"EL ESTRANGULADOR DE BOSTON" (1968) DE RICHARD FLEISCHER/"EL ESTRANGULADOR DE BOSTON" (2023) DE MATT RUSKIN: TESIS/ANTÍTESIS

A la izqda., cartel de El estrangulador de Boston (1968) de Richard Fleischer. A la dcha., cartel de El estrangulador de Boston (2023) de Matt Ruskin. En los dibujos centrales, arriba, dibujo que recrea una escena de la película de 1968; abajo, dibujo que recrea una escena de la película de 2023


Entre el 14 de junio de 1962 y el 4 de enero de 1964, trece mujeres solteras cuya edad iba desde los 19 a los 85 años, fueron estranguladas en el área metropolitana de Boston tras ser, en la mayoría de los casos, agredidas sexualmente. En ninguno de los escenarios, la puerta de la casa había sido forzada, por lo que ello llevaba a concluir que, con carácter general, todas las víctimas, por algún motivo, habían permitido entrar en sus respectivos domicilios al agresor. Al principio, la policía trató cada uno de los asesinatos como delitos aislados y no conectados entre sí hasta que la reportera del Boston Record American Loretta McLaughlin detectó una serie de rasgos comunes entre los crímenes cometidos, lo cual la llevó a defender que todos ellos tenían el mismo autor y que, en consecuencia, un asesino en serie andaba suelto sin identificar por la ciudad. Finalmente, dicha hipótesis se impuso y las fuerzas del orden se centraron en buscar a un único culpable de todas las muertes hasta que una circunstancia inesperada les terminó ayudando para que pudieran ponerle al mismo nombre y apellido. El 27 de octubre de 1964, un sujeto entró en el domicilio de otra mujer joven en East Cambridge, una localidad al noroeste de Boston. Para convencer a la inquilina de que lo dejara acceder a la casa, se hizo pasar por un trabajador de mantenimiento que había sido enviado por el supervisor del edificio. Una vez dentro, atacó a la mujer, la ató a la cama y la agredió sexualmente, marchándose repentinamente mientras decía: "Lo siento". La descripción dada por la mujer sirvió para que el atacante fuera identificado como Albert DeSalvo y, cuando su fotografía fue publicada en los periódicos, muchas mujeres lo reconocieron como el hombre que, en ocasiones anteriores, también las había asaltado, de modo que DeSalvo fue detenido y conducido a prisión. Al principio, no resultó sospechoso de ser el "Estrangulador de Boston" pero, tras una supuesta confesión a su compañero de celda, George Nassar, se terminó declarando culpable de las trece muertes que tenían conmocionada a la ciudad, revelando detalles de las mismas que no se habían hecho públicos y que solo eran conocidos por la policía al investigador del caso, John S. Bottomly. Albert DeSalvo fue condenado a cadena perpetua en 1967 pero, con posterioridad, llegó a retractarse de sus confesiones. En 1973, fue encontrado muerto apuñalado en la enfermería de la prisión de máxima seguridad de Walpole, en la cual se hallaba internado.


Arriba a la izqda., dibujo que recrea una escena de El estrangulador de Boston de 1968 en la que aparecen Tony Curtis dando vida a Albert DeSalvo y Henry Fonda encarnando a John S. Bottomly. Abajo a la dcha., dibujo que recrea una escena de El estrangulador de Boston de 2023, con David Dastmalchian en la piel de Albert DeSalvo.


Para su defensa, Albert DeSalvo contó con un abogado de gran prestigio, F. Lee Bailey, el cual, en principio, le debía resultar inasumible en función de su capacidad económica. Sin embargo, el abogado aceptó el caso ya que ideó una hábil estratagema: se reservó como compensación económica por su trabajo la explotación de los derechos de la historia del estrangulador, de modo que, en los años siguientes, se publicó un libro, The Boston Strangler (1966) de Gerold Frank y, adaptando el mismo, se realizó la película El estrangulador de Boston (1968) de Richard Fleischer, en la que Tony Curtis interpretaba a Albert DeSalvo y Henry Fonda, al investigador principal del caso, John S. Bottomly. El film, que contaba con la colaboración del propio Bottomly y de Phillip J. DiNatale, otro de los investigadores de los crímenes, como asesores técnicos, comenzaba, antes de que apareciera ninguna imagen ni ningún título de crédito con un rótulo inapelable: "Esta es la historia de Albert DeSalvo, el confeso estrangulador de Boston. Los personajes y acontecimientos que van a ver se basan en hechos reales". Este inicio junto a su apariencia de recreación prácticamente documental de la historia y al formato visual que el director eligió para buena parte del metraje de la cinta, con el recurso a la "pantalla partida" mostrando a la vez una serie de acciones y situaciones simultáneas, el cual daba a la película un aire, vamos a decir, de "realismo analítico", de esfuerzo sistemático y minucioso por reconstruir los hechos tal como sucedieron, junto a la impactante actuación de Tony Curtis encarnando a Albert DeSalvo, otorgaban al título de Fleischer unas dosis de credibilidad que venía a consolidar, parecía que definitivamente, la versión oficial de los hechos. Pero ello, aunque no inmediatamente, no fue así.

Arriba a la izqda., dibujo que recrea una escena de El estrangulador de Boston de 1968. Abajo a la dcha., Keira Knightley dando vida a la reportera Loretta McLaughlin en El estrangulador de Boston de 2023


El 17 de marzo de 2023, se produjo en la plataforma Hulu el estreno online de El estrangulador de Boston, película dirigida por Matt Ruskin y protagonizada por Keira Knightley, la cual supone una rectificación absoluta y en toda regla de las tesis en torno a las que se articuló el film de 1968 de Richard Fleischer. Para empezar, en la trama cobran protagonismo tres personajes que en la primera película ni tan siquiera aparecen: Loretta McLaughlin, la reportera que destapó la posibilidad de la existencia de un asesino múltiple (a quien da vida Keira Knightley), Jean Cole, su compañera en el Boston Record American, con quien investigó los asesinatos (personaje interpretado por Carrie Coon) y George Nassar (encarnado por Greg Vrotsos), que fuera compañero de celda de Albert DeSalvo (quien, a su vez, lo interpreta el actor David Dastmalchian). Y cobran protagonismo por motivos nada baladíes. Las reporteras Loretta McLaughlin y Jean Cole, a partir de los descubrimientos realizados por la primera de ellas, continuaron investigando exhaustivamente los crímenes del estrangulador y acabaron llegando a conclusiones sustancialmente distintas a las obtenidas por las instancias oficiales. En función de los diferentes tipos de modus operandi utilizados y de los perfiles de las víctimas, ambas periodistas dedujeron que los trece asesinatos no fueron cometidos por el mismo autor aunque un grupo importante de ellos sí presentaba un alto grado de homogeneidad. Asimismo, apuntaron dudas sobre que Albert DeSalvo fuera el culpable de la mayoría de los asesinatos y señalaron que había que haber puesto más atención en la figura de George Nassar, el cual llegó a ostentar la condición de sospechoso en las investigaciones policiales y que, mientras compartió celda con DeSalvo, pudo influir en la conducta de este en función de los problemas psiquiátricos que el único acusado padecía y, en caso de que Nassar hubiera estado implicado de alguna forma en los asesinatos, le hubiera podido contar detalles de los mismos a DeSalvo que este hubiera podido exponer en sus declaraciones a Bottomly (la detención de Nassar por otro delito es lo que hubiera provocado que, durante un largo período de tiempo, la sucesión de asesinatos hubiera quedado interrumpida). Es decir, la tesis de la película de 2023 es que la presión por hallar a un culpable llevó a atribuir todos los asesinatos a Albert DeSalvo para poder cerrar la investigación y reducir el grado de alarma social. El propio film, en sus rótulos finales, admite que las pruebas de ADN certificaron la culpabilidad de DeSalvo en el asesinato de Mary Anne Sullivan, la última víctima registrada, pero presenta argumentos para dudar de su autoría en el resto de asesinatos. Es decir, con el mismo nivel de rotundidad y contundencia, dos películas aportan dos visiones radicalmente opuestas y diferentes de la misma historia.


Arriba a la izqda., dibujo que recrea una escena de la película de 1968; abajo a la dcha., dibujo que recrea una escena de la película de 2023


Algo parecido a lo que hemos visto en el caso del "estrangulador de Boston" ha sucedido también recientemente con un famoso caso de la historia criminal española: el "crimen de los Galindos", acaecido en el pueblo sevillano de Paradas el 22 de julio de 1975. En 1980, el novelista Alfonso Grosso fue finalista del Premio Planeta con su obra Los invitados, la cual aportaba una teoría sobre dicho caso que giraba en torno al cultivo de hachís en la finca donde trabajaban los asesinados. En 1987, dicha novela fue llevada al cine, dirigida por Víctor Barrera, interpretada por Lola Flores, Amparo Muñoz, Raúl Fraire, Pedro Reyes, Pablo Carbonell y Sonia Martínez y manteniendo fielmente la tesis central de la obra de Grosso (la película está disponible en Flixolé). Sin embargo, en 2019, todas las hipótesis manejadas dieron un giro de ciento ochenta grados con la publicación del libro El crimen de los Galindos: toda la verdad de Juan Mateo Fernández de Córdova, hijo de María de las Mercedes Delgado y Durán y de Gonzalo Fernández de Córdova y Topete, marqués de Grañina y de Valparaíso, hija y yerno, respectivamente, de Manuel Delgado Jiménez, propietario de Los Galindos en el momento en que se cometieron los crímenes. La avanzada edad de Manuel Delgado junto a su precario estado de salud llevaron a que fuera su yerno quien se convirtiera en el responsable de la administración de todo el patrimonio familiar. Según la versión aportada en su libro por el propio hijo del marqués de Grañina, su padre habría estado involucrado en los asesinatos, siendo la causa de los mismos las irregularidades cometidas por él, desviando parte de los recursos del mencionado patrimonio para la realización de negocios privados. El capataz de la finca, Manuel Zapata Villanueva, habría descubierto dichas oscuras maniobras y se lo habría querido revelar a Manuel Delgado Jiménez, lo que habría sido el detonante de la tragedia. Con base en ese nuevo libro, se ha realizado una serie documental, Los Galindos: Toda la verdad, y una serie de ficción, El marqués (ambas disponibles en Amazon Prime Video), que, como en el caso de la película de Matt Ruskin de 2023, despliegan con absoluta rotundidad y sin ningún tipo de duda o cautela la nueva versión a pesar de los huecos (bastante obvios si se realiza un análisis solo superficial) que existen en la misma. Pero, evidentemente, el hecho de que un hijo acuse a su padre de estar implicado en los crímenes aporta un plus de notoriedad y, claro está, de veracidad que el sector audiovisual actual no podía desdeñar en absoluto.


Arriba a la izqda., dibujo que recrea una escena de la película de 1968; abajo a la dcha., dibujo que recrea una escena de la película de 2023

 

Lo sucedido con estas dos historias criminales lleva, inevitablemente, a la necesidad de reflexionar no tanto sobre la pertinencia o no de las obras audiovisuales a las que nos estamos refiriendo (es muy posible que los autores de muchas películas y series que luego se demostraron que aportaban teorías equivocadas creían sinceramente en la veracidad de sus versiones) sino, sobre todo, sobre cómo todos aquellos que formamos su público y su audiencia debemos considerar y recibir las mismas en relación a su vinculación con la realidad. Cualquier film es una ficción en la medida en que se basa en un relato que, como tal relato, se articula con base en mecanismos estrictamente narrativos, con toda la artificiosidad que los mismos conllevan. Y he dicho cualquier film, con independencia de que pertenezca al género ficción o el género documental. Cuando en el año 2020 entrevisté a Andrés Duque, realizador de grandes documentales como Iván Z (2004), Paralelo 10 (2006), La constelación Bartleby (2008), Color perro que huye (2010), Ensayo final para utopía (2012), Oleg y las raras artes (2016), con motivo de la presentación en el cine Albéniz de Málaga de su película Carelia: Internacional sin monumento (2019), acabó manifestándome una contundente opinión sobre el formato documental que expresa bien a las claras cuál debe ser la actitud correcta del espectador en relación a los films que se inscriben en el mismo (y, esto es afirmación mía, por extensión, a toda película basada en hechos reales y, en general, a cualquier tipo de película): “Toda película, toda imagen en movimiento, es tanto ficción como documental”. Por lo tanto, la imagen absolutamente veraz no es más que una ensoñación o un desideratum que rara vez resulta alcanzable. Por ello, debemos ser altamente escépticos cuando vemos en pantalla una supuesta recreación de hechos reales porque la misma va a estar tamizada por filtros ajenos al contraste exhaustivo y absolutamente riguroso de lo expuesto con datos, circunstancias y hechos completamente comprobados: es muy fácil y tentador cubrir las lagunas con los productos de la imaginación. Y, en muchas ocasiones, es inevitable (y hasta estrictamente necesario) hacerlo.


Arriba a la izqda., dibujo que recrea una escena de la película de 1968; abajo a la dcha., dibujo que recrea una escena de la película de 2023

 

En estos tiempos, en los que tanto se habla de bulos y de fake news en los medios de comunicación, bueno es desvelar los mecanismos que existen detrás del fenómeno (y el uso y abuso del concepto "relato" como medio para explicar la realidad es uno de ellos) para poder eludirlos en el futuro pero también para denunciar con rigor y lucidez las veces que fueron utilizados por quienes ahora se quejan de su empleo. con el fin de consolidar su poder y su control sobre la sociedad. Los hechos que nos rodean y nos afectan no son fácilmente reducibles a un esquema de exposición, nudo y desenlace ni de división entre personajes buenos y personajes malos ni de concatenación clara e inequívoca de causas y efectos. Y, sobre todo, no poseemos grado de certidumbre absoluta sobre cualquier acontecimiento o circunstancia: existen aspectos sobre los que la duda, la cautela y la constatación serena de los límites de nuestro conocimiento son las únicas actitudes satisfactorias. Contemplemos con sano escepticismo los documentales y las películas basadas en hechos reales porque ello puede ser el primer paso para desarrollar un espíritu crítico y analítico en relación a todo el torrente de información que diariamente nos llega. Si, por el contrario, empezamos creyendo a pies juntillas lo que no son más que estrictas obras de ficción, dejaremos abierto el camino para que nuestras conciencias puedan ser pastoreadas con nula dificultad y absoluta impunidad. Por lo tanto, a pesar de las apariencias, no estoy hablando de un tema banal: estoy hablando del terreno en el que la libertad de todos y cada uno de nosotros va a jugarse.

 

Arriba a la izqda., dibujo que recrea una escena de la película de 1968; abajo a la dcha., dibujo que recrea una escena de la película de 2023




Comentarios

  1. “Toda película, toda imagen en movimiento, es tanto ficción como documental” Frase fundamental del autor del artículo, que es una absoluta maravilla en cuánto a investigación y a reflexión. Y gran conclusión final.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario