"SIRÂT" (2025) DE OLIVER LAXE: CUANDO NO PUEDES ESCAPAR DE LA CIVILIZACIÓN...



El cine de Oliver Laxe siempre es un arrojarse a parajes ásperos y agrestes que ofrecen lecciones inesperadas sobre el mundo, la vida y el ser humano, es una representación de la búsqueda y una fenomenología metafórica de la incertidumbre y de las luces y las sombras que están asociadas a la misma. Todos vosotros sois capitanes (2010), Mimosas (2016) y Lo que arde (2019) ya fueron películas cuyas estructuras y narrativas mutaban y se transformaban al socaire de las caprichosas fuerzas que las propias películas ponían en marcha convirtiendo cada una de las historias en alternativas sistemáticamente abiertas que se dilucidaban fuera de las expectativas inicialmente marcadas y de las convenciones generalmente aceptadas, en territorios extraños y periféricos que no respondían preguntas sino que abrían interrogantes. Los directores que pueden tener más relación con el cine de Laxe probablemente sean Werner Herzog e Isaki Lacuesta en la medida en que todos ellos comparten su afán por trasladar las historias y los rodajes a geografías extremas con la intención de dar a luz hallazgos insólitos, moralejas desconcertantes y arrebatos definitivos de lucidez perpleja (más tarde, hablaremos de otras películas con las que su último film también se puede relacionar). En Sirât (2025), Laxe prosigue con la evolución de su estilo y, desprendiéndose del aire informal de espontaneidad que caracterizaba a sus dos primeros films y continuando la más depurada formalización que inició con Lo que arde, traza, en contraposición, su fábula más espeluznante y devastadora hasta la fecha, una historia que, transcurriendo a lo largo de un desierto aparentemente infinito, acaba creando una sensación de claustrofobia asfixiante.

 

Arriba, dibujo que recrea una escena de Lo que arde de Oliver Laxe

 

Un padre (Sergi López) llega a una rave (una fiesta de música electrónica) en medio del desierto con el fin de poder encontrar a su hija adolescente desaparecida, yendo acompañado de su hijo pequeño (Bruno Núñez Arjona). Su búsqueda resulta infructuosa pero, descubriendo que parte de los asistentes a la fiesta van a acudir a otra rave en un lugar aún más alejado del desierto, decide acompañarlos con la esperanza de poder dar con su hija. Todo el grupo se adentra cada vez más en el interior, pareciendo que se va alejando de la civilización cuando, en realidad, está destinado a encontrarse con lo más negativo de ella. Si reparan en algunas de las cosas que he escrito hasta este momento, pueden deducir que Sirât es una película construida a base de contradicciones y paradojas y, yendo un poco más allá, se podría afirmar que se trata de un film que se desliza continuamente por abismos, precipicios y filos de la navaja, probablemente en perfecto correlato con las situaciones vitales de sus personajes. De entrada, la tensión entre el mayor clasicismo formal de la factura visual del film (siempre en relación a títulos anteriores de Laxe) y la convulsión y crispación del contenido mostrado vendría a ser la plasmación de la principal moraleja del film: los personajes creen que se están alejando de la civilización, que están huyendo de ella cuando, en realidad, la civilización les continúa acogiendo disimuladamente y no solo eso, sino que la misma les está esperando para mostrar su peor cara. El lenguaje formal no puede desarticularse o deslavazarse porque se sigue estando en un mundo perfecta y veladamente estructurado y ordenado.


Arriba, dibujo que recrea una escena de Lo que arde de Oliver Laxe


Podemos recordar otros films en los que el alejarse de los centros urbanos y el adentrarse en la selva, el desierto el bosque o la inmensidad vacía solo lleva al caos, al delirio o el extravío: pensemos en Aguirre, la cólera de Dios (1972) y Grizzly Man (2005) de Werner Herzog, El cielo protector (1990) de Bernardo Bertolucci o Hacia rutas salvajes (2007) de Sean Penn. En cierto modo, lo mismo ocurre con otra película cuya trama puede recordar a la de Sirât, como es Centauros del desierto (1956) de John Ford, otra historia de una búsqueda que acaba sumergida casi en el delirio pero, a fin de cuentas, otra búsqueda en la que quedan claramente establecidos (con matices en los que no tenemos tiempo de entrar) dos polos, en el que uno es la representación de la civilización y otro el de la barbarie. En Sirât, sin embargo, la ensoñación de los participantes de las raves o los temores que pudieran tener Sergi López y su hijo de estar alejándose de la civilización son meras ilusiones: en todo caso, se están alejando del núcleo central de la civilización y lo que están haciendo es dirigirse a su periferia, pero esa periferia es la que esconde el mayor peligro y amenaza porque, tal vez, marca la frontera establecida para que los que quieran escapar no puedan hacerlo. El destino final de los personajes (al contrario que los de Aguirre, la cólera de Dios, El cielo protector,  Grizzly Man Hacia rutas salvajes) no viene provocado por la ausencia de civilización sino por los que son los últimos ecos de la misma. Es decir, vivimos en una época de la que en absoluto es imposible huir o encontrar refugio, donde quiera que vayamos nos vamos a encontrar con los horrores de la técnica y de la razón desprovista de emoción, compasión o piedad.  Sin duda alguna, Sirât es una película con la que se hubieran identificado los filósofos integrantes de la Escuela de Frankfurt (Marcuse, Benjamin, Adorno, Horkheimer...). Tampoco se halla muy alejado el tramo final del film de una frase de Ralph Waldo Emerson que aparece en una película reciente de la que también hablaremos muy pronto: "El fin de la raza humana será eventualmente una muerte por civilización".


Arriba, dibujo que recrea una escena de Lo que arde de Oliver Laxe


Dentro de la filmografía de Oliver Laxe, Sirât viene a ser un replanteamiento de sus películas anteriores: del optimismo inicial de Todos vosotros sois capitanes (2010) y Mimosas (2016), con la fe en la posibilidad de emprender un camino apartado de patrones estándar y de convencionalismos establecidos, ahora dicha alternativa es puesta, en cierto modo, en duda al negar la posibilidad de huida o escape. El afán de los ravers, en este sentido, sería un empeño abocado al fracaso: el final de su carrera sería el más devastador vacío. Por tanto, el mayor clasicismo formal estaría paradójicamente asociado a un incisivo pesimismo y a una descarnada mirada crítica, a una cáustica acidez mucho mayor que la que el director podría haber desplegado en sus títulos anteriores (que, realmente, solo estuvo presente en Lo que arde). La película nos llevaría a la reflexión final de que solo cabría el camino de la introspección, la opción seguida por los ravers cuando bailan, se sumergen en la música y se desconectan del mundo. O desaparecer, borrarse, esfumarse, como ha hecho la hija de Sergi López.  Todo intento en serio de evasión solo puede conducir a la catástrofe. Siendo así, ¿qué opciones quedan? Sirât nos deja sin respuestas y, probablemente, dejándonos con la duda de la propia pertinencia de la pregunta: la civilización actual ha triunfado de tal modo que, sea en su vertiente creadora o en su vertiente destructiva, ya está en todas partes y lo ocupa todo, absolutamente todo. Por lo tanto, toda fuga es un delirio sin objeto o un perfecto autoengaño. No hay más.


Arriba, dibujo que recrea una escena de Lo que arde de Oliver Laxe

 

TRÁILER DE LA PELÍCULA:

 


 

 


Comentarios

  1. Emilio Porta
    Todo lo que podría decirse en positivo sobre esta película, lo has dicho en tu análisis. PERFECTO, sencillamente, perfecto. Tus reseñas siempre van más allá del mero visionado del film. Ahondan en las intenciones, bien del realizador o incluso de las expectativas del espectador. Vi Sirat con interés y sorpresa y me impactaron, de entrada el principio, y de salida, el final. Desde el punto de vista narrativo creo que podría haberse acortado algo la duración de la película y que le falta algo de profundización en los personajes. Que van... vienen, pero cuya historia personal permanece en la oscuridad. Incluso, en algún momento, parece que sus motivaciones son superficiales, aunque no lo sean. LA HUIDA es real y no hay escape, como bien dices. Aunque no quiero alargar demasiado el comentario, porque, además, todo lo has dicho ya tú en el artículo, voy, precisamente por esto, a resaltar este párrafo del mismo: "Vivimos en una época de la que en absoluto es imposible huir o encontrar refugio. Donde quiera que vayamos nos vamos a encontrar con los horrores de la técnica y de la razón desprovista de emoción, compasión o piedad. Sin duda alguna, Sirât es una película con la que se hubieran identificado los filósofos integrantes de la Escuela de Frankfurt (Marcuse, Benjamin, Adorno, Horkheimer...). Tampoco se halla muy alejado el tramo final del film de una frase de Ralph Waldo Emerson que aparece en una película reciente de la que también hablaremos muy pronto: "El fin de la raza humana será eventualmente una muerte por civilización". Bueno, podría seguir comentando largo y tendido, no solo sobre lo visto en pantalla sino también sobre el trasfondo de Sirat. Dejo esta pregunta sobre la huida: ¿El nihilismo puede ser activo o nos llevaría a la pasividad total? ¿Prometeo contra el Fatum o Diógenes tumbado pensando mientras transcurre la existencia?

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