Arriba, a la izquierda, dibujo de la toma de la Bastilla en 1789 (Fuente: Biblioteca Digital Gallica); a la derecha, imagen del atentado contra Francisco Fernando de Habsburgo y su esposa en Sarajevo en 1914 (Fuente: Dibujo de Achille Beltrame para el periódico italiano Domenica del Corriere); abajo, a la izquierda, fotografía de Francesco Fiondella de una manifestación del movimiento Occupy Wall Street (Fuente: https://archive.org/details/flickr-ows-OccupyWallStreet-6232870388)
El economista sueco Johan Henrik Åkerman (1896-1982) acuñó el concepto de "límite de estructura" para referirse al momento en que una determinada articulación de las realidades materiales en la vida económica y social entra en crisis y es sustituida por una articulación nueva y profundamente diferente. Un ejemplo clásico de ello es la aprobación del Plan de Estabilización en España en 1959 que dejó atrás el modelo autárquico de fuerte intervención estatal para dejar paso a un modelo de economía progresivamente abierta al exterior con mayor peso de los mecanismos de mercado. El filósofo y teólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), en su visión global filosófico-metafísico-teológica creó el concepto de "punto omega", entendido como culminación de toda la evolución cósmica y de todo el proceso de transformación del planeta, en el cual la humanidad adquirirá un estado superior de consciencia. Desde perspectivas radicalmente distintas y hasta opuestas (una centrada en cuestiones económicas y materiales, otra en los aspectos espirituales del ser humano), ambos autores (como otros muchos también han hecho) conciben el desarrollo de la Historia como una sucesión de etapas pero, frente a otros pensadores, ambos centran su atención en los momentos justos y exactos en que una fase queda atrás y una nueva se abre camino. Desde la reflexión, la meditación y el análisis, se puede abordar con calma y serenidad la naturaleza de esos períodos tensos e imprecisos de transición y cambio, pero todo es muy diferente cuando ello tiene que ser vivido por seres humanos vulnerables que soportan mal la incertidumbre y que desconocen por completo los perfiles y la condición de la situación que está por venir y que, en consecuencia, sienten en esos convulsos instantes la ansiedad, el temor y el miedo por haber perdido los marcos de referencia y desconocer los nuevos en los que se va tener que desarrollar su existencia. Hay un cortometraje de Esteban Crespo, Siempre quise trabajar en una fábrica (2005), cuyo desarrollo argumental pasó a formar parte de la opera prima del director, Amar (2017), en el que dos jóvenes sueñan por unos minutos con llevar a cabo un cambio hondo y decisivo en sus vidas. Tras los títulos de crédito finales, aparece la que podría ser la moraleja (o, más bien, vector aspiracional) de la historia: "No hay momento más dulce como el que precede a la revolución". Sin embargo, el desenlace del corto viene a expresar que, aunque dicho momento, en la mente de sus protagonistas, puede ser todo lo dulce que podamos imaginar, es muy difícil en realidad dar el paso que convierta el pasado en cenizas y genere la posibilidad de un futuro indeterminado pero abierto a todas las alternativas. Si lo que el cortometraje nos narra se refiere a una decisión estrictamente personal, cuando trasladamos la reflexión al ámbito colectivo, los sentimientos que se combinan son, casi sin solución de continuidad, los de exaltación, pánico y parálisis, de modo que no es raro que el resultado final del proceso pase por algún tipo de solución autoritaria que prometa devolver una situación de (falsa) estabilidad.
CORTOMETRAJE SIEMPRE QUISE TRABAJAR EN UNA FÁBRICA (2005) DE ESTEBAN CRESPO
Hay tres momentos o, más bien, largas etapas históricas que ilustran a la perfección cómo se desarrollan los sentimientos sociales y colectivos que acabo de explicar. Una de esas etapas es la que transcurre entre 1789 (año del estallido de la Revolución Francesa) y 1815 (fecha de celebración del Congreso de Viena y de la derrota definitiva de Napoleón Bonaparte en Waterloo). La segunda es la que se inicia en 1914 y concluye en 1945, es decir, entre el comienzo de la Primera Guerra Mundial y el final de la Segunda. Y la tercera es, precisamente, la que estamos viviendo actualmente, que empezó en la primera década del siglo XXI (podemos elegir como acontecimiento de inicio las protestas contra la globalización en Seattle en el año 2000, el estallido de la burbuja puntocom en 2000-2001, los atentados del 11 de septiembre de 2001 o la quiebra de Lehman Brothers en 2008) y en la que aún estamos inmersos. Sorprende y (por supuesto) atemoriza que, en las dos primeras ocasiones, los grandes movimientos de cambio desembocaran en regímenes despóticos. La Revolución en Francia terminó con Napoléon coronándose emperador en la catedral de Notre-Dame de París e iniciando un proceso expansionista por toda Europa. La cadena de sucesos iniciada con el atentado de Gavrilo Princip contra el heredero de la corona del imperio austro-húngaro Francisco Fernando de Habsburgo y su esposa, la duquesa Sofía Chotek, en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, acabó provocando la llegada al poder de Mussolini en Italia, de Stalin en la Union Soviética y de Hitler en Alemania. Estos antecedentes no invitan al optimismo en relación a nuestra época, aunque, por otra parte, nos ayudan a identificar con claridad el proceso por el que las soluciones autoritarias pueden llegar a implantarse: en períodos de confusión, caos y pánico colectivo, ante la evolución tumultuosa de los acontecimientos, se crea un clima psicológico social propicio a entregar todo el poder (o a permitir pasivamente dicha entrega) a una sola persona, a un "salvador" que ponga fin al desorden y la incertidumbre. De una manera u otra, todo totalitarismo encuentra sus raíces en un mecanismo más o menos similar al que acabamos de describir.
Imágenes creadas con Midjourney
Sin embargo, en los tiempos actuales, cabe plantearse si es posible únicamente un totalitarismo carismático como en el pasado (en algunos países, por las características de sus sociedades, por motivos culturales o históricos, estamos viendo que sí) o si, alternativamente, podría llegar a ser también viable un totalitarismo "encubierto" en el que, bajo una apariencia de libertad y democracia, se esconda un régimen represor, manipulador y opresivo. En ese contexto, el elemento que es el principal candidato a jugar un papel fundamental en la asfixia de las libertades reales es, en mi opinión, la tecnología. La capacidad que la misma ofrece a los gobiernos y a las grandes empresas para controlar la vida y conducta de los ciudadanos hace palidecer el poder que hubiera llegado a alcanzar la dictadura más sanguinaria en el pasado. En realidad, la violencia física llega a ser completamente innecesaria ante los medios que ofrecen las innovaciones técnicas para convertir a las sociedades en rebaños. El gran temor, por tanto, en nuestra época, sospechosamente poco denunciado, explicado y analizado, debería ser el de un despotismo tecnoburocrático en el que Estados y corporaciones transnacionales, al alimón, impidiesen por completo la aparición de alternativas y de movimientos críticos al orden existente. En nuestra actual época de transición, esa es, en realidad, una de las mayores amenazas potenciales que nos acechan y su invisibilidad es, probablemente, el principal factor que debería llegar a preocuparnos.
VÍDEO TURNING POINT
Gran análisis, pleno de conocimiento y cultura. Y magnificas imágenes de apoyo. Realmente es un artículo para conservar y que nos sirva de permanente reflexión. Hace tiempo que las palabras libertad y democracia son mantras vacíos en Occidente (en las mayoría de los países de Oriente es que ni se nombran, no tienen esa prioridad nominal) y que vivimos una sociedad alienada y alienante gracias a los políticos y a los grandes "medios de manipulación masiva". La hipocresía, la falsedad y el engaño reinan por doquier y los poderes fácticos campan a sus anchas utilizando principios que la realidad conculca. Ese cierre final del artículo no es una amenaza futura, es ya presente " Un despotismo tecnoburocrático en el que Estados y corporaciones transnacionales, al alimón, impiden por completo la aparición de alternativas y de movimientos críticos al orden existente".
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