"LAS PALABRAS DEL DESCONOCIDO", NUEVA NOVELA DE JOSÉ MANUEL CRUZ

"PERSONAS, LUGARES Y COSAS" DE DUNCAN MACMILLAN: LA EXPERIENCIA LÍQUIDA O EL VACÍO


 

Desde el pasado 25 de noviembre y hasta el próximo 11 de enero de 2026, se representa en la Sala Principal del Teatro Español de Madrid la obra Personas, lugares y cosas del británico Duncan Macmillan, adaptada al español y dirigida por Pablo Messiez, un extraordinario montaje en el que los cambios de escenario, los complejos trabajos de todo el elenco (en el que la interpretación tradicional alterna con escenas de baile moderno) y la ruptura de rutinas y convenciones se combinan para crear un función en la que espectáculo y reflexión logran estar simultáneamente presentes en inusitada coexistencia. Comienza la obra y nos encontramos con un decorado de corte decimonónico en el que un actor y una actriz representan una escena de La gaviota de Antón Chéjov. Ella, de improviso, se bloquea y, simultáneamente, todo el escenario colapsa (de modo paralelo al propio colapso de la intérprete) dejando paso a un espacio oscuro en el que la música electrónica que empieza a sonar sugiere que estamos en una discoteca o lugar similar. Hasta allí, ha llegado la actriz, una inmensa y descomunal Irene Escolar que en ese primer minuto de función ya deja claro para quien quiera verlo de que vamos a ser testigos de una soberbia interpretación y de que su papel va a ser una apuesta al todo o nada para encarnar a Emma, un personaje convulso y extraviado que intentará, a lo largo de los ciento cuarenta minutos (con pausa con DJ de por medio) de representación, reencontrar el camino perdido y recuperar un equilibrio que, por momentos, parece inalcanzable.


Irene Escolar protagoniza una colosal actuación en Personas, lugares y cosas

 

El tema central de Personal, lugares y cosas es el de las adicciones, el que sufre el personaje protagonista y que la obligará, tras su derrumbamiento en plena actuación y tras una noche de consumo abusivo de todo tipo de sustancias, a ingresar en un centro de rehabilitación. El núcleo esencial de la obra es el proceso (en dos fases) que Emma deberá realizar para no solo limpiar su cuerpo de sustancias estupefacientes sino, sobre todo, desconectar su mente de la necesidad de consumirlas compulsivamente (aunque su motivación inmediata es únicamente la de conseguir un certificado médico que acredite que su cuerpo está libre de drogas). La obra se convierte, de este modo, en una exploración (dramática, en algunas ocasiones, ácidamente irónica, en otras) de la dura travesía de quien decide desintoxicarse y tiene que enfrentarse a todo tipo de miedos, dificultades y obstáculos autoimpuestos. No sé si el espectador español llegará a comprender todas las claves y etapas del método terapéutico al que se alude en la obra, muy propio del ámbito anglosajón (los lectores de Lawrence Block y de las andanzas del detective Matthew Scudder y los espectadores de la serie de HBO Euphoria sí estarán familiarizados con el mismo) pero, más allá de esta cuestión puntual, que no afecta demasiado a la percepción de la obra, quizás sea mucho más significativo que, hasta cierto punto, el desenlace de la historia, la resolución final del texto, resulta excesivamente simple y plano en relación a la complejidad y enjundia de la que hemos sido testigos a lo largo de los 120 minutos anteriores. Cuando la obra termina, nos queda la sensación de que el sensacional montaje ha estado muy por encima del resultado y acabado del texto.


Los números de baile tienen una importancia dramática decisiva en Personas, lugares y cosas

 

Quiero recalcar la cuestión del final de la historia por tres motivos diferentes: el primero, porque es la principal debilidad del texto; el segundo, porque no es una cuestión exclusiva del propio final sino que se deriva de cómo el propio texto está construido desde su inicio; y el tercero, porque es relevante de muchos de los problemas que afectan, en general, a la creación contemporánea. Si analizamos la obra, nos queda relativamente claro que la misma tiene una fuerte influencia del cine de Ingmar Bergman. El colapso de la actriz al comienzo de la pieza remite al de Liv Ullmann en el inicio de Persona (1966) –además, la presencia de la "doble" de la protagonista que aparece en varios momentos a lo largo de la función también tiene un claro correlato en el mencionado título en la relación Liv Ullmann/Bibi Andersson, perfectamente ejemplificada en el famoso plano donde los rostros de ambas se funden– y el efecto perjudicial de la familia sobre la protagonista es eco de numerosos films del director sueco como Fresas salvajes (1957), Como en un espejo (1961), Sonata de otoño (1978), Fanny y Alexander (1982) o Saraband (2003).  No hay ningún problema en tomar un modelo previo, conocerlo a fondo y, sin copiarlo (claro está), que sirva de guía para superarlo, actualizarlo o renovarlo. El gran inconveniente es que Duncan Macmillan toma el patrón Bergman y, con una insuficiente incomprensión del mismo, traza un final a su texto en el que la familia de Emma casi parece ser la gran causa (no queda claro si la única) de los problemas de adicción de la actriz. Y esta es una simplificación que Ingmar Bergman no solo no se permite (ya que el trasfondo de sus películas siempre se eleva a mayores cotas de hondura y abstracción) sino que sabe de antemano que no se puede permitir porque, en el momento en que el discurso se simplifique o se banalice, todo el andamiaje narrativo, dramático y estético se vendría abajo por culpa de explicaciones esquemáticas y reduccionistas (algo incompatible con la naturaleza de su cine). Es decir, no se puede tomar un modelo de referencia sin comprenderlo adecuadamente. Y, en este caso, es una verdadera lástima porque, como he dicho con anterioridad, el desenlace de la obra no acaba de estar a la altura de los dos primeros tercios de la misma, en la que existen grandes aciertos e intuiciones.


Uno de los momentos de Personas, lugares y cosas que transcurren en una de las sesiones de terapia por las que tiene que pasar la protagonista de la obra


Porque no se puede negar que Personas, lugares y cosas plantea con gran efectividad (además de la cuestión de la sacralización del concepto de "experiencia" como única vía de salida al descreimiento y escepticismo del ser humano contemporáneo) el tema del artista como detector o cámara de resonancia de las grandes tensiones de la época actual, algo que ya esté presente en obras como las novelas Al revés (1884) de Joris-Karl Huysmans, Retrato del artista adolescente (1916) de James Joyce, Fuego fatuo (1931) de Pierre Drieu La Rochelle, El manantial (1943) de Ayn Rand, Retorno a Brideshead (1945) de Evelyn Waugh o Leviatán (1992) de Paul Auster, relatos como El perseguidor (1959) de Julio Cortázar, obras de teatro como Mirando hacia atrás con ira (1956) de John Osborne o Las Meninas (1960) de Antonio Buero Vallejo o películas como El trompetista (1950) de Michael Curtiz, Como un torrente (1958) de Vincente Minnelli, Un loco maravilloso (1966) de Irvin Kershner, Arrebato (1979) de Iván Zulueta, Ordinaria locura (1981) de Marco Ferreri, Un ángel en mi mesa (1990) de Jane Campion, Noviembre (2003) de Achero Mañas, Birdman (2014) de Alejandro González Iñárritu o Velvet Buzzsaw (2019) de Dan Gilroy. La Emma de Personas, lugares y cosas, por su temperamento, por su sensibilidad, por su necesidad de tener que comprender mínimamente el mundo y sus circunstancias para poder llevar a cabo su labor interpretativa, percibe antes que los demás y de forma mucho más intensa los desajustes, las fricciones y las contradicciones del entorno que la rodea y, por ello mismo, está menos capacitada para resistir las embestidas del oleaje. Si Buero Vallejo decía que el teatro era un espejo que el autor paseaba delante de la sociedad para retratarla, la obra de Duncan Macmillan refleja nuestra condición (quizás con un espejo deformado al modo de los que proponía Valle Inclán en Luces de bohemia) en la figura de una actriz que llega al punto límite de no poder soportar más la situación en la que está sumida. Si todos sobrellevamos las situaciones, ella no puede porque cientos de ojos la observan cada noche y, por tanto, su máscara ya no se puede sostener ante su rostro. La moraleja de esta obra, por tanto, se podría aproximar a la idea de que toda apariencia se desmonta fácilmente si existe un examen un poco minucioso sobre la misma por lo que la soledad y la incomunicación son requisitos esenciales para que el orden se mantenga en pie. Ante la lluvia de miradas ajenas, todo se descompone como sucede al comienzo de la obra, que no es solo un comienzo, es la advertencia del precipicio que está justo ante nuestros pies, ante los pies de todos los espectadores de la pieza teatral, ante los pies de una sociedad que tiene que recurrir a todo tipo de adicciones para poder seguir adelante con sus imposturas e hipocresías y que no tiene el valor de reconocerlo.


Personas, lugares y cosas se beneficia de un gran montaje y de una descomunal interpretación de Irene Escolar



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