A la izqda., portada de El mundo de ayer. Memorias de un europeo de Stefan Zweig. A la dcha., imagen creada con Midjourney
El 22 de febrero de 1942, en la ciudad brasileña de Petrópolis, el escritor austríaco Stefan Zweig (1881-1942) y su mujer, Lotte Altmann, aparecían muertos en el dormitorio de su casa, tras haber ingerido sendas sobredosis de barbitúricos. Su suicidio pudo sr consecuencia de la situación de depresión que ambos vivían en un momento en que el nazismo parecía triunfante en Europa y, tal vez, en el mundo y la condición de judíos de ambos parecía condenarles a un tenebroso futuro marcado por el ostracismo y la muerte. El día anterior a su fallecimiento, el autor remitió a su editorial el manuscrito de la obra El mundo de ayer. Memorias de un europeo, que, lógicamente se publicó póstumamente y que, más que unas memorias o una autobiografía stricto sensu, era una rememoranza del mundo que quedó extinguido tras el inicio de la I Guerra Mundial. En el caso de Stefan Zweig, la desaparición de ese mundo tuvo dos consecuencias que afectaron gravemente a su cotidianidad, sus costumbres y a su estilo de vida. La primera consecuencia es que el sistema de fronteras prácticamente abiertas que regía ampliamente a nivel global desapareció y se hizo obligatorio el uso de pasaporte para viajar de un país a otro, lo cual fue un grave obstáculo para la condición viajera y cosmopolita del escritor. La segunda consecuencia fue la desaparición del Imperio Austro-Húngaro, una entidad política supranacional en la que las diversas nacionalidades y los diferentes grupos sociales convivían bajo el manto de una organización superior que aceptaba espontáneamente la diversidad como base y fundamento de su propio carácter. El imperio, tal como funcionaba y se desenvolvía, era la fórmula ideal para todos los judíos que, como Zweig, vivían en él ya que eran aceptados como ciudadanos de pleno derecho aunque sus rasgos culturales no se ajustaran a los de las mayorías sociales que se asentaban en cada uno de los territorios ya que las nacionalidades ocupaban un lugar secundario frente al concepto de una entidad política multicultural. La quiebra de esos dos elementos claves en la biografía de Zweig son decisivos para comprender cuál fue la deriva de su estado de ánimo conforme el nacionalismo avanzaba, los fascismos empezaron a triunfar y acabó estallando la II Guerra Mundial.
Disgregación del Imperio Austro-Húngaro en 1918 tras la finalización de la I Guerra Mundial (Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Disgregaci%C3%B3n_de_Austria-Hungr%C3%ADa)
El mundo de ayer. Memorias de un europeo es, en primera instancia, un ejercicio de nostalgia sobre una forma de vida que había quedado liquidada para siempre (ello nunca le cupo la menor duda a Zweig: está claro a lo largo de todo el texto que no tiene dudas de que no va a volver aquello que se perdió y que a él le hizo feliz y plenamente realizado). Pero, eso sí, conforme vamos leyendo el libro, se aprecia, a veces entre líneas, a veces de forma más explícita, que Zweig, a medida que va recordando su vida y sus circunstancias, va adquiriendo lucidez de que ese mundo por el que él siente añoranza llevaba en su interior las semillas de su propia extinción. Lo cual convierte ese recorrido por su vida en una experiencia sutil e involuntariamente amarga porque el autor va siendo progresivamente consciente de que lo que él amaba se estaba deshaciendo a la vez que él lo estaba viviendo. Es ilustrativa una frase que aparece al comienzo mismo de la obra: "Hoy, cuando ya hace tiempo que la gran tempestad lo aniquiló, sabemos a ciencia cierta que aquel mundo de seguridad fue un castillo de naipes" (las negritas son mías). Cada uno de los apartados del libro explora, en última instancia, cada una de las debilidades que echaron abajo ese escenario idílico, el de la Belle époque, que transcurrió entre el fin de la guerra franco-prusiana de 1870 y el estallido de la I Guerra Mundial en 1914. Es muy ilustrativo, por ejemplo, lo que Zweig afirma en relación a cómo era el sistema parlamentario representativo en el Imperio: "Hasta entonces, el derecho de voto, mal llamado universal, se concedía en nuestro país a los acaudalados que podían demostrar que habían pagado una contribución determinada. Ahora bien, los abogados y agricultores elegidos por ese estamento se creían honesta y sinceramente los portavoces y representantes del pueblo en el Parlamento. (...) Pero habían olvidado por completo que representaban tan sólo a cincuenta o cien mil personas acomodadas de las grandes ciudades, no a los cientos, miles, millones de habitantes de todo el país". O a cómo eran designados los cargos más importantes de la administración imperial: "... los altos cargos de dirección del Estado estaban en manos hereditarias: la diplomacia quedaba reservada a la aristocracia, el ejército y el alto funcionariado, a las familias de rancio abolengo, y los judíos ni siquiera tenían la ambición de abrirse camino entre estos círculos privilegiados". Más adelante, Zweig profundiza en este aspecto a la hora de hablar de lo que ocurría en la universidad: "... la afiliación a una corporación duelista aseguraba a todos sus miembros la protección de los viejos señores que ya ocupaban altos cargos y les facilitaban la carrera. De la asociación de los Borusianos de Bonn, partía el único camino seguro hacia la carrera diplomática alemana; de las corporaciones católicas de Austria, el camino hacia las buenas prebendas del partido socialcristiano en el poder". Queda claro que lo que Zweig describe no es en absoluto una meritocracia sino un puro y simple sistema endogámico que, por sus propias características, tiende inevitablemente a la mediocridad y a un pobre desempeño, algo que, viendo el fin del Imperio Austro-Húngaro, resulta difícil negar que fue lo que exactamente sucedió.
Imágenes creadas con Midjourney
Hay otro pasaje del libro en el que se describe la irrupción del nacionalismo en el imperio y cómo ello se convierte en el detonante para que las bases de una convivencia amplia y generosa empezaran a deteriorarse: "Cada vez que el partido nacional-alemán austríaco pequeño pero fanfarrón, quería conseguir algo por la fuerza, mandaba por delante a esta tropa estudiantil de asalto; cuando el conde Badeni, con la aprobación del emperador y del Parlamento, promulgó un decreto sobre lenguas que debía poner paz entre las distintas naciones de Austria –y que probablemente habría alargado unas décadas la vida de la monarquía–, aquel puñado de exaltados ocupó la Ringstrasse. Tuvo que salir la caballería, se desenfundaron los sables y se oyeron disparos. Pero en aquella época liberal, trágica en su debilidad y enternecedora en su humanidad, la aversión a todo acto violento y al derramamiento de sangre era tan grande que el gobierno cedió el terror a los nacional-alemanes. El primer ministro dimitió y el decreto de lenguas, completamente leal fue derogado. La irrupción de la brutalidad en la política se apuntaba su primer éxito. Todas las grietas existentes entre las razas y las clases que la época de la conciliación había encolado con tanto esmero y esfuerzo se abrieron de pronto y se convirtieron en abismos y precipicios. De hecho, en la última década del viejo siglo en Austria ya había estallado la guerra de todos contra todos". Más allá de lo que sucedía en el imperio austro-húngaro, Zweig relata una anécdota aparentemente menor, relativa a su estancia en París, que encierra mayor enjundia de lo que su apariencia parece demostrar. El autor nos cuenta el robo de su maleta que sufre en el hotel donde se hospeda. El ladrón es identificado muy fácilmente y, cuando es llevado a comisaría, Zweig contempla cómo se trata de un pobre hombre, voluntarioso pero completamente inexperto. Al comprobar que no le falta nada, decide no mantener en firme la denuncia. Ello provoca el enfado del dueño del hotel, que se había esforzado por localizar al delincuente, y dicho enfado se extenderá a la esposa de aquel y a buena parte de los dueños de los negocios de la calle donde se ubica el hotel, que verán con malos ojos que Zweig hubiera perdonado al ladrón Aunque expresado con gran sutileza /(hasta con un punto de involuntaria clarividencia), es muy difícil no detectar en el hecho una actitud de la pequeña burguesía de la época proclive a una implacable falta de compasión y, muy de fondo, casi podemos identificar en esa postura la raíz del apoyo de esa clase social a movimientos fascistas y autoritarios. Mientras Zweig no era consciente de ello, el mundo en el que él se siente feliz está cavando, subrepticiamente, su propia tumba.
Imágenes creadas con Midjourney
A lo largo de la obra, el autor se manifiesta como simpatizante de las ideas de Sigmund Freud. Ya el padre del psicoanálisis advirtió de que cualquier ser humano se movía entre dos impulsos opuestos: el Eros y el Tánatos, el impulso creador y el impulso destructivo, la pulsión fructífera y la pulsión de muerte. Sobre esa creencia, y en el momento de recapitular sobre su vida, y considerando su trágico suicidio final, es casi inevitable deducir que Zweig pensaba que, aun cuando se pudiera recuperar una época de paz, libertad y estabilidad, la misma solo podría ser provisional y transitoria porque, igual que en cada ser humana hay una tendencia fértil y positiva, también hay una tendencia letal y devastadora. De este modo, lo que parece un relato nostálgico, termina siendo, al mismo tiempo, una fábula pesimista. Su moraleja es que si, en algún momento, hemos vivido una etapa plena, tenemos que darnos por afortunados por haberla podido conocer y disfrutar porque el recuerdo es lo único que nos va a quedar de ella. Antes de quitarse la vida, Zweig esculpió con palabras ese recuerdo en su obra El mundo de ayer. Leerla supone volver a unos años en los que se pensaba que cualquier futuro luminoso era posible. El despertar del sueño, como ya sabemos, fue tan dramático como brutal. Todavía, a día de hoy, estamos sufriendo de una manera u otra las consecuencias de esa pesadilla.
Para ampliar la reflexión sobre El mundo de ayer. Memorias de un euopeo de Stefan Zweig, pueden ver este vídeo de José Manuel Cruz.
Para cualquier persona con inquietudes presentes es fundamental conocer el pasado, y más el pasado inmediato. En este caso, el pasado del último siglo de Europa. Zweig lo deja cuando la primera guerra mundial, producto del atentado de Sarajevo, destruye el idílico mundo de la Belle Epoque y el Imperio Autrohúngaro y abre una brecha que da lugar, sin transición, a la misma segunda guerra mundial. Todo esto lo analiza Jose Manuel Cruz, a la luz del último libro de Stefan Zweig, enviado a la editorial como testamento, horas antes de suicidarse al ver que su mundo se derrumbaba y que el futuro previsible para los liberales, además de su condición de judío, se presentaba sin esperanza. La Dimensión Sùbita lleva publicando, ya, tres artículos sobre el cambio de época, a partir de esos turbulentos años de principio del pasado siglo en los que el autor, Cruz, demuestra su amplio conocimiento histórico y su capacidad de análisis. Aquí, además, el vídeo que protagoniza, no solo complementa el gran artículo escrito, sino que nos da más puntos de apoyo sobre ese proceso alternativo de inestabilidad-estabilidad-inestabilidad que se produce desde hace esos cien años y que tiene, a partir del comienzo del slglo XXI, trazas de convertirse en un nuevo cambio profundo, incluso con la posibilidad de una nueva conflagración general en Europa. Algo cambia. Los nacionalismos vuelven como reacción ante, no la pluralidad, sino el intento de hegemonía por parte de un factor que domina Europa desde el final de la Segunda Guerra Mudial: el factor americano, económica, y políticamente. Pero este punto daría pie a otro artículo y a otro análisis. Enhorabuena por esta serie, profunda y de enorme importancia y gracias por hacernos partícipes de la misma. Imprescindibles para todo buen lector, mejor dicho, todo aquel que pretenda comprender no solo lo que pasó, sino lo que está pasando.
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