UMBERTO ECO Y HARPER LEE: TEORÍA Y PRÁCTICA

 

A la izqda., retrato de Harper Lee. A la dcha., retrato de Umberto Eco (realizado a partir de imagen en https://es.wikipedia.org/wiki/Umberto_Eco#/media/Archivo:Umberto_Eco_04.jpg)


(Este artículo fue publicado originalmente en la página web del autor, www.josemanuelcruz.es, con fecha 3 de marzo de 2016)

Han pasado menos de dos semanas desde que nos sorprendimos por los tristes fallecimientos de Umberto Eco y Harper Lee. La fama de cada uno de ellos está asociada a un título indiscutible. Aunque la obra de Eco, tanto en el campo de la literatura como, sobre todo, de la semiología, es amplísima, la mayoría de los lectores lo recordarán como el autor de El nombre de la rosa. Lee es conocida por la que, hasta hace menos de un año, era su única novela: Matar a un ruiseñor. No fue hasta 2015 cuando publicó su continuación, Ve y pon un centinela, la cual, en realidad, fue el primer libro que escribió.

El italiano y la estadounidense son escritores muy diferentes entre sí. Umberto Eco era un novelista propicio al juego intelectual, al desmontaje de los tópicos y las convenciones, a mostrar sistemáticamente el cartón piedra que, en última instancia, toda narración esconde. Harper Lee prescindía de esas disquisiciones que, seguramente, le parecerían narcisistas. Su obra está muy apegada al terreno, a la realidad del Sur de los Estados Unidos, con su conflictivo melting pot racial y su fascinante mezcla de personas imbuidas de una concepción sólida e inamovible del honor con individuos dispuestos a caer en las más repugnantes bajezas. Un autor nos habla de ideas juguetonas y hace uso de una sofisticada ironía para hacernos ver que no debemos tomarnos demasiado en serio cualquier tipo de narrativa. La otra autora, parece decirnos lo contrario: que sus novelas tratan de cuestiones muy importantes y que las mismas nos pueden servir para guiarlos en la vida y aprender lecciones morales decisivas.

 

En el dibujo superior, recreación de una escena de Matar a un ruiseñor (1962) de Robert Mulligan, adaptación de la novela homónima de Harper Lee



No obstante, la obra de Harper Lee muestra, quizás involuntariamente, de modo práctico y alejado de las elevadas concepciones teóricas de Eco, cómo toda narración no es más que un castillo de naipes presto a derrumbarse en cualquier momento y construido con una fragilidad que está amenazando constantemente su solidez o, como mínimo, la percepción que tenemos de ella. Porque, efectivamente, si en Matar a un ruiseñor, su protagonista, Atticus Finch era un abogado que luchaba contra un entorno racista defendiendo a un hombre negro acusado injustamente de violar a una mujer blanca, en Ve y pon un centinela es un racista que simpatiza con el Ku Klux Klan y que se opone a la lucha por los derechos civiles de la población negra. Siendo un golpe de efecto narrativo bastante contundente, no podemos dejar de pensar que resulta difícil de asumir que, en el mundo real, alguien pueda experimentar una transformación tan profunda. Pero es que, en el fondo, lo que Eco quería transmitirnos y las dos novelas de Harper Lee nos muestran es que toda ficción es un conjunto de falsedades hábilmente trenzadas para que el lector acabe creyendo su verosimilitud.

 

En el dibujo superior, recreación de una escena de El nombre de la rosa (1986) de Jean-Jacques Annaud, adaptación de la novela homónima de Umberto Eco



El gran milagro que siempre se produce es que, a pesar de que toda narración es un conjunto bien articulado de mentiras y que el pacto implícito entre autor y lector es que este asuma que esas mentiras son hechos reales, esa frágil estructura nos sirve para iluminar zonas de nuestro mundo y de nuestra vida que, en caso contrario, seguirían permaneciendo oscuras. Gracias a ese prodigio, los lectores podemos acceder a visiones y perspectivas que hablan más de nosotros de lo que podría hacerlo cualquier tipo de análisis objetivo y aséptico. Como se venía a decir en Las tribulaciones del estudiante Törless de Robert Musil, la imaginación es el puente que sirve para unir nuestra realidad sólida y prosaica con los pensamientos que aun no hemos sido capaces ni tan siquiera de formular.



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