En el dibujo superior, la selección española masculina de fútbol con la medalla de oro de París 2024
En teoría, los Juegos Olímpicos, en particular, y el deporte, en general, existen para que los pueblos compitan en un terreno de juego y no en un campo de batalla. Por desgracia, en muchas ocasiones los enfrentamientos en la cancha se utilizan para preparar, predisponer, alimentar, vengar o, simplemente, postergar las batallas que con anterioridad o posterioridad se han producido o se van a producir en los terrenos político, económico o, incluso, militar. El famoso partido entre Argentina e Inglaterra en el Estadio Azteca del entonces México D. F. (Distrito Federal) el 22 de junio de 1986, su contexto, su ambiente y su relevancia, resultan incomprensibles sin atender a la Guerra de las Malvinas protagonizada por ambos países en 1982. La victoria del país sudamericano fue considerada (sin que nadie lo haya desmentido jamás) como una revancha por su derrota en dicho conflicto bélico y, sin tener en cuenta dicha contienda, los dos goles marcados por Diego Armando Maradona en dicho partido (tanto el que marcó con la mano como la genialidad que realizó después) tienen un significado muy diferente que el que efectivamente tuvo para su país. Otro encuentro que fue más que un partido de fútbol (o menos, porque no llegó a celebrarse) fue el que debían disputar, en la primera división de la Liga de Yugoslavia de Fútbol, el Dinamo de Zagreb con el Estrella Roja de Belgrado en la capital croata el 13 de mayo de 1990. Los enfrentamientos entre ambas aficiones y la dura actuación policial para reprimirlos condujeron a que el partido se tuviera que suspender y los hechos, a día de hoy, se interpretan como un presagio de la violenta y traumática ruptura posterior de Yugoslavia, iniciada con los procesos secesionistas de Eslovenia y Croacia declarados en 1991. Hoy, viernes 9 de agosto de 2024, en los Juegos Olímpicos de París 2024, la selección femenina española de fútbol se ha enfrentado a la de Alemania en el partido por la medalla de bronce del torneo y la masculina a la de Francia en la final del campeonato olímpico. Con Alemania y Francia, se tratan de dos rivalidades muy diferentes y que nada tiene que ver la una con la otra. Y, posiblemente, los factores históricos influyen en ello.
En los dibujos superiores, recreación de algunos momentos del partido jugado hoy entre las selecciones femeninas de España y Alemania en París 2024
La política matrimonial seguida con sus hijos por los Reyes Católicos condujo a que, tras la llegada al trono de Carlos de Habsburgo, este acabara ostentando el trono español, con el nombre de Carlos I de España, y la corona del Sacro Imperio Romano Germánico, con el nombre de Carlos V de Alemania. Con ello, más las posesiones en Italia y con la expansión en América, Francia se vio cercada por todas sus fronteras y ello provocó que se iniciaran toda una serie de continuos conflictos bélicos con los que Francia intentaba quitarse de encima ese dominio que le resultaba asfixiante. En los siglos posteriores, esta dinámica no dejó de estar presente en ningún momento, de manera que en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), Richelieu, primer ministro de Luis XIII, a pesar de ser un cardenal de la Iglesia Católica, apoyó al bando protestante para provocar la derrota española; en la Guerra de Sucesión Española (1601-1613), Luis XIV apoyó a su sobrino, Felipe de Anjou, para que pasara a ser el monarca español en detrimento del archiduque Carlos de Austria, algo que finalmente consiguió y que consagró a la casa de Borbón como la dinastía reinante en nuestro país; tenemos que mencionar la invasión francesa en 1808, la instauración de José I Bonaparte como rey de España y el inicio de la Guerra de Independencia (1808-1812), que fue el principio del fin del imperio napoleónico en Europa; y, finalmente, hay que hacer referencia a la guerra franco-prusiana de 1870, cuyo origen estuvo en la posible llegada al trono español, tras la caída de Isabel II en la Revolución de 1868, de Leopoldo de Hohenzollern, algo que no sucedió (el elegido fue Amadeo I de Saboya) pero que fue una buena excusa para que Francia ajustara cuentas con Prusia (algo que resultó fallido ya que fue Prusia quien venció, logrando la instauración de la Alemania unificada, el II Reich). Frente a esta disputa geoestratégica, el desarrollo y auge de la Ilustración en Francia, el triunfo de la Revolución Francesa y el esplendor cultural en el siglo XIX provocaron en el mundo intelectual una admiración por nuestros vecinos galos que matizaban, pero no negaban, la actitud de Francia en relación a nuestro país en materia de poder e influencia. Esta ambigüedad fue especialmente sangrante durante la Guerra de la Independencia, en la que nuestra élite política e intelectual quedó profundamente dividida entre quienes rechazaban la invasión (p. ej., Gaspar Melchor de Jovellanos) frente a los que decidieron colaborar con el gobierno de José I, los llamados "afrancesados" (Leandro Fernández de Moratín, Juan Meléndez Valdés), pero se ha mantenido prácticamente hasta el día de hoy generando una actitud de amor-odio que se traslada a multitud de terrenos, por supuesto, también al deportivo.
En el dibujo superior, recreación del segundo gol de España frente a Francia en la final olímpica de fútbol de París 2024
Las rivalidades de nuestra selección de fútbol, y me ciño a esta porque es la que disfruta de mayor seguimiento social, ha sido básicamente con Alemania, Italia, Inglaterra y Francia (curiosamente, apenas nos hemos enfrentado en los últimos años en partidos oficiales a las dos grandes selecciones sudamericanas, Argentina y Brasil). Es curioso pero, teniendo a Portugal como vecino inseperable, los enfrentamientos con los lusos no generan pasiones, en consonancia con la indiferencia (en gran medida, absurda, inexplicable e injusta), que sentimos por el país lusitano (solo los afectos y desafectos por Cristiano Ronaldo han cambiado algo la situación pero desde que el jugador abandonó el Real Madrid la situación ha vuelto a la tradicional casilla de salida), La rivalidad con Alemania e Italia ha sido esencialmente deportiva, sin ningún otro tipo de connotaciones o lecturas subrepticias. Sobre todo, porque apenas ha habido históricamente enfrentamientos políticos con estos países (solo cuando, tras la crisis de 2008, Alemania impuso a los países mediterráneos severas políticas de ajuste Angela Merkel se hizo altamente impopular –recordemos que, por ejemplo, en Rey gitano (2015) de Juanma Bajo Ulloa, Rosa María Sardá interpretaba a un trasunto evidente de la canciller alemana que era retratada con un bigotito a lo Adolf Hitler–) pero esos años pasaron y todo volvió a su cauce habitual. Hoy, la selección española femenina de fútbol ha perdido con la de Alemania y, más allá del lamento por no haber obtenido la medalla de bronce, el hecho no ha suscitado mayores emociones de pesar o frustración. En su día, la rivalidad con Inglaterra sí tuvo elementos extradeportivos: pensemos en nuestro enfrentamiento con ellos en el Mundial de Brasil 1950, el gol de Zarra y la referencia al país como "la pérfida Albión". Sin embargo, desde que Gran Bretaña ha dejado de ser un imperio y se ha puesto (de facto) a las órdenes de Estados Unidos y vemos cómo los turistas británicos llegan a mansalva cada verano las playas mediterráneas, cualquier sombra de animadversión ha desaparecido. Ni la cuestión de Gibraltar suscita demasiada animosidad y, ante cualquier objeción que hagamos a su política internacional, ellos dirán "las reclamaciones, al maestro armero", esto es, a Washington D. C., que es quien dicta lo que hay que hacer en cada momento y si hoy preguntásemos a alguien por a quién nos referimos cuando hablamos de "la pérfida Albión" es difícil que pueda responder con precisión. Pero, con Francia, todo es distinto.
En el dibujo superior, recreación del tercer gol de España ante Francia en la final olímpica de fútbol masculino de París 2024
Todos los partidos entre España y Francia son extraños, raros, espesos: no se dice nada pero da la sensación de que algo se juega más allá del estricto terreno deportivo. Hay como una atmósfera psicológica y cultural que hace que los partidos vayan por cauces extraños y caprichosos. El gol que marcó Platini a Arconada en la final de la Eurocopa de Francia 1984, con el balón escurriéndose inexplicablemente bajo el cuerpo del portero, es el símbolo de ese clima enrarecido que nos sugiere que los España-Francia son algo más que un partido de fútbol, que hay en ellos algo que no sabemos explicar pero que está presente como un fantasma que solo se percibe con el sexto sentido. En los cuartos de final de la Eurocopa 2000, España perdió 1-2 contra Francia tuvo como colofón un penalty fallado por Raúl en el último minuto del partido. En la final de la UEFA Nations League 2021, un gol de Mbappé, bordeando el reglamento por una posible posición de fuera de juego, nos hizo perder el partido y alimentaba la oscura leyenda que parecía envolver los encuentros con los galos. Solo nuestras victorias en las Eurocopas de 2012 y la reciente de 2024 parecieron suavizar el pesimismo. Por eso, cuando hoy, en la final olímpica, un fallo del portero Arnau Tenas daba lugar al primer gol de Francia (en el mismo escenario en que también falló Arconada), nos podíamos temer lo peor. Sin embargo, una reacción sorprendente de España llevó a marcar tres goles casi seguidos (dos de Fermín López y otro de Álex Baena, de falta), poniendo el marcador en un 3-1. Fue una reacción como si nos hubiesen tocado una fibra muy íntima y personal, como si nos hubiésemos enrabietado por algo que no nos explicábamos pero que merecía una respuesta a la altura de la ofensa. Con el resultado indicado, se llegó al descanso. En la segunda parte, la selección francesa, empujada por la afición que llenó el Parque de los Príncipes, apretó y acorraló a la selección española en el área, que se echó excesivamente atrás. Posiblemente, nuestro equipo no gestionó bien el partido (tal vez, sus nervios) y no fue capaz ni de sacudirse el dominio galo ni de hilvanar un contraataque que hubiera decidido definitivamente el encuentro, de manera que Francia marcó el 2-3 en el minuto 78 tras un saque de falta y empató el partido de penalty en el minuto 92. Sorprendentemente, España en los escasos minutos que faltaban antes de la conclusión del tiempo reglamentario, logró hacer lo que no había hecho en todo el segundo tiempo y en el minuto 95 logró montar una excelente jugada de ataque que acabó con un tiro al travesaño por parte de Turrientes. Con el empate, terminaron los 90 minutos y se llegó, de este modo, a la media hora de prórroga.
En el dibujo superior, recreación del momento del cuarto gol de España ante Francia en la final olímpica de fútbol masculino de París 2024
En los treinta minutos adicionales, la tensión se incrementó en el estadio de manera exponencial. El intercambio de ataques fue continuo pero fue España quien logró volver a adelantarse en el minuto 100 con un gol de Sergio Camello a pase de Adrián Bernabé. Con una Francia volcada de forma desesperada para lograr el empate, un largo saque del portero español, Arnau Tenas, llegó a un Sergio Camello que estaba sin marcaje y que terminó convirtiendo el 5-3 que decidió el partido y permitió que los jugadores españoles se colocaran la medalla de oro en sus cuellos. Antes he dicho que los partidos entre España y Francia son raros y este también lo ha sido. En las finales, no suele haber muchos goles y, sobre todo, no es normal que haya tantas alternativas y se produzca tal montaña rusa de opciones e incertidumbres. Pero es que, cuando ambos equipos salen al terreno de juego, cargan sobre sus espaldas toda una historia que, aunque invisible, nunca deja de estar presente en nuestros respectos inconscientes colectivos. Y ello hace que el fútbol no sea solo fútbol sino el reflejo de cinco siglos de problemática vecindad.
En los dibujos superiores, recreación del momento del quinto gol de España ante Francia en la final olímpica de fútbol masculino de París 2024
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