CERVANTES Y SHAKESPEARE: DOS GENIOS SIEMPRE JÓVENES

 

 Imagen tomada de www.dailyreadlist.com

 

(Este artículo fue publicado originalmente en la página web del autor, www.josemanuelcruz.es, con fecha 25 de abril de 2016)

Se atribuye a Marcelino Menéndez Pelayo el origen de la confusión sobre las fechas de fallecimiento de Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Efectivamente, se afirma demasiadas veces, con gran ligereza, que ambos escritores fallecieron el mismo día: el 23 de abril de 1616, fecha que, además, se convirtió en el Día del Libro en España a partir de 1930 y, con el paso del tiempo, en el Día Mundial del Libro y del Derecho del Autor, proclamado por la UNESCO en 1995. Para aclarar la cuestión, hay que empezar diciendo que Cervantes no murió un 23 de abril, sino el día anterior, el 22 de abril, siendo el 23 el día en que fue enterrado. Pero el día de su sepelio no coincide con el de la muerte del autor británico. Shakespeare sí murió un 23 de abril de 1616 pero, al regir aún en Inglaterra el calendario juliano, en vez del gregoriano (debido a la ruptura con el papado propiciada por Enrique VIII), esa fecha correspondió, en realidad, al 3 de mayo de 1616 atendiendo al actual cómputo de fechas. Por tanto, entre ambas muertes hubo un intervalo de diez días. A pesar de la contundencia de los datos, el error se suele repetir con cierta frecuencia y, de hecho, en el libro de texto de la asignatura de Literatura que tuve en 2ª de Bachillerato, así se afirmaba.Toda esta historia es una buena prueba de que no siempre es conveniente dejarse llevar por los prejuicios, las ideas preconcebidas y las afirmaciones generalmente aceptadas sino que no hay que dejar de ponerlos en cuarentena constantemente para comprobar si siguen resistiendo un análisis riguroso y una revisión actualizada.

 

 Imagen: begocris.wordpress.com

 

Por ello, aunque podamos pensar que ya sabemos todo de Shakespeare y de Cervantes y que, en consecuencia, poco vamos a descubrir con su lectura, en realidad sus obras siguen abiertas a cada lector nuevo que se acerca a ellos, que siempre encontrará resquicios, rincones y espacios para encontrar detalles, interpretaciones o emociones que habían pasado desapercibidos. Y todo ello, por dos motivos. El primero, porque hay bastante por leer y descubrir de ambos autores para la gran mayoría de los lectores. En el caso de Cervantes, aparte de sumergirse en ese libro infinito que es Don Quijote de la Mancha, hay que reencontrarse con las Novelas ejemplares, con La Galatea, con Los trabajos de Persiles y Sigismunda y con todo su teatro, extraña e injustamente postergado: El cerco de Numancia, Los baños de Argel, Los tratos de Argel, La gran sultana… En el caso de Shakespeare, hay obras que no alcanzan la popularidad de Romeo y Julieta, Hamlet, El Rey Lear o El sueño de una noche de verano pero que también son títulos imperecederos de la historia de la literatura: Coriolano, Timón de Atenas, Tito Andrónico, Como gustéis, La comedia de los errores, La tempestad

Pero hay un segundo motivo que también es crucial. Al igual que en el Renacimiento se recuperó el pensamiento griego, romano y árabe para vivificar el desarrollo intelectual de Occidente, actualmente también necesitamos con urgencia recuperar un nuevo humanismo, una nueva visión integradora que permita poner al día nuestras ideas frente a las nuevas circunstancias que tenemos que abordar en todos los órdenes. Y nada mejor que volver a las fuentes originales para empezar a rastrear el punto exacto donde extraviamos el camino y adquirir de nuevo un pensamiento global que nos sirva para comprender mejor el mundo y la realidad que nos rodea.


 


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