanto en sentido positivo como negativo, una mitología que ha provocado que muchas tengan una imagen mental clara, nítida y poderosa de dicho deporte aunque no hayan visto un combate real en toda su vida. La transmisión de ese imaginario se refleja muy bien en El crack (1981) de José Luis Garci, cuando el peluquero (Manuel Lorenzo, interpretando a Rocky) del protagonista (Alfredo Landa, interpretando al detective privado Germán Areta) no deja de contarle mientras le arregla el pelo los combates que él (presuntamente) vio en el Madison Square Garden de Nueva York. Hace poco, hablábamos del libro de relatos de Emilio Porta Banderas rotas y cómo en él figuraba el cuento "El último combate de Bob Acuña", el cual sintetiza a la perfección muchos de los elementos de ese imaginario, el cual siempre gira en torno a la dignidad del luchador en pugna no tanto con su contrincante sino, más bien, consigo mismo y con un entorno cruel, desolador y marcado siempre por la rapiña más sórdida. En la recopilación de artículos de Norman Mailer, América (2005), se dedica un amplio espacio a "The Rumble in the Jungle", el famoso combate entre Muhammad Ali y George Foreman en Kinshasa el 30 de octubre de 1974. Hasta un autor en apariencia tan alejado de ese mundo como Ignacio Aldecoa (1925-1969) llegó a publicar un relato sobre el mismo, Young Sánchez (1957), que sería llevado al cine en 1964 por Mario Camus. Y eso nos lleva a que ha sido sobre todo el séptimo arte quien ha aprovechado las posibilidades narrativas del boxeo y su mundo para plasmarlas en películas. Entre otras muchas, podríamos citar Sueño dorado (1939) de Rouben Mamoulian, El ídolo de barro (1949) de Mark Robson, The Set-Up (1949) de Robert Wise, La ley del silencio (1954) de Elia Kazan, El aire de París (1954) de Marcel Carné, Marcado por el odio (1956) de Robert Wise, Más durá será la caída (1956) de Mark Robson, La gran esperanza blanca (1970) de Martin Ritt, Fat City (1972) de John Huston, Rocky (1976) de John G. Avildsen, Toro salvaje (1980) de Martin Scorsese, Pulp Fiction (1994) de Quentin Tarantino, Huracán (1999) de Norman Jewison, Ali (2001) de Michael Mann, Million Dolar Baby (2004) de Clint Eastwood, Cinderella Man (2005) de Ron Howard, The Fighter (2010) de David O. Russell o El día más feliz en la vida de Olli Mäki (2016) de Juho Kuosmanen. Aunque, desde un punto de vista más superficial, el cine español también ha abordado el tema en El marino de los puños de oro (1968) de Rafael Gil, Cuadrilátero (1970) de Eloy de la Iglesia, Urtain, el rey de la selva... o así (1970) de Manuel Summers, A golpes (2005) de Juan Vicente Córdoba, Alacrán enamorado (2013) de Santiago Zannou o Dioses y perros (2014) de David Marqués y Rafa Montesinos, siendo la mejor la antes citada, Young Sánchez (1964) de Mario Camus.



Todas las historias en torno al boxeo (las creadas pero también la mayoría de las auténticas y reales) giran en torno a la persona sin oportunidades, al desheredado, que no tiene forma de progresar y ascender en la escala social y que encuentra en el boxeo una de sus escasas opciones para lograr salir de la miseria, de la pobreza o de la insignificancia. Una vez que da el paso, deberá descubrir que, para alcanzar su meta, en primer lugar, no vale todo, sino que en el boxeo hay un código moral y de valores que deberá cumplir y que está permanentemente amenazado, tanto por la arrogancia del luchador como por un entorno violento y avaricioso que no dudará en manipular, engañar y explotar a los boxeadores sin ningún tipo de escrúpulo y, en segundo lugar, que, una vez que la meta parece alcanzada, es muy posible perderla por culpa de todos los demonios interiores que habitan en el interior del alma del púgil. Toda esta mitología que acabo de explicar es áspera e incómoda, poco acorde con los discursos que intentan ser generalizados en los tiempos actuales, una mitología que habla de la existencia de clases sociales (no solo grupos definidos a través de criterios raciales, étnicos o de género), más aún, que existe clasismo y que hay segmentos sociales que tienen que recurrir a quehaceres no aptos para cualquiera para poder prosperar, en este caso un quehacer que implica agresividad pero racionalizada dentro de unas estrictas pautas,  un quehacer siempre acechado por una corrupción que es particular del mundo del boxeo pero que es equiparable a la de otros muchos ámbitos del sistema, un quehacer que muestra que los seres humanos no somos angelicales porque en nuestro interior, junto a un lado luminoso, siempre hay un lado oscuro que no podemos eliminar, que solo cabe gestionar para mantenerlo controlado dentro de determinados límites y para el que no es posible la mera negación. Esta fricción entre el imaginario del boxeo y el zeitgeist de nuestros tiempos ha llevado a que el boxeo tenga muy mala prensa y se le haya querido reprimir y silenciar para, no nos engañemos, hacerlo desaparecer. Hay muchos aspectos del boxeo que, seguramente, tienen que ser corregidos pero, frente a lo que ocurre con otras disciplinas, lo que se ha impuesto es una actitud de marginación total y absoluta. Como una cierta venganza de nuestro "lado oscuro", a la vez que el boxeo ha perdido repercusión, la han ganado las artes marciales mixtas de la UFC, las cuales, a mí, me parecen mucho más violentas, sin que, sorprendentemente, hayan surgido las voces críticas que, durante muchos años, han ido contra el boxeo. ¿Ignorancia, inconsistencia, hipocresía o intereses inconfesables?


En el dibujo superior, recreación de un momento del combate entre Ayoub Ghadfa y Bakhodir Jalolov en París 2024


En estos últimos dos días, se han celebrado en París 2024 muchas de las finales de las competiciones de boxeo. En ellas, han participado seis púgiles: cinco boxeadores, Rafa Lozano Jr. (en la categoría de menos de 51 kilos), José Quiles (en la categoría de menos de 57 kilos), Oier Ibarreche (en la categoría de menos de 63,5 kilos), Emmanuel Reyes Pla (en la categoría de menos de 92 kilos) y Ayoub Ghadfa (en la categoría de más de 92 kilos) y, por primera vez en nuestra historia, una boxeadora, Laura Fuertes (en la categoría de menos de 50 kilos). Emmanuel Reyes Pla ha conseguido una medalla de bronce y Ayoub Ghadfa una de plata en sus respectivas categorías (hoy, domingo 10 de agosto, este último ha perdido el combate por el oro en una disputada lucha con el púgil de Uzbekistán Bakhodir Jalolov). El balance creo que ha sido, en términos generales, más que satisfactorio (teniendo en cuenta, además, algunas decisiones controvertidas de los jueces) pero se ha hablado de ello poco, de manera fragmentada, dando las explicaciones mínimas y limitando de manera obvia el alcance de las informaciones (el combate de Ayoub Ghadfa, por ejemplo, se ha retransmitido solo en el canal Teledeporte de TVE mientras La 1 emitía la final de baloncesto masculino entre Estados Unidos y Serbia, y no han dado ningún tipo de información del resultado del combate al finalizar el mismo, algo que contrasta con lo que la televisión pública ha hecho en parecidas ocasiones). Esto no se diferencia mucho de lo que ha tenido que vivir el boxeo en las últimas décadas pero nuestros boxeadores han ido a París a representar a nuestro país como lo han hecho el resto de deportistas y esa idea debería primar cuando, a fin de cuentas, el boxeo es una disciplina aceptada en el catálogo olímpico y debería ser tratada en pie de igualdad con el resto de especialidades. Si, en contra de este planteamiento, hacemos referencia a cuestiones éticas, me limitaré a hacer una pregunta: ¿también se recurrirá al silencio el día en que se lleguen a enfrentar Topuria y McGregor en el estadio Santiago Bernabéu?¿O se publicitará del mismo modo que se han publicitado los conciertos de Taylor Swift en ese mismo recinto? Evidentemente, se tratan de dos preguntas retóricas. 


En el dibujo superior, recreación del momento en que, tras finalizar el combate y antes de conocer el veredicto de los jueces, Ayoub Ghadfa y Bakhodir Jalolov se abrazan en París 2024





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