Desde hoy, La dimensión súbita va a cubrir el 35º FANCINE - Festival de Cine Fantástico de la Universidad de Málaga, tun evento que ya es toda una tradición arraigada dentro del ambiente cinematográfico de la capital de la Costa del Sol y que ha sabido evolucionar con inteligencia y saber hacer a los cambios que el género al que se dedica ha experimentado. Es sabido que, a lo largo del siglo XXI, el perímetro antes marcado por el terror, la fantasía y la ciencia-ficción ha crecido hasta abarcar determinados tipos de thriller (próximo a las formas y maneras de lo que se suele denominar "serie B", recordemos esa ya legendaria participación de Reservoir Dogs de Quentin Tarantino en el Festival de Sitges de 1992), y determinados tipos de cine experimental (pongamos el caso de David Lynch, por ejemplo) hasta crear esa etiqueta que se conoce con el término de fantastique y que es mucho más amplia que la del "fantástico" tradicional. El FANCINE ha tomado nota y se ha hecho consciente de dicha transformación y en su programación se incluyen films de todas las tendencias que hemos enumerado, recogiendo títulos de raigambre clásico pero también otros que escapan a clasificaciones rígidas y obsoletas. Desde el 12 de noviembre hasta el 18 de noviembre, Málaga, por tanto, va a darse un festín de películas que igual pueden ser gamberradas irónicas y divertidas que reflexiones lúcidas de inesperada enjundia. En esta variedad y en la falta de expectativas que la misma genera, está la esencia de un certamen tan brillante como sencillo y honesto en su planteamiento: ofrecer buen, interesante y original cine a cualquier espectador, en general, y a los aficionados al género, en particular. Sabemos que disfrutaremos, que nos divertiremos y que no quedaremos indiferentes. Esperamos transmitir en nuestras crónicas una mínima parte del entusiasmo que este festival despierta a todos nuestros lectores y a lograr persuadirles de que el fantastique tiene mucho pasado, mucho presente pero, sobre todo, mucho futuro.
Dracula: A Love Tale (2025) de Luc Besson
La primera adaptación al cine del Drácula de Bram Stoker fue la famosísima Nosferatu (1922) de F. W. Murnau, la cual cambiaba el nombre del protagonista y algunos elementos narrativos debido al intento del realizador y de los productores de eludir la autorización pertinente de la viuda del autor irlandés del libro original (lo cual, a la postre, resultó inútil ya que al final dicha viuda terminó presentando una denuncia por infracción de derechos de autor, consiguiendo una sentencia judicial que dictaba la destrucción de todos los negativos del film, el cual solo ha llegado trabajosamente a nosotros por circunstancias que solo cabe calificar de puro milagro) y, aunque pueda parecer sorprendente, ninguna otra versión ha llegado a tener nunca el nivel alcanzado por esa mítica producción alemana que está rodeada de toda una aureola de misterio y ocultismo. Ni el Drácula (1931) de Tod Browning, con Bela Lugosi de protagonista, ni el Drácula (1958) de Terence Fisher ni El conde Drácula (1970) de Jesús Franco, ambas con el legendario Christopher Lee encarnando al vampiro, ni el Drácula de Bram Stoker (1992) de Francis Ford Coppola, con Gary Oldman interpretando al personaje principal, ni mucho menos Sangre para Drácula (1974) de Paul Morissey y Andy Warhol ni el Drácula (1979) de John Badham ni muchísimo menos Drácula 3D (2012) de Dario Argento (posiblemente, la peor de todas) han logrado hacernos olvidar, 103 años después, la película de Murnau. Ahora, es Luc Besson quien vuelve a uno de los personajes más emblemáticos del cine de terror para presentarnos su personal versión de un mito que, a lo mejor, ya tiene su obra maestra cinematográfica correspondiente realizada y no puede admitir mejoras o progresos sustanciales.
Por ello, tal vez Luc Besson, lejos de intentar algo que le puede parecer quimérico (no solo a él sino a cualquier espectador mínimamente realista), tira de oficio y lleva la historia (de modo prácticamente fiel a la trama original en sus elementos esenciales) a sus particulares pautas rítmicas, narrativas y visuales ofreciendo un producto ágil, frenético y adrenalítico (adaptado al cien por cien a los estándares comerciales actuales) que, no obstante, no se priva de recalcar los elementos más febrilmente románticos del argumento para aproximarlos a la idea del amour fou, hasta el punto de que, cuando en el tramo final, llegan al castillo del protagonista en Rumanía las tropas salvadoras, estas casi se asemejan a esas fuerzas vivas que impedían que los amantes consumaran su pasión en La edad de oro (1930) de Luis Buñuel. Como suele suceder en los films del director francés, sus excesos (casi marca autoral del realizador), excesos de música, de acción, de gestualidades, arruinan en más de una ocasión los innegables hallazgos visuales y dramáticos que jalonan el relato (y que, en un contexto de mayor sobriedad, crearían una atmósfera tan nebulosa como inquietante) pero imprimiendo a la película como contrapartida ese "sello Besson" tan fácilmente identificable y reconocible. Caleb Landry Jones, como Drácula, sabe reformular las características del personaje otorgándole mayor vulnerabilidad y humanismo, tanto en la implacabilidad de sus decisiones como en el carácter doloroso y heroico de sus renuncias, es decir, tanto en sus grandezas como en sus miserias, pero sin llegar a igualar a alguno de sus ilustres antecedentes (aunque, eso sí, en su aspecto físico y en su evolución, bebe mucho, quizás demasiado, del Drácula de Coppola). Cómo no, no podemos dejar de mencionar al siempre sobresaliente Christoph Waltz, quien interpreta a un sacerdote que seria el equivalente a Van Helsing, en el que encanto, eficacia burocrática y profesional y unas dosis justas de frialdad y aire desasosegante se combinan en equilibrio perfecto para dar a luz a un personaje tan ambiguo como fascinante (posiblemente, más ambiguo y fascinante que el del propio vampiro). Su salida de la película nos llega a recordar a la de Glenn Ford en Los sobornados (1953) de Fritz Lang, esto es, no como héroe sino como persona que, simplemente, ha hecho su trabajo y lo ha desempeñado de la mejor manera posible, sin estridencias ni alharacas. También debemos decir (y esto lo digo teniendo en mente a mi amigo y colega Alfredo Arias) que Matilda de Angelis no llega a hacer sombra con su personaje a la interpretación que hizo del mismo Soledad Miranda en la versión de Jesús Franco (pero eso ya nos lo podíamos imaginar). En resumen, la 35ª edición del FANCINE se ha abierto con una película entretenida y solvente que, muy en la línea del certamen, nos ofrece ciento veintinueve minutos de acción continua que en ningún momento decae y que nos mantiene enganchados, para nuestra perplejidad, a una historia que ya conocemos perfectamente pero a la que se le añaden algunos matices que es imposible que no dejen de llamar nuestra atención.
José Manuel Cruz, responsable de La dimensión súbita, ante uno de los phtotocalls de la 35ª edición del FANCINE
VÍDEO CON IMÁGENES DE LA GALA DE INAUGURACIÓN
El FANCINE nunca decepciona con sus galas de inauguración. Y este año no ha sido la excepción: divertida, descarada, pegada a la actualidad, provocativa y sorprendente. En el vídeo, rescatamos algunas de las imágenes que dicha gala nos ha dejado.
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