FRANÇOISE HARDY: ICONO DE UNA ÉPOCA PERDIDA

 

 

Cada vez que escuchamos una canción de Françoise Hardy (17 de enero de 1944-11 de junio de 2024), nos invade una melancolía por partida doble. Primero, está la melancolía originaria, la melancolía de esa voz tenue y delicada que nos lleva casi involuntariamente, tan solo por sus propios ritmo y textura, a bulevares parisinos envueltos por la bruma otoñal y a cafés de Montmartre, Montparnasse o de los Campos Elíseos atravesados por conversaciones sobre el existencialismo y la nouvelle vague. Pero, después, hay otra melancolía que es más áspera y escurridiza: aquella que nace de la intuición de que esas canciones son de una época que no va a volver, que son fruto de un contexto que ya ha desaparecido y que, tras su extinción, solo nos queda un abanico más estrecho y restringido de posibilidades creativas y culturales. Allá por los años 60 y 70, el pop-rock anglosajón, aunque fuerte y poderoso, no monopolizaba completamente el panorama de la música popular y las voces que venían, por ejemplo, de Francia o Italia tenían su peso específico, algo paralelo a lo que sucedía también en el mundo del cine, en el que las producciones europeas hallaban distribución, repercusión y popularidad y competían con posibilidades de éxito con las producciones de Hollywood. Que hayamos llegado a un punto en el que el abanico de alternativas de consumo cultural se hayan restringido de manera tan alarmante y los productos clónicos copen las listas de éxitos musicales y las carteleras de las salas de cine (a la vez que las ventas de discos y de entradas de películas se han ido desplomando, algo que pone en duda de si la situación descrita es o no deseable incluso desde el punto de vista puramente comercial y económica) es materia que debería ser objeto de reflexión profunda y concienzuda. Hoy, es razonable pensar que es imposible que surja una Françoise Hardy porque lo que llega al gran público proviene de escasos polos y de limitadas tendencias, buscando un aplanamiento que llega a resultar tan inexplicable que solo cabe atribuirlo a intenciones oscuras, retorcidas e inconfesables.


 

Pero la reflexión anterior es ajena a lo que las canciones de Françoise Hardy fueron cuando, en los años 60 y 70, tendieron a plasmar aquello que Milan Kundera explica en su novela La ignorancia (2000)y que, como curiosidad, es también referido en la película Todas las canciones hablan de mí (2009) de Jonás Truebay que se conoce como la "paradoja matemática de la nostalgia": "Cuanto mayor es el tiempo que hemos dejado atrás, más irresistible es la voz que nos incita al regreso. Esta sentencia parece un lugar común, sin embargo es falsa. El ser humano envejece, el final se acerca, cada instante pasa a ser siempre más apreciado y ya no queda tiempo que perder con recuerdos. Hay que comprender la paradoja matemática de la nostalgia: ésta se manifiesta con más fuerza en la primera juventud, cuando el volumen de la vida pasada es todavía insignificante". Las canciones de Françoise Hardy (ella misma como artista) representan a la perfección lo que este axioma establece: es el sentimiento de la carencia que se intuye inevitable a pesar de la inmensidad del tiempo que queda por delante, la certeza que no se sabe cómo se ha adquirido de que, al final, habrá muchas ansias, muchos deseos y muchas inquietudes que se verán condenadas a la frustración y que nunca podrán ser satisfechas. Sorprende que en una era de pleno optimismo, en una época frenética y chisporroteante, una cantante se abriera camino y dejara una huella imborrable con una actitud suave, meliflua y melancólica que solo puede ser entendida si la interpretamos como la nostalgia por aquello que los tiempos prometen pero el subconsciente, por mecanismos inaccesibles, identifica como expectativa que jamás se va a cumplir. Ello otorga a las canciones de Françoise Hardy el carácter de elegía anticipada por un espíritu que pocos años después iba a quedar extinguido: los "felices 60" dejarían paso a una época mucho más gris, apagada y pragmática y muchos sueños y utopías quedarían enterrados para siempre en el olvido. A continuación, tienen la oportunidad de escuchar catorce canciones de Françoise Hardy para que saquen sus propias conclusiones y constaten si sus canciones representan o no lo que acabo de exponer sobre la "paradoja matemática de las nostalgia". Lo constaten o no, se sumergirán en un recital de exquisitez, armonía y buen gusto que les resultará difícil de olvidar


14 CANCIONES DE FRANÇOISE HARDY

Tous les garçons et les filles

Le temps de l'amour

L'amour s'en va

Le premier bonheur du jour

All Over the World

Et même

Mon amie la rose

Comment te dire adieu

Voilà

L'amitiè

Soleil

A quoi ça sert

Première rencontre

Je suis moi


 


 

Comentarios

  1. Cuando, hace ya días, leí este espléndido artículo de Jose Manuel Cruz, comenté a personas cercanas que era lo mejor que había leído sobre una artista que fue un auténtico icono en tiempos no tan lejanos y que mantiene su aura en nuestros días. Hoy, que lo vuelvo a leer, y que he escuchado completos los temas de referencia en vídeo, me reafirmo en lo dicho. Un escrito y documento imprescindible y a conservar para siempre.

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