CRÓNICAS OLÍMPICAS PARÍS 2024. DÍA 12: EL CORREDOR DE FONDO YA NO ESTÁ SOLO

En el dibujo superior, Álvaro Martín y María Pérez, los españoles ganadores de la medalla de oro en la prueba de relevos mixtos de marcha en París 2024


Ayer hacía mención a un relato cuyo título es tan glorioso que ha sido capaz de trascender al argumento de la propia narración: La soledad del corredor de fondo (1959) de Allan Sillitoe. La frase es ambigua porque, a fin de cuentas, hay muchísimas situaciones en las que el deportista siente el mordisco de la soledad en sus piernas, en sus pies y, sobre todo, en su cerebro. Por ejemplo: el delantero que ha de lanzar el penalty en un partido de fútbol; el portero que tiene que intentar detenerlo; el jugador de baloncesto que ha de lanzar los dos tiros tras una falta personal; el jugador de rugby que tiene que hacer pasar el balón ovalado entre los tres palos tras un ensayo de su equipo; el tenista que tiene que servir para un match-ball... Pero, incluso, en el atletismo, no sé por qué se tiene que sentir más solo un corredor de los 10.000 m. que uno de los 100 m. o de los 200 m. ¿Qué estoy intentando decir con esto? ¿Que el título del relato no tiene sentido? No: quiero decir que hay que interpretarlo de un modo diferente, que tiene matices que se nos pueden escapar con una lectura apresurada o muy pegada al hábito de la costumbre o la rutina. Lo que el título quiere decir que la "soledad" del corredor de fondo es diferente a la de otros deportistas y es diferente porque en una carrera de fondo, al contrario que otras pruebas, situaciones o competiciones, lo que ocurre es que el tiempo se estira, se alarga, tiene la posibilidad de parecer interminable o de acelerarse, de paralizarse o de diluirse, y, en ese carácter maleable del tiempo, es donde la mente puede deslizarse por recovecos escurridizos e inesperados. Un atleta que tiene que estar corriendo durante casi los cuatro minutos de los 1.500m., los 13 minutos de los 5.000 m., durante la casi media hora de los 10.000 m. o las más de dos horas del maratón no solo tiene que luchar contra los límites de su cuerpo sino, sobre todo, contra los fantasmas que pueden asaltar su cerebro.


En el dibujo superior, uno de los momentos de los relevos mixtos de marcha de París 2024


Es, por ello, muy habitual que en las pruebas de las que estamos hablando surjan los corredores imprevisibles, los atletas irregulares que tienen un punto de genio y que, por ello, bordean siempre la gloria o el desastre, que están siempre alejados, por carácter, del estable y regular término medio. Recuerdo en los 80 la figura del corredor portugués Fernando Mamede, un especialista de la prueba de los 10.000 m., que, siendo el gran favorito para ganarla en los juegos de Los Ángeles 1984, abandonó la carrera cuando no había llegado ni tan siquiera al ecuador de la misma. Esa misma aura de genialidad e imprevisibilidad rodeó a dos mediofondistas españoles míticos como José Luis González y Reyes Estévez, capaces de alcanzar grandes logros como de provocar amargas decepciones a sus seguidores. Precisamente, en esa posibilidad de quiebra de las expectativas, de giro radical en la mente del protagonista que lleva a decisiones impensadas o situaciones inesperadas, es en lo que se sustenta la trama de La soledad del corredor de fondo, el proceso de gestación de una demostración de rebeldía que puede tener lugar en el transcurso de una carrera que tiene la suficiente duración como para que el atleta llegue a replantearse, mientras la lleva a cabo, qué es lo que está haciendo, para qué lo está haciendo y qué alternativas tiene, alternativas que pueden parecer contraria a sus intereses pero que, a lo mejor, preservan su dignidad y su amor propio. Por lo tanto, la importancia de la "soledad del corredor de fondo" no radica en la "soledad" misma sino en las implicaciones que pueda llegar a tener esa "soledad" en un período temporal lo suficientemente largo para que haya margen para cambios trascendentales.


En el dibujo superior, uno de los momentos de los relevos mixtos de marcha de París 2024


Sin embargo, hoy, en la duodécima jornada de los Juegos Olímpicos de París 2024, hemos visto una prueba, nueva en el catálogo atlético, que creo que matiza decisivamente esa "soledad" y hace que tenga un carácter muy distinto. Como ya expliqué en un artículo anterior, debido a la dureza de la prueba masculina de los 50 Km. marcha,, esta había quedado suprimida en el mundo del atletismo y, para estos juegos, se había establecido la marcha mixta por relevos: una pareja de atletas mixta (un hombre y una mujer) marcharían durante  la misma distancia que un maratón (42,195 Km.) relevándose en la distancia, siendo el primer y el tercer tramo para el atleta masculino y el segundo y el cuarto para la atleta femenina, debiendo tener cada tramo un mínimo de 10 Km. Hemos tenido la alegría de que haya sido la pareja española formado por Álvaro Martín y María Pérez (que ya habían sido bronce y plata, respectivamente, en sus respectivas categorías hace una semana en las pruebas de marcha de 20 Km.) ha obtenido la medalla de oro en la competición. La medalla de plata ha sido para Ecuador (Daniel Pintado y Glenda Morejón) y la medalla de bronce para Australia (Rhydian Cowley y Jemima Montag). Con esta modalidad, la "soledad" del atleta queda decisivamente matizada porque es inevitable que tenga que pensar en su compañero o compañera de dupla, no es la misma que la de siempre porque sabe que, en un momento dado, ha de pasar el relevo a otra persona y que lo que haga va a repercutir en alguien más. El corredor (en realidad, el "marchador") de fondo sigue estando solo, su mente sigue procesando pensamientos descolocados, descabalgados e imprevisibles pero sabe que, a mitad de camino, alguien le espera. Se trata ya de una soledad acompañada.


En el dibujo superior, uno de los momentos de los relevos mixtos de marcha de París 2024




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