"LAS PALABRAS DEL DESCONOCIDO", NUEVA NOVELA DE JOSÉ MANUEL CRUZ

35º FANCINE 2025 (3): "OUR HERO, BALTHAZAR", "REFLECTION IN A DEAD DIAMOND" Y "ALPHA"

En la tercera jornada del 35º FANCINE, hemos visto tres películas muy diferentes entre sí. Una producción estadounidense independiente, Our Hero, Balthazar de Oscar Boyson, la cual gira en torno a la proliferación de armas en Estados Unidos. Después, vimos una película belga, Reflection in a Dead Diamond (2025) de Hélène Cattet y Bruno Forzani, que deconstruye y se deconstruye y nos confunde. Y, finalmente, la película francesa Alpha, la última realización de una de las directoras más aclamadas y más rompedoras de los últimos años, Julia Ducournau.

 

Our Hero, Balthazar (2025) de Oscar Boyson


No resulta fácil abordar la problemática de la proliferación de armas en Estados Unidos y hacerlo desde un enfoque que resulte original, llamativo y que aporte perspectivas nuevas e inesperadas. Our Hero, Balthazar de Oscar Boyson, protagonizada por Jaeden Martell –a quien hemos visto con anterioridad en St, Vincent (2014) de Theodore Melfi, It (2017) e It: Capítulo 2 (2019) de Andy Muschietti, y Puñales por la espalda (2019) de Rian Johnson– y Asa Butterfield –el protagonista de La invención de Hugo (2011) de Martin Scorsese y de la serie de Netflix Sex Education–, lo hace enfrentando dos mundos opuestos, que no son más que los dos grupos sociales esenciales en los que EE.UU. se divide y que no parecen encontrar punto de encuentro y convergencia en los últimos años. Por un lado, un joven urbanita de Manhattan (Jaeden Martell) de familia adinerada y que busca su proyección social a través de internet y de las redes sociales. Por otro, otro joven de Texas (Asa Butterfield) con un empleo precario, que tiene un empleo precario, que se aloja con su abuela en una caravana, machacado por la vida, y que busca, como sea, cualquier oportunidad para prosperar. Son dos estratos que jamás coincidirían pero que, por una serie de circunstancias azarosas, acaban encontrándose y chocando en sus perspectivas, en sus mentalidades y en sus formas de vida. 



Our Hero, Balthazar está narrada con gran agilidad, con una realización correcta y funcional y con unas interpretaciones precisas y eficaces y el conjunto acaba teniendo una plena efectividad para transmitir su implacable punto de vista. De modo no muy lejano, en última instancia, a como lo hace la reciente Una batalla tras otra (2025) de Paul Thomas Anderson, retrata a EE.UU. como una especie de manicomio competitivo en el que el interés egoísta prima sobre cualquier otra consideración, en el que el sentido de la comunidad está perdido y en el que los rezagados carecen de oportunidades para recortar sus distancias con la cabeza del pelotón. La película relaciona la violencia y el uso de armas de fuego con el hecho de que los ganadores y los perdedores están decididos antes de comenzar la partida y que, a fin de cuentas, una entrevista en un ático de Manhattan siempre va a lucir más en televisión que otra en una vieja y destartalada caravana de Texas. La violencia no sería más que el reverso de otra actividad en la que la pornografía emocional (otro tipo de violencia más sutil pero no menos patente) se utiliza a destajo para la manipulación y el beneficio propio. Our Hero, Balthazar es más dura en su fondo que en su forma y apariencia pero es, de cualquier modo, un ácido retrato de una realidad de un país que parece abocado a la descomposición. Me llama la atención, para terminar, el paralelismo del título del film con el de la película francesa Au hasard, Balthazar de Robert Bresson. Sin que pueda trazarse una relación clave más allá de la ironía, quizás hay una carga sarcástica brutal en el hecho de que el chico rico de Manhattan hereda su nombre, tal vez sin saberlo, del burro del film francés de 1966. Es un detalle que se le escapa al personaje y, tal vez, a más de un espectador.

Reflection in a Dead Diamond (2025) de Hélène Cattet y Bruno Forzani


Reflection in a Dead Diamond de Hélène Cattet y Bruno Forzani se ajusta a un aforismo personal –probablemente inspirado, de forma inconsciente por el título de la película Si hoy es martes, esto es Bélgica (1969) de Mel Stuart– que puedo expresar como que "si la película es belga, entonces será rara". La película que toca comentar se ajusta completamente a dicha frase aunque su premisa de partida no sea tan extraña ni extravagante: realizar algo así como una deconstrucción del "mito Bond", cuyo estilo y factura visual es parodiado sin ambages en los primeros minutos del film. Yendo un poco más allá, la película acaba desmontando (o, también, expresando cómo se van desmontando) los viejos clichés en torno al héroe masculino atractivo, musculoso y psicológicamente plano que lucha contra todo tipo de malvados al mismo tiempo que caen seducidas a sus pies damas atractivas y glamurosas.


 

Conforme el film avanza, podemos considerarlo como un juego de muñecas rusas, aunque, más bien, se trata de ir mezclando las tarjetas de las secuencias de un guion de varias historias similares que no empiezan, que no concluyen, que se deshacen, que se rehacen y que terminando conformando un caos que, posiblemente, no sea más que la propia confusión en la que estamos sumidos en este inequívoco y convulso cambio de época. La vorágine argumental del film no ayuda a su premisa temática y acaba siendo un pesado lastre que ni la magnética presencia de Maria de Medeiros logra salvar en esta ocasión. Una sucesión de tramas narrativa con un poco más de coherencia y menos malabarismos visuales y estructurales no solo no hubieran perjudicado a la película sino que, además, habrían reforzado las ideas que desea transmitir .Su factura formal no muestra más que una falta de consistencia demasiado pronunciada en la que el discurso a comunicar queda diluido y difuminado en un torrente de imágenes inconexas y repetitivas de cuya línea narrativa el espectador se desentiende de seguir a los treinta minutos de metraje. Una auténtica lástima porque a los realizadores no les falta sentido visual y expresivo pero que es necesario ahormar en un guion mucho más sólido y compacto.


Alpha (2025) de Julia Ducournau


Con sus dos anteriores títulos, Crudo (2016) y Titane (2021), Julia Ducournau irrumpió en el panorama cinematográfico contemporáneo como un locomotora sin control a toda velocidad que accede a una estación destrozando barreras, muros y límites. Se trataban de dos películas tan extremas que el riesgo para su carrera era evidente: que se le exigiera con cada nueva entrega "un más difícil todavía", esto es, cada vez más carnaza, cada vez más morbo, cada vez más truculencia y cada vez más visceralidad. Siendo probablemente consciente de ello, Ducournau da un giro en Alpha hacia una mayor sutileza y hacia una acusada preferencia por lo implícito y no expresado frente a lo abiertamente explícito y provocador. La protagonista, una joven Mélissa Boros que borda su papel, una chica que estudia en el Instituto y que pertenece a una familia de joven iraní, vuelve de una fiesta con un tatuaje en su brazo en un momento en que un peligroso virus corre sin control y genera efectos brutales e inesperados en quienes se ven infectados por él. La posibilidad de que la chica se haya visto contagiada por la aguja con que ha sido tatuada trastorna su vida y genera toda una serie de efectos imprevisibles en cascada que ni ella ni su madre se ven capaces de revertir.

 

 

Alpha es un ejemplo paradigmático de cómo están concebidas muchas películas del cine contemporáneo. Antes que tener un sentido claro y perfectamente unívoco, se busca que el film sea un objeto formalmente impecable que, lejos de poseer una única interpretación posible, se presta a múltiples lecturas por parte de diferentes espectadores (muchos de los films de Paul Thomas Anderson, por poner un ejemplo, responden a esta lógica). El film, conforme va avanzando su trama, va revelando que existen diferentes niveles narrativos en ella que, en un primer momento, pensamos que responden a diferentes momentos temporales pero que, en realidad, son diferentes realidades o dimensiones alternativas que debemos dilucidar a qué se asocian y cómo debemos interpretarlos. ¿Corresponden a distintos desarrollos posibles de la realidad?¿Se mezclan elementos reales con las imaginaciones y delirios de los personajes?¿Son la realidad, el purgatorio y el infierno?¿Es todo, como dice el texto de Edgar Allan Poe (de clara raigambre calderoniana) que lee el profesor de inglés, un sueño dentro de otro sueño?¿Es toda la película una fábula sobre la fugacidad y la fragilidad de la vida?¿Es un símbolo de los tiempos que nos han tocado vivir?¿Es todo, a lo mejor, una metáfora de la situación en la que se ve obligada a vivir la sociedad iraní? El desenlace queda abierto y cada espectador tendrá que decidir con qué lectura quiere quedarse o si lo prefiere, a lo mejor no querrá desechar alguna y convivir con todas ellas. Aparte de las magníficas interpretaciones de Tahar Rahim y Golshifteh Farahani, hay que destacar que Julie Ducournau ha sabido dar un giro más que estimulante y favorecedor a su carrera y que abre un camino que pienso que le puede ser altamente fructífero y enriquecedor. Espero no equivocarme porque Julia Ducournau es una directora con un extraordinario potencial que, bien encauzado, nos puede dar un puñado de grandísimas y poderosísimas películas en los próximos años.



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