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Publicado por
José Manuel Cruz Barragán
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El 28 de junio de 2023 se inauguró en Madrid la Galería de las Colecciones Reales. Junto a la catedral de la Almudena, frente al ala occidental del Palacio Real, la sede de este museo paradójico desde el punto de vista temporal (una institución del siglo XXI con obras sobre todo de los siglos XVI al XVIII) se estructura en sucesivos niveles descendentes dedicándose el primer sótano a piezas de la época de los Austrias (y de etapas anteriores que llegan al período visigótico), el segundo a la época de los Borbones y el tercero a las exposiciones temporales. Como han podido imaginar por su nombre y por su disposición física, la Galería de las Colecciones Reales recoge obras artísticas (cuadros, esculturas, tapices –muchos tapices–...) y enseres (armaduras, muebles, carruajes...) pertenecientes históricamente a los monarcas reinantes y sus respectivas familias. A partir de la decisión de Isabel II de que los bienes de la familia real no quedaran disgregados a raíz del reparto de la herencia de Fernando VII y de la acción de las dos repúblicas que han existido en España (la de 1873 y la de 1931) para que los mismos pasaran a ser patrimonio nacional, todos ellos pasaron a ser activos de propiedad pública, lo cual facilitó que los mismos pudieron ser expuestos y mostrados al público y, en consecuencia, que se pudieran poner en valor todo un conjunto de piezas que, durante muchos años, habían sido de uso privado de los reyes y sus entornos y que, en consecuencia, no podían ser vistos ni disfrutados por el gran público. Después de muchos avatares y vericuetos políticos, burocráticos y administrativos, la creación de la Galería de las Colecciones Reales viene a cubrir un hueco que, hasta la fecha, no había sido cubierto: el de reunir en un único lugar todos aquellos elementos que habían formado parte de la vida cotidiana de los reyes y que cumplían, simultáneamente, funciones decorativas, de satisfacción de necesidades tanto domésticas como de transporte y desplazamiento y de expresión de boato, esplendor y poder.
Retrato de Carlos V por Juan Pantoja de la Cruz en la Galería de las Colecciones Reales
Las piezas que integran la amplísima colección del museo llegan a remontarse a la etapa visigoda, con una cruz votiva y una corona pertenecientes al Tesoro de Guarrazar, e incluyen también las que fueron columnas del Real Hospital de la Virgen de Montserrat y un (más que conocido) retrato de Isabel la Católica, realizado por Juan de Flandes, antes de entrar de lleno en el conjunto de obras relacionadas con el período de los Austrias (Carlos I de España y V de Alemania, Felipe II, Felipe III, Felipe IV y Carlos II) que, por un lado, mantienen entre sí una gran coherencia en cuanto a su naturaleza y finalidad, a pesar de que abarcar un período de dos siglos, pero que, por otro, reflejan tanto la evolución de los estilos artísticos como el progresivo declive de la Monarquía Hispánica: basta con comparar las piezas asociadas a los reinados de Carlos I y Felipe II con las de la época de Carlos II para apreciar que no solo hay un cambio de preferencias estéticas sino también dos visiones muy diferentes sobre el potencial y la posición y las perspectivas del país y de la institución más importante del mismo, la institución que regía y dirigía su destino. Del optimismo luminoso y una fe arrogante que no dudaba en mostrar todo tipo de poder y esplendor se pasó a una actitud recatada, temerosa y contenida en la que predominaba una religiosidad introvertida y a la defensiva. Cuando pasamos a la planta de los Borbones, se aprecia un consciente y decidido cambio de actitud. Los cuadros de Hyacinthe Rigaud, Michel-Ange Houasse y Louis-Michel Van Loo y los tapices de Andrea Procaccini, Domenico Maria Sani, Francisco Vandergoten y Antonio Gómez de los Ríos son, simultáneamente, un empeño por emular el esplendor de los Austrias y un afán contradictorio por conectar con la idiosincrasia española pero desde bases diferentes y transformadas, un afán entre polos opuestos que genera muchas veces sensaciones enfrentadas de sorpresa, distanciamiento y renovación. Encontrarnos, en el recorrido por el museo, con Francisco de Goya y Vicente López Portaña es, en cierto modo, recuperar una cierta identidad que nos llega a resultar familiar, con una visión que parecía haberse difuminado pero que, de improviso, vuelve a aflorar como si hubiera un sustrato intrahistórico que no puede evaporarse o modelarse por una simple decisión o conjunto de decisiones nadoptadas centralizadamente desde el poder. El siglo XIX está presente de un modo esquivo y fugaz, reflejo inequívoco de que un convulso siglo de crisis no era el mejor contexto para acrecentar el patrimonio artístico de la monarquía. Pero, habiendo realizado el paseo por la Galería de las Colecciones Reales, surge. de manera un poco flotante e inconsciente, una pregunta que nadie suele hacerse: ¿se perdió el siglo XIX en el siglo XVIII?¿Hasta qué punto se desaprovechó una oportunidad de tomar medidas efectivas de auténtico alcance al estar impregnadas las adoptadas de una mentalidad ajenas a la idiosincrasia hispánica?
Escultura de El arcángel San Miguel venciendo al demonio de La Roldana, contemplada desde dos perspectivas diferentes
Sin embargo, más allá de las diferencias, también existen unas constantes asociadas a un poder, sobre el que existen unos inequívocos vínculos de continuidad, ejercido sobre un mismo territorio, país o nación. Yendo un poco más allá, podemos decir que, en términos generales, cualquier tipo de poder, y cualquier manifestación del poder, siempre se mueve en coordenadas homogéneas y similares. Tenemos los retratos de los reyes y de su familia, es decir, la voluntad de eternizar la imagen del monarca, su cónyuge y sus descendientes recalcando los elementos simbólicos y los signos de poder, sin descartar funciones de utilidad más directa: tenemos, así, el retrato de pedida de Maria Luisa de Parma de Giuseppe Baldrighi (fechado hacia 1765), que fue realizado con el fin de que el futuro Carlos IV se decidiera o no a tomarla como esposa (algo que finalmente hizo). Por otro lado, están los útiles, objetos y elementos necesarios para la vida y rutina cotidianas de los reyes, también diseñados con un objetivo claro de ostentación y, casi diríamos, de intentar abrumar tanto a los súbditos como a los posibles representantes de otras monarquías, y que no solo se refieren a la satisfacción de las necesidades domésticas y de movilidad (impresionan los grandiosos carruajes expuestos y nos podemos imaginar el efecto que causaría en su tiempo el traslado de los miembros de la familia real con esos vehículos movidos por un tiro de caballos ataviados con todo tipo de lujos y oropeles) sino también a las obligaciones impuestas por los requerimientos bélicos, de forma que podemos contemplar, por ejemplo, la armadura que llevó Carlos V en la batalla de Mühlberg. Dentro de este grupo, tienen especial importancia, por su número y por la amplia tradición artesanal existente en nuestro país, los tapices, los cuales no solo cumplían una función exclusivamente decorativa sino que, por añadidura, servían para proporcionar calor a las frías estancias palaciegas. Tenemos un tercer grupo de obras que buscan transmitir la ideología o cosmovisión defendida por la monarquía y, en el caso de los reyes españoles, tienen una relevancia esencial los motivos religiosos. Finalmente, tenemos las piezas con una función absoluta y exclusivamente decorativa y, así, por ejemplo, podremos disfrutar de cuadros de Michel-Ange Houasse como Academia de dibujo y Vista de Madrid, las vistas del Vesubio en erupción pintadas por Antonio Joli o los tipos populares retratados por Lorenzo Tiepolo. Adicionalmente, también se exponen joyas bibliográficas (como una primera edición de El Quijote o el manuscrito dé Historia Universal de las cosas de la Nueva España de Bernardino de Sahagún) y documentos históricos de gran trascendencia (como el testamento de Carlos II). Sin poder ser exhaustivos por la enorme riqueza que encierra el museo, creo que este resumen explica satisfactoriamente lo que cualquier visitante se puede encontrar en él.
Uno de los carruajes de la época borbónica que se puede contemplar en la Galería de las Colecciones Reales
Terminada la visita, hay una reflexión que no pude dejar de hacer, la cual se refería a la posibilidad de que el artista, el creador en sentido amplio, pueda ser rebelde, libre o independiente y hasta qué punto el arte no es más que una de las expresiones de las jerarquías dominantes establecidas en un contexto social e histórico determinado. La aspiración antes mencionada provino de la Ilustración y no sé en qué momento histórico podemos considerarla finiquitada. En la Edad Media, los reyes, los señores feudales y la Iglesia fueron los grandes clientes de los creadores artísticos. En el Renacimiento, a pesar de lo que se pueda decir sobre el cambio desde una perspectiva teocéntrica a otra antropocéntrica, los clientes siguieron siendo los mismos aunque con la incorporación de los grandes comerciantes y mercaderes. Posteriormente, se añadirían al grupo los grandes industriales, la burguesía alta (y, tal vez, media) y los nuevos poderes civiles establecidos. A día de hoy, si tenemos en cuenta el poder de las grandes galerías de las principales ciudades del mundo desde el punto de vista artístico y la influencia de los museos y centros de arte contemporáneo, si tenemos en cuenta quiénes hacen los encargos de las grandes obras de arquitectura y si terminamos por considerar el fuerte grado de concentración existente en los medios de comunicación y en los grupos editoriales, cabría preguntarse: ¿acaso tienen el arte, la escultura, la arquitectura o la literatura, la posibilidad real de ser libres?¿No es ello, en gran medida, una pura continuidad de lo que la Galería de las Colecciones Reales nos enseña? Desde ese punto de vista, y pudiendo concluir que la posibilidad de artistas y creadores rebeldes y antisistema no sería más que un breve paréntesis en una tendencia de fondo que sería imposible de revertir, solo cabría o el análisis de la creación desde un punto de vista exclusivamente formal o, si consideramos la libertad absoluta de creación como un imperativo moral categórico, la asunción de una heterodoxia radical que caiga en descalificaciones globales e indiscriminadas sin reparar en la contradicción que supone que Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rafael o J. S. Bach no fueron más libres que lo que lo son muchos de los creadores de la actualidad. Pero eso no impediría concluir que siempre es el poder el que acaba dictando la marcha y el destino de la expresión artística y creativa. La Galería de las Colecciones Reales es una excelente muestra de dicha realidad.
Retrato de Carlos III por Anton Raphael Mengs en la Galería de las Colecciones Reales
A continuación, en el siguiente vídeo, pueden ver un resumen más amplio de lo que se puede contemplar en la Galería de las Colecciones Reales de lo que hemos podido exponer en el artículo escrito. Deseamos que lo disfruten.
VÍDEO DE LA GALERÍA DE LAS COLECCIONES REALES:


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