En el dibujo superior, recreación de un momento de la actuación del equipo femenino de natación artística en París 2024
Por suerte o desgracia, nunca jamás se ha retratado el mundo del deporte en el cine tal como lo hizo la directora alemana Leni Riefenstahl en su película Olimpiada (1936), que reflejaba cómo fueron las principales competiciones de los juegos de Berlín 1936. Riefenstahl, aprovechándose de un extraordinario despliegue de medios para su época (posiblemente, no tenemos tal cantidad de imágenes de unos juegos, y no me atrevería a afirmar que de igual calidad, hasta, al menos, los de invierno en Cortina d'Ampezzo 1956 y los de verano de Melbourne 1956), logró lo que, tal vez, nadie haya conseguido hasta ahora: mostrar toda la belleza y toda la poesía que se podía desprender de los movimientos de atletas y deportistas. Escorzos imposibles, ralentís que se convertían en bisturís precisos que reconstruían cada uno de los tiempos en los que se articulaban cada una de las acciones y de las maniobras de los participantes, la gloria de la victoria y el dramatismo de la derrota se sucedían en fotogramas intensos y delirantes que no solo mostraban el trasfondo estético que podían esconder las distintas disciplinas olímpicas sino, en un sentido más amplio, todo el mundo del deporte.
OLIMPIADA (1936) Primera parte. El Festival de las Naciones
Inmediatamente antes que Riefenstah, los poetas vanguardistas ya se fijaron en el deporte como materia de sus creaciones líricas. Y ahí tenemos los ejemplos de Polirrítmico dinámico a Gradín (1925) del peruano Juan Parra del Riego, dedicado al extremo uruguayo de Peñarol y de la selección charrúa Isabelino Gradín, y la Oda a Platko (1928) de Rafael Alberti, dedicada al portero húngaro del F. C. Barcelona Franz Platko.
Tras la II Guerra Mundial, no podemos dejar de citar cuatro relatos (La soledad del corredor de fondo (1959) de Alan Sillitoe –llevada al cine por Tony Richardson en 1962–, centrado en torno al atletismo, El miedo del portero al penalti (1972) de Peter Handke –también convertido en película por Wim Wenders en 1971–, que gira en torno al fútbol, La media distancia (1964) de Alejandro Gándara, también ambientado en el mundo del atletismo, y El Alpe d'Huez (1994) de Javier García Sánchez, que se desarrolla en el mundo del ciclismo) y una obra de teatro (El centroforward murió al amanecer (1955) de Agustín Cuzzani) que demuestran el potencial del deporte para aportar material narrativo y de reflexión, es decir, en última instancia, su potencial para aportar material creativo digno y valioso. Hay disciplinas que se prestan más a su contemplación desde la recreación estética que otras (aunque de casi todas se puede extraer una cierta dimensión artística) y, así, por ejemplo, la gimnasias artística y rítmica, el skate, el surf, o, sobre todo, la natación artística (antes sincronizada, cambio de denominación efectuado en 2017 que no fue nada baladí) encierran un altísimo potencial creativo y una elevadísima posibilidad de ser disfrutada como pura actividad creativa. Ayer lunes, precisamente, comenzaron las pruebas de natación artística, con la realización de los ejercicios de la rutina técnica –que incluyen forzosamente una serie de elementos obligatorios–, hoy martes han tenido lugar los ejercicios libres –no tienen elementos obligatorios y las nadadoras incorporan toques personales y artísticos– y mañana miércoles se celebrarán los ejercicios de la rutina acrobática. Las calificaciones se obtienen por la media de las notas logradas en los tres ejercicios.
En el dibujo superior, recreación de un momento de la actuación del equipo femenino de natación artística de Egipto en París 2024
Para los aficionados al cine, el contemplar las pruebas de natación artística está asociado inevitablemente al recuerdo de las películas de Esther Williams, como Escuela de sirenas (1944) de George Sidney, Juego de pasiones (1945) de Richard Thorpe, La hija de Neptuno (1949) de Edward Buzzell o La primera sirena (1952) de Mervyn LeRoy, y, se sea aficionado al cine o no, podemos asistir a aquellas del mismo modo que lo haríamos a uno de esos grandes espectáculos acuáticos que se hacían en el Hippodrome de Nueva York, es decir, la natación artística es, al mismo tiempo, tanto un deporte como la posibilidad de una actividad creativa altamente disfrutable desde una perspectiva visual y estética. Los movimientos y las figuras de las nadadoras en el agua remiten a las coreografías de Busby Berkeley, su maquillaje y las expresiones faciales (necesariamente exageradas, ante la ausencia de la palabra) se emparentan con las del teatro kabuki japonés y las innovaciones que los equipos van introduciendo recuerda en actitud al experimentalismo del teatro de vanguardia de los 60 y a la heterodoxia de los musicales de Bob Fosse. La natación artística es teatro en el agua, un paréntesis de explosión imaginativa en medio de la apoteosis de la fuerza, el físico y el músculo que son los Juegos Olímpicos, un despliegue de formas y colores que está a la espera de su Leni Riefenstahl para que extraiga de ella la materia para una obra audiovisual a la altura de Olimpiada, está a la espera de un creador o una creadora que se percate del despliegue artístico que encierra y la quintaesencie en una película que se realimente del esfuerzo de unas nadadoras que tienen que poner en juego tanto su resistencia física como, sobre todo, su sensibilidad, su expresividad y su capacidad para transmitir sensaciones propias no tanto del deporte como, más bien, de actividades creativas altamente sofisticadas.
En el dibujo superior, recreación de uno de los momentos de la actuación del equipo femenino de natación artística de Canadá en París 2024
VÍDEO DELIRIO ACUÁTICO
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