The Last Showgirl (2024) de Gia Coppola (nieta del director de El Padrino y sobrina de la realizadora de Lost in Translation) ha encontrado eco y repercusión en el hecho de que su protagonista, Pamela Anderson, se ha desprendido de la imagen que transmitía como estrella de la serie de finales de los 80 y de principios de los 90 Los vigilantes de la playa y ha sabido desmontar el personaje que se había creado de ella misma (cual máscara falsificadora) de un modo parecido a como Orson Welles desmontó el icono Gilda/Rita Hayworth en La dama de Shangai (1947). Siendo ello significativo (y más que meritorio por parte de la actriz, que ha sabido reinventarse cuando nadie podía pensar en tal posibilidad), ello podría ocultarnos el trasfondo temático y referencial del propio film, algo que, efectivamente, es lo que ha sucedido. Porque, más allá de la transformación/revelación/deconstrucción de su protagonista, The Last Showgirl apunta a la profunda vinculación que existe entre el trabajo que desempeñamos y la visión que tenemos de nosotros mismos, es decir, entre nuestra ocupación y la identidad en la cual nos reconocemos.
Arriba, dibujo que recrea una de las escenas de The Last Showgirl de Gia Coppola con Pamela Anderson
The Last Showgirl transcurre en Las Vegas y Pamela Anderson interpreta a la integrante de un grupo de coristas que representan un ya veterano espectáculo en uno de los casinos de la ciudad (similar, para entendernos, a lo que en España denominamos "revista musical"). Una noche, el encargado de la representación (un magnífico Dave Bautista) comunica a todas las artistas que los responsables del establecimiento han decidido retirar el espectáculo porque lleva treinta años en cartel y lo consideran ya desfasado. A partir de este momento, el personaje de Pamela Anderson se siente amenazada de perder los parámetros y referencias en torno a los que ha girado su vida, sobre todo porque muchas de sus decisiones del pasado, incluida algunas muy importantes que afectaron a su hija, se tomaron en función de su condición de corista de una función que ella ha llegado a considerar el centro de gravedad de su existencia. De manera nada críptica o disimulada, el argumento de The Last Showgirl guarda un enorme paralelismo con el de El último (1924) de F. W. Murnau. En esta obra maestra del cine mudo alemán, al personaje de Emil Jannings, orgulloso por poder lucir su ostentoso uniforme de botones en un hotel de lujo de Berlín, se le viene el mundo encima cuando, por razones de edad, lo relegan a responsable de los lavabos, sin poder llevar ya puesto el uniforme del que tanto presumía. Roba la preciada prenda y oculta la verdad a su familia y a sus vecinos porque se avergüenza de lo que considera una degradación en su jerarquía social, por lo que hace creer a todos que nada ha cambiado. El paralelismo no solo alcanza a los respectivos argumentos y a la similitud de los títulos originales ("la última showgirl", si traducimos del inglés el de la película de Gia Coppola, "el último hombre", si traducimos del alemán el de la película de Murnau) sino también al espíritu de la secuencia final (irónica e impostada en ambos casos, realizada de este modo para burlarse de la imposición de los productores para que la historia tuviera un happy end, en el caso del film de Murnau, realizada para retratar la fantasía inútil de la protagonista, en el caso del film de Gia Coppola) y, en cierto modo, a sus sendas miradas cáusticas sobre la rigidez formal y mental del espíritu prusiano, en el caso de la película de 1924, y sobre la encarnación en Las Vegas de ciertos aspectos del espíritu estadounidense, en el caso de la película de 2024. Casi podríamos concluir que The Last Showgirl de Gia Coppola es un remake inconfeso o actualizado de El último de F. W. Murnau.
En la parte superior, dibujos que recrean algunas de las escenas de The Last Showgirl, con, de izqda. a dcha. y de arriba abajo, Dave Bautista, Jamie Lee Curtis, Brenda Song y Billie Lourd
Pero, ampliando el perímetro de nuestra mirada, podemos afirmar que tanto The Last Showgirl como El último forman parte de un conjunto de películas en las que convergen el triple retrato de un cambio de época, del fin de muchos trabajos y ocupaciones que se produce por culpa del cambio de contextos y circunstancias y de las crisis de identidad que, como consecuencia de los dos elementos anteriores, sufren los personajes de las respectivas historias. Aparte de El último de F. W. Murnau, cabe referirse también a Harakiri (1962) de Masaki Kobayashi, Los lunes al sol (2002) de Fernando León de Aranoa y Adiós a la reina (2012) de Benoît Jacquot. Harakiri se desarrolla en 1630 en Edo (Japón). Con el establecimiento del shogunato Tokugawa en 1603, el cual dio lugar a una creciente centralización del poder y al fin del período previo de inestabilidad y guerras civiles, los ejércitos particulares de los señores feudales se fueron disolviendo y, así, los antiguos samuráis fueron perdiendo la que había sido su tradicional forma de ganarse la vida. El punto de partida de la película es cuando uno de esos samuráis sin trabajo llega al palacio de un señor feudal con la intención de llevar a cabo el ritual del seppuku y poder de esta manera limpiar su honor. Los lunes al sol se desarrolla en Vigo y tiene como protagonistas a antiguos trabajadores de la industria naval que perdieron su empleo con la reconversión de los años 80. Tuve la oportunidad de entrevistar a Fernando León de Aranoa para la revista digital Moon Magazine durante el Festival de Málaga del año 2017 y sus palabras sobre su película son tan inequívocas que sobra cualquier tipo de explicación adicional: "En el caso de Los lunes al sol no era una película que hablara tanto del desempleo de la época como de identidad: ¿qué te pasa cuando estás sometido a esa situación y cómo resisten tu estima y tu identidad a ello?". Finalmente, Adiós a la reina transcurre en torno al 14 de julio de 1789 en el Palacio de Versalles y tiene como protagonista a Léa Seydoux quien interpreta a una lectora de la reina María Antonieta. Obviamente, el asalto a la Bastilla y el inicio de la Revolución Francesa dejarán sin sentido no solo su trabajo sino también la presencia de todos los nobles de la corte que, conforme avanza la película, van siendo filmados como figuras fantasmales en la madrugada o como personajes que se pierden en la niebla. En definitiva, como seres cuya identidad se va difuminando en un mundo que va a dejar de existir.
En la parte superior, de izqda. a dcha. y de arriba abajo, carteles de El último (1924) de F. W. Murnau, Harakiri (1962) de Masaki Kobayashi, Los lunes al sol (2002) de Fernando León de Aranoa y Adiós a la reina (2012) de Benoît Jacquot
Tanto The Last Showgirl como El último, Harakiri, Los lunes al sol y Adiós a la reina giran en torno a la reflexión sobre en qué se basan nuestra dignidad y nuestra autoestima o, alternativamente, si ambas dependen o pueden depender de nuestra posición en la escala social, económica o laboral. Y ello contemplado no solo desde la consideración ajena sino también desde la consideración propia, es decir, no únicamente en relación a la opinión de los demás sino también desde la opinión propia: el cómo nos vemos a nosotros mismos en diferentes situaciones y circunstancias. ¿Solo somos lo que logramos en el desempeño de nuestros cometidos profesionales?¿Solo somos lo que hacemos a nivel laboral?¿O poseemos, cada uno de nosotros, una dignidad intrínseca que, incluso, se puede ver reforzada o consolidada por factores que nada tienen que ver directamente ni con el trabajo ni con el cumplimiento de nuestras obligaciones? Aunque, desde otro punto de vista: ¿podemos sentirnos satisfechos con nosotros mismos sin sentirnos útiles de alguna manera?¿Qué va a pasar con el futuro de nuestras sociedades si la robotización y la inteligencia artificial provocan la pérdida de millones de puestos de trabajo y nos encontramos con amplísimos segmentos sociales que, tal vez sin problemas de subsistencia material, sí que van a vivir difíciles situaciones de complicado equilibrio psicológico o emocional? Es decir, no estamos hablando de algo que afecte solo a grupos sociales nítidamente identificados sino que se trata de un tema que, en un futuro inmediato, puede tener un potencial expansivo de gran envergadura. Pero, yendo un paso más allá, se trata de una cuestión que ya nos está afectando directamente aunque ello no sea reconocido ni por los gobiernos ni por los políticos ni por los medios de comunicación, con consecuencias que ya estamos viviendo y padeciendo.
En la parte superior, de izqda. a dcha. y de arriba abajo, escenas de El último (1924) de F. W. Murnau, Harakiri (1962) de Masaki Kobayashi, Los lunes al sol (2002) de Fernando León de Aranoa y Adiós a la reina (2012) de Benoît Jacquot
La desindustrialización, la deslocalización y la reconversión de actividades económicas han producido que muchas ciudades, regiones y territorios hayan empezado a vivir un declive aparentemente irreversible y que, en ellos cunda el desánimo y la sensación de que las generaciones más jóvenes nunca van alcanzar los niveles de vida ni van a disfrutar de las oportunidades de las que disfrutaron las generaciones que las antecedieron. A su vez, la experiencia de esos lugares repercute en otros lugares como un eco de inseguridad e incertidumbre que resuena, reverbera y se reproduce dando origen a olas de temor, miedo y recelo. Hay quien piensa que, simplemente, con las prestaciones y mecanismos del Estado del Bienestar, el problema queda resuelto pero la experiencia no deja de advertinos de que las ayudas, los subsidios y las subvenciones no resuelven el problema de fondo, la cuestión de la identidad y la autoestima personales extendido a nivel colectivo. Con ello, estoy intentando sintetizar, ni más ni menos, lo que son los tiempos actuales y las turbulencias políticas a los que van asociados. Por ello, no deberíamos simplificar en exceso nuestra visión de The Last Showgirl ni banalizar sobremanera su contenido porque, en su microcosmos narrativo, temático y emocional, se encierran en gran medida muchas claves del macrocosmos global, las claves que vinculan nuestra forma de producir, nuestra forma de sentir y nuestra forma de sentirnos partícipes de una comunidad. Cuando esos vínculos se rompen, nos ocurre algo parecido a lo que a Pamela Anderson le sucede en la película de Gia Coppola, que, por ello, termina reflejando el drama de quienes, de improviso, se ven desconectados de su entorno y de su realidad, el drama de quienes sienten que no tienen ya nada que aportar a la sociedad en la que viven. Y se trata de una cuestión que, muy probablemente, irá a más en el futuro. De ahí la importancia de que meditemos y reflexionemos sobre la misma.
Arriba, dibujo que recrea una de las escenas de The Last Showgirl de Gia Coppola con Pamela Anderson
Esplendido análisis cinematográfico y sociológico, en fondo y forma. Una de las mejores reseñas a partir de una película, con el añadido referencial de otras tres, una de ellas una de mis películas españolas favoritas, Los lunes al sol, un gran trabajo de Fernando León de Aranoa sobre la identidad social transferida y la autoestima, además de la amistad personal y corporativa... y la falta de motivación existencial cuando la sociedad y sus circunstancias acaban con ellas. En fin, un gran nivel. Corto y pego para reforzar con las propias palabras del autor, ese gran escritor y cinéfilo que es Jose Manuel Cruz: "... ampliando el perímetro de nuestra mirada, podemos afirmar que, tanto The Last Showgirl, como El último, forman parte de un conjunto de películas en las que convergen el triple retrato de un cambio de época, del fin de muchos trabajos y ocupaciones que se produce por culpa del cambio de contextos y circunstancias... y de las crisis de identidad que, como consecuencia de los dos elementos anteriores, sufren los personajes de la historia mostrada". Añadir que las Coppola siempre dan un toque psicológico y de mirada crítica, aunque solo sea exponiendo los hechos y sus connotaciones implicitas, como ocurre en Lost in transaltion o Las vírgenes suicidas, de las relaciones personales y sus derivaciones sociales, dejando al espectador la bella tarea de sacar sus propias conclusiones.
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